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Pingüinos en Punta Tombo.
Un crucero pijo hacia la Antártida (Capítulo IV - Parte 3)

De Punta Tombo a Montevideo

Javier Sagastiberri

Sábado, 10 de agosto 2024, 00:16

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Partimos a última hora de este paraíso natural y navegamos durante todo un día sin escalas hasta Puerto Madryn, en la costa argentina, desde donde me traslado hasta Punta Tombo para conocer una importante colonia de pingüinos magallánicos. Yo había contratado una excursión distinta: quería ver elefantes marinos en la Reserva natural de Península Valdés, pero dos días antes me comunicaron que, por causa de un error informático, me habían aceptado la reserva que había realizado al principio del crucero. No lo creí: los holandeses son maestros en maximizar el beneficio. Sabía que existía una importante lista de espera para muchas excursiones y posiblemente me sustituyeran por una pareja. Me ofrecieron la excursión de Punta Tombo y mis sospechas quedaron confirmadas: esta excursión era únicamente para hispanohablantes y solo se habían apuntado dos parejas. Conmigo ya éramos al menos cinco pasajeros: unos genios estos holandeses en la asignación de recursos escasos.

Me disgustó no poder ver elefantes marinos, pero he de reconocer que esta excursión alternativa tampoco estuvo mal, pues pude conocer el paisaje típico de la Patagonia argentina. Como explicó nuestro guía, se trata de un paisaje duro, casi desértico. Abundan los arbustos enanos y no vimos árboles en el camino. Me percato de que ya conocía este paisaje estepario gracias a las maravillosas descripciones de Chatwin en su obra más famosa, «En la Patagonia», que leí hace ya varios años. A esta parte del país arribaron numerosos emigrantes procedentes de Gales y por ello esos nombres de poblaciones tan curiosos como Trelew o Puerto Madryn.

Estamos ya en Punta Tombo y vemos en la lejanía una muchedumbre de pingüinos magallánicos. Me sorprende la capacidad de adaptación de estas aves. Siempre han de vivir junto al mar, pero la costa en la que crían puede ser muy diferente: estepas parecidas a los Monegros, como en el caso de estos pingüinos, hasta playas heladas en el continente antártico o tierras verdes similares a las que podemos encontrar en el norte de Escocia.

En Punta Tombo están ya criando y podemos ver a una distancia de pocos metros a centenares de crías todavía mostrando su plumón infantil. También pude observar con tranquilidad a rebaños de guanacos conviviendo con los pingüinos. Algún otro pasajero consiguió divisar también ñandúes, pero yo no tuve esa suerte.

Otra jornada más por alta mar y cambiamos de país. Nos adentramos en el Río de la Plata, el inmenso estuario que nos conduce a Buenos Aires, pero antes realizaremos dos escalas en la ribera norte del Río, en tierras de Uruguay.

Casi a la entrada del estuario encontramos el complejo turístico más famoso del país, uno de los destinos más lujosos de toda Sudamérica, adonde acuden celebridades y millonarios argentinos y brasileños e incluso norteamericanos.

Uruguay es conocida como la Suiza americana, por su neutralidad como país, pero también por considerarse un refugio para muchas de las fortunas que quieren evitar al fisco de sus países.

La visita guiada incluye una excursión panorámica por toda la península, durante la que observamos decenas de lujosos edificios de apartamentos, así como enormes mansiones con jardín de millonarios extranjeros. También visitamos las impresionantes playas de arena de Punta del Este. La famosa escultura «La mano en la arena», donde nos detenemos para sacar fotografías, no me entusiasma demasiado.

Punta del Este.

Comemos en una estancia del interior, rodeados de extensos viñedos y de hermosas praderas con abundante ganado vacuno y caballos de pura sangre.

Al fin pruebo una carne decente. Me divierte la rivalidad evidente que existe entre los uruguayos y los argentinos acerca del futbol, el mate y la carne de vaca. El guía me asegura que el precio de la carne uruguaya es muy superior al de la argentina en los mercados internacionales.

Punta del Este.

La excursión finaliza en Punta Ballena, un cabo con unas vistas extraordinarias sobre la costa. Desde allí se ve la casa-pueblo del artista Carlos Pérez. No tenemos tiempo para visitar el interior, aunque me entero de que este artista es el padre de uno de los supervivientes del accidente aéreo de los Andes que se narró en «Viven» y que es ahora rememorado en la película «La sociedad de la nieve», del director español Juan Antonio Bayona.

Al día siguiente desembarco en Montevideo, donde no he contratado ninguna excursión porque voy a pasar el día con Gabi y Rafa, dos amigos uruguayos que me reciben con gran cariño y me conducen por toda la ciudad. Gabriela es directora de teatro y actriz, y dirige la prestigiosa Escuela de arte dramático de la ciudad. Hace unos meses, mi pareja Begoña y yo la vimos actuar en «Ana contra la muerte», una obra con una historia estremecedora. Rafael es ingeniero y también escritor. Su última novela, «La invención de la muerte», ha sido publicada por Tusquets en Uruguay y es la culminación de una trilogía sobre la historia uruguaya reciente. Todos recordamos las dictaduras argentina y chilena, pero en aquella época también los uruguayos tuvieron que sufrir la suya, que podemos conocerla mejor en la obra de Rafael Massa.

Montevideo.

Recorremos en automóvil el paseo marítimo, una vía ininterrumpida de 20 kilómetros. Me llevan también al Café Brasilero y me siento donde lo hacía todos los días el gran Eduardo Galeano.

Paseamos con parsimonia por la ciudad vieja. Nos detenemos enfrente del elegante Teatro Solís, donde Gabi ha actuado tantas veces, contemplamos varios palacios bien conservados y acabamos comiendo asado en el mercado del puerto. Me explican la importancia del carnaval de Montevideo, del que nada sabía. También hablamos de política. Ellos pertenecen al Frente amplio, la coalición de izquierdas, y me dicen que tiene posibilidades de volver a gobernar. Les deseo suerte.

Ha sido un día magnífico y me despido de mis amigos con tristeza. Nos consuela pensar que nos veremos en unos pocos meses en la Semana Negra de Gijón.

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