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Una senderista se asoma al Mirador de Zamariain. Debajo, la cueva de Arpea.
A la sombra de la Selva en Aezkoa

A la sombra de la Selva en Aezkoa

Irati acapara casi todo el protagonismo del turismo, puerta al otoño más fotografiado. Pero este valle navarro atesora lugares que sorprenden en cualquier época del año

iratxe pañeda rubín de celis

Viernes, 13 de julio 2018, 00:57

Las hayas no dejan ver el valle. El navarro valle de Aezkoa es una de las dos puertas de entrada a este lado de la muga (la otra se encuentra en Otsagabia) a la Selva de Irati, una de las mayores reservas de hayas y abetos de Europa que eclipsa todo aquello que hay a su alrededor. Pero a su sombra encontramos rincones para caminar y descansar, acercarnos a la historia y la mitología e inmortalizar las piedras modeladas por el hombre y la naturaleza con bellas imágenes captadas tanto por la cámara fotográfica como por nuestros ojos a través de los cuales se alojarán para siempre en la memoria.

La ruta comienza por el este, desde el valle de Salazar, conduciendo sin prisas por la N-140, la carretera de los valles orientales de Navarra. El primer pueblo que sale a nuestro encuentro es Abaurregaina/Abaurrea Alta, el más alto de Navarra (1.040 metros). Además de ser un magnífico mirador, cuenta con un curioso rincón junto a la iglesia de San Pedro: los terrenos del antiguo cementerio se han convertido en un museo de estelas funerarias (XIII-XIX) al aire libre con pasillos laberínticos.

Vértigo

El camino desciende para llegar hasta Abaurrepea/Abaurrea Baja. La iglesia gótica de San Martín de Tours destaca sobre su blanco caserío ubicado en un entorno idílico donde las leyendas cuentan de la existencia de las bellas pero poco encantadoras lamias que se llevaron a algún vecino e incluso expulsaron a las monjas de la ermita de Santa Engrazi. Completan el conjunto un molino en ruinas y un crucero renacentista. Y de un crucero a otro, en este caso el románico de Garaioa, que daba la bienvenida al viajero llegado por el antiguo camino procedente de las Abaurreas. La monumentalidad de la cruz parece ahuyentar a los espíritus malignos de un pueblo que sufrió el azote de la Inquisición, cobrándose la vida de cuatro de las seis vecinas acusadas de brujería por el Santo Oficio en Logroño en el siglo XVI. Pero volvamos a temas más amables, pues Garaioa acoge uno de los rincones más espectaculares del valle.

A 3 kilómetros y medio del centro del pueblo, por una pista asfaltada -aburrida, pero conviene armarse de paciencia- que se torna camino para adentrarse en un bosque de robles y hayas, se alcanza el mirador de Zamariain, un trampolín de roca arenisca que salta al vacío directo hacia el río Irati y el robledal de Betelu. Asomarse produce una sensación extraordinaria pero, como se aprecia en la fotografía principal, solo apta para quienes no padecen de vértigo.

1. Restos de la torre romana de Urkulu.2. Puente colgante sobre el río Irati.. 3. La vieja fábrica de Armas de Orbaizeta.
Imagen principal - 1. Restos de la torre romana de Urkulu.2. Puente colgante sobre el río Irati.. 3. La vieja fábrica de Armas de Orbaizeta.
Imagen secundaria 1 - 1. Restos de la torre romana de Urkulu.2. Puente colgante sobre el río Irati.. 3. La vieja fábrica de Armas de Orbaizeta.
Imagen secundaria 2 - 1. Restos de la torre romana de Urkulu.2. Puente colgante sobre el río Irati.. 3. La vieja fábrica de Armas de Orbaizeta.

