El monje que dejó pasarde largo la inmortalidad

Pues esas explicaciones al margen en los códices se llaman las Glosas Emilianenses y están consideradas las primeras palabras escritas en español. Un español incipiente, originario, inaugural. Las anotaciones en romance son un centenar y se supone que era el idioma que se hablaba en el pueblo. Pero es que, además, hay un par de referencias en euskera, con lo que también aquí, en el mismo lugar, en Yuso, estaría el primer documento escrito en lengua vasca, que por alguna razón conocería nuestro monje. Ignorante que de tenía tan a mano la inmortalidad, no le dio por firmar su obra. De haberlo hecho, hoy todo el mundo conocería su nombre. ¿Pero cómo iba a imaginarse que de todos los documentos y códices que había por ahí con notas y aclaraciones iba a ser el suyo el que, por casualidad, iba a llegar a nuestros días para ser adorado tras una vitrina (en Madrid, porque en San Millán está una copia)?

Aunque solo sea para conocer esta historia y el lugar en el que se produjo, merece la pena darse una vuelta por los monasterios de Suso y Yuso. También se puede polemizar con los del pueblo sobre si realmente están aquí, en La Rioja, los primeros vestigios del castellano. O si por el contrario se encuentran en Valpuesta, Burgos. Hay una pugna que tiene más que ver con la marca turística y la identidad que con el análisis científico y filológico. Parece ser que en la localidad castellanoleonesa aparecen palabras sueltas en romance pero insertadas en textos latinos, y en el enclave riojano tanto la gramática como la sintaxis ya encajan con la estructuras que desembocarían en el castellano moderno.

Qué más da. La historia es bonita y el entorno, también. San Millán de la Cogolla está al pie de la Sierra de la Demanda y además de las caminatas que ofrece están, ya se ha dicho, los monasterios de Suso ('arriba') y Yuso ('abajo'). Es mejor ir primero a Suso porque ahí surgió todo. Está a un par de kilómetros del de Yuso (que es el grande). Hay que ir en un autobús con guía y se agradece porque lo cuenta todo: cómo el eremita Aemilianus (Millán) se fue a ese emplazamiento en el siglo V a vivir en una cueva, se hizo famoso por sus obras de caridad, por sus milagros y porque vivió 101 años. Se le enterró allí, y allí se quedaron sus discípulos viviendo, horadando la montaña para cobijarse. Luego se construyó un edificio visigodo, más tarde se amplió con estilo mozárabe, luego llegó el estilo románico. Ahí hay vestigios de todo. Y ahí escribió Gonzalo de Berceo (el pueblo de Berceo está al lado, con la efigie de su vecino más ilustre), considerada primera figura literaria relevante en lengua castellana.

Buscando más espacio los monjes se fueron abajo, donde está Yuso. Este es muy impresionante porque en su aspecto actual está levantado durante los siglos XVI y XVII, y desde hace siglo y medio está habitado por frailes agustinos recoletos. Es espectacular la portada barroca, los frescos de la sacristía y los marfiles románicos que conserva. Pero es el conjunto, el paseo, la historia, lo que le hace especial.