Entre torreznos y nobles por las tierras de Soria

Para entender la trascendencia que tuvo este enclave durante y, sobre todo, después de la Reconquista hay que subrayar que este municipio es la unión de dos pueblos: el Burgo, donde se levantó la catedral y residía el poder eclesiástico, y Osma, alrededor del castillo -sus restos son visibles desde kilómetros- donde vivía la nobleza que protegía toda esta zona. Sus vecinos, además, presumen de que entre sus orígenes se encuentra la ciudad romana de Uxama, que se asentaba por estos lares.

Solo por darse un paseo merece la pena llegar hasta Burgo de Osma. Recorrer desde el Puente Viejo hasta la Plaza Mayor, con casas porticadas a los lados y pasando por delante de la catedral, hará las delicias de quienes disfrutan de la fotografía por el juego que la luz, sobre todo en verano, dibuja en las paredes de piedra.

La Plaza Mayor, como todo en este municipio, tiene su propia historia. La ordenó construir el poder religioso cuando decidió ampliar la catedral. Esa obra obligaba a que el templo se extendiera por lo que entonces era el Ayuntamiento. A cambio de quedarse con el espacio del Consistorio -es donde está ahora la sacristía-, el poder político pactó que, se levantara un nuevo ayuntamiento y se le diera mayor relumbrón con una explanada porticada. Ahora se concentra ahí la vida social y cultural del municipio y, cuando hace sol, los vecinos y visitantes copan sus terrazas.

Por ese peso de lo eclesiástico en esta localidad -algún vecino asegura que en algún momento de la historia se sopesó trasladar aquí el Vaticano, aunque este cronista no ha sido capaz de hallar testimonios históricos de este supuesto plan-, la catedral requiere una visita obligada.

En su interior, llama la atención el contraste entre el primitivo templo romano y la ampliación. También destaca la escalera de la puerta principal, que imita a la de la Catedral de Burgos, obra de Diego de Siloé. Y luego entre los imprescindibles está el sepulcro de Pedro de Osma, que refleja el origen de la ciudad medieval. En este punto se invita a buscar en las pinturas del techo la presencia de varios dragones. El recorrido permite admirar, por último, una reproducción del códice beato y un mapamundi del siglo XI, en el que aparece África, y hasta el río Nilo.

Pero no todo va a ser admirar piedras. Quienes disfruten del comer y beber seguro que encontrarán algún bar o mesón donde degustar los productos de la tierra, donde los torreznos y el cochinillo se encuentran en su cúspide. Si el viajero puede planificar el desplazamiento, reserve en el calendario algún fin de semana entre mediados de enero y mediados de abril, cuando el hotel Virrey Palafox celebra las Jornadas de la Matanza.

Si quien se acerque hasta allí quiere relajarse puede ir a la universidad. Bueno, a lo que era la universidad de Santa Catalina, que ahora es un balneario. Y para ampliar el recorrido se puede andar por el Cañón del Río Lobos o acercarse en coche a Catalañazor, otro pueblo con sus calles empedradas que parece haber quedado quieto en el pasado más medieval, de cuando Castilla era una potencia nobiliaria.