Los pasos de Hemingway

La carretera continúa en paralelo al curso del arroyo Betondoa hasta su unión en Aribe con el río Irati. Sobre sus aguas cruza un puente románico de arcos desiguales y otro de construcción moderna por el que los coches acceden al centro urbano. Precisamente por debajo de éste comienza un corto paseo hasta el puente colgante de Inklusaldea, al que acompañan las aguas del Irati en las que se dice que Ernest Hemingway -pertrechado con su cesta de mimbre llena de viandas- pescaba truchas junto al balneario, ahora vestigio del patrimonio de Aribe y un verdadero remanso de paz. La red de senderos locales ofrece multitud de posibilidades y este sencillo paseo puede convertirse en uno de 12 kilómetros que permite enlazar el roble milenario de Aribe -declarado Monumento Natural- con el mirador de Zamariain.

Siguiendo los pasos de Hemingway hay que llegar hasta Orbaizeta. Tanto el escritor estadounidense como Valle Inclán visitaron las ruinas de la Fábrica de Armas, cargada de historia a pesar de su corta vida (1784-1884), sin temor a la bruja que supuestamente vaga entre sus piedras. Declarada Bien de Interés Cultural, por ser una joya de la arquitectura industrial del siglo XVIII, aún se mantienen en pie la iglesia y algunas viviendas construidas para dar cobijo a parte los trabajadores. Hoy día acogen una quesería y una casa rural.

Desde la plaza de la fábrica parte el sendero hacia Arlekia, un castillo que puede que existiera o tal vez no, ya que no constan datos precisos de estas enigmáticas piedras que bien pudieran ser medievales. Merece la pena realizar esta corta ascensión bajo la sombras de las hayas, que estas fechas lucirán un verde brillante, para disfrutar de las vistas.

Trofeo romano

Desde allí también comienza una pista asfaltada hacia el collado de Organbide, pasando por el refugio de Azpegi, en una zona llena de historia con numerosos crómlech y dólmenes. Junto a los restos megalíticos destacan las ruinas de la torre romana de Urkulu, a nada menos que a 1.400 metros de altitud, en un emplazamiento espectacular desde donde se divisan buena parte de los Pirineos a ambos lados de la frontera. Tras caminar poco más de 7 kilómetros desde la Fábrica de Armas se alcanzan los vestigios de la torre. Son numerosas las hipótesis sobre ella, siendo la de torre-trofeo (monumento conmemorativo que los romanos erigían tras una victoria) la que parece tener mayor reconocimiento.

La cueva de Arpea se encuentra a 4 kilómetros del collado de Organbide. Una estrecha pista (derecha) asfaltada serpentea sobre la muga entre el valle de Aezkoa y Garazi (Francia). Es factible realizar 3 kilómetros en coche disfrutando de las vistas, aunque cruzarnos con otro vehículo puede generar cierta inquietud, agravada si nos topamos con algún rebaño de ovejas que allí campan a sus anchas. A cinco minutos del fin de la pista asfaltada un sendero nos lleva hasta la cueva.

Arpea se abre entre los pliegues que quiebran la montaña tapizada por una alfombra de un verde intenso, acariciada día sí día también por la brisa. Muy cerca de la oquedad, unas cabañas y un puentecito de madera sobre el arroyo que recorre el estrecho valle configuran un paraje bucólico que contrasta con la triste leyenda protagonizada por un joven pastor que desapareció en la niebla embrujado por los cantos de las lamias que habitaban la cueva.

Estos son tan solo algunos de los tesoros de Aezkoa, en cada nueva visita al valle siempre descubrimos alguno nuevo.

Hórreos

En el camino se nos han quedado en el tintero cuatro pueblos que sin duda merecen una visita. Hiriberri/Villanueva, con las casas más antiguas del valle, y Aria, quizás el más recóndito y mejor conservado, cuentan cada uno con cuatro hórreos. Y es que en Aezkoa se da la mayor concentración de hórreos de Navarra -15 de los 22 censados se encuentran en estas aldeas pirenaicas, a excepción de las dos Abaurreas-. Si sumamos los de Garaioa, Aribe, y Orbaizeta la lista la completan Orbara, el pueblo de la ermita románica de San Román y hórreo con restos de balconcillo, y Garralda, donde se mantiene a salvo el hórreo de Masamiguel, que sobrevivió a los devastadores incendios que arrasaron casi todo el pueblo el siglo XIX.

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