En estas islas todo es salvaje o británico
Javier Sagastiberri
Viernes, 9 de agosto 2024, 00:21
Sigo avanzando por este pueblo de tanta apariencia británica. Me gusta mucho lo que veo, casi no me cruzo con ninguna persona. Veo gansos semisalvajes, aves acuáticas semejantes a nuestras gaviotas y me detengo ante un par de caballos bastante dóciles que me miran con curiosidad. Quizás es que yo les parezca argentino. No serán los primeros en pensarlo. Al bajar de la embarcación un par de guías brasileños me lo preguntaron. Les aclaré que era español, no fuera a ocurrir que alguien pensara que estaban ante una nueva invasión programada por Milei.
Publicidad
Me doy la vuelta y empiezo a caminar hacia el oeste. Estoy de nuevo en el muelle y vuelvo a divisar a la pareja de lobos marinos. Son un anticipo del más mágico encuentro que tuve con animales en este mágico viaje. Porque cuando me alejo del centro, en una zona despoblada de la costa me parece atisbar un animal enorme, inmóvil, descansando en la hierba. Y así es, en efecto: un león marino de unos doscientos kilos duerme tranquilamente la siesta sobre un mullido tapiz de hierba que dista unos trescientos metros del agua.
Me aproximo con sigilo. No quiero que se asuste, que se vuelva agresivo, que él o yo corramos algún peligro. Renuncio a la prudencia y sólo me detengo cuando estoy a dos metros de su cabeza. Por suerte, ningún problema: abre los ojos y me mira serenamente, sin ningún asomo de miedo o de agresividad. Nos miramos largamente. Es para mí un momento muy especial, creo que nunca he estado tan cerca del espíritu de un animal salvaje y poderoso. Todavía me emociono al recordarlo. Cuando cierra los ojos aprovecho para rodearlo con cautela y sacarle unas cuantas fotos. Vuelve a mirarme, ahora con más curiosidad, quizás con algo de reserva. Dejo la cámara y volvemos a comunicarnos mirada con mirada, con respeto, con serenidad, con paz. No sé, creo que nunca olvidaré estos instantes durante los que me encontré transportado a otra realidad. Algo similar a esto tiene que ser lo que algunos denominan «lo místico». Yo no lo sé, porque nunca lo he experimentado. Pero sí me llevo conmigo esta experiencia.
Probablemente, para el león marino no fuera para tanto, aunque quiero pensar que sí, que aquella mirada suya que tanto me conmovió fuera capaz a su vez de detectar en la mía ese momento tan especial que recorrió mi espíritu. Quizás pueda darse entre especies animales tan distintas algo parecido a lo que solemos denominar empatía.
Renovado por este encuentro, regreso al mundo civilizado. Entro en Globe Tavern, un pub cercano al puerto, para tomar algo antes de subir al autobús que nos llevará a una playa salvaje a ver una importante colonia de pingüinos Juanito. El interior, con paredes de madera y varias banderas de la Union Jack, no puede ser más británico, tan británico que parece más un decorado de película que una verdadera taberna. La cerveza está muy bien, como no podía ser de otra forma. Pregunto por las cosas del comer. Solo tienen fish and chips. Obvio. Cuando abandono la taberna me topo con una cabina de teléfonos roja, recién llegada de Londres, supongo.
Publicidad
Bajamos del autobús, después de un viaje de media hora, y nos acercamos en 4x4 a una bonita playa salvaje en la que nos esperan centenares de pingüinos. El entorno me recuerda a algunas playas del norte de Escocia. En estas islas todo es salvaje o británico, si es que pueden diferenciarse ambos conceptos. En la taberna me sirvió la cerveza un camarero enorme, con una barba oscura y cara de pocos amigos. Atendió mi pedido sin mirarme en ningún momento a los ojos, debió de pensar que estaba sirviendo a un argentino. En cuanto a la comunicación no verbal, me quedo con la actitud que mostró el apacible león marino, que se dignó por lo menos a mirarme a los ojos.
Los pingüinos no nos hacen ni caso, pero es fascinante observarlos. Se reúnen en grupos cerrados que recuerdan a las asambleas estudiantiles o a los antiguos corrillos de agentes de cambio y bolsa. De pronto nos cruzamos con una fila de ellos, siete u ocho, que desfilan como un pelotón de soldados en dirección a ninguna parte.
Publicidad
Me llevo un gran recuerdo de las islas Malvinas. Tengo la sensación de haber viajado a un lugar donde el ser humano tiene una importancia insignificante y donde puedo contemplar la vida salvaje en un entorno natural apenas modificado.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión