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Un crucero pijo hacia la Antártida (Capítulo II - Parte 2)

Historias de aventuras y descubrimientos

Javier Sagastiberri

Jueves, 1 de agosto 2024, 00:18

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El barco navega sin detenerse durante dos jornadas, hasta llegar a Puerto Chacabuco, donde hacemos la primera escala. Observo en el mapa que hemos recorrido un largo itinerario, el menos interesante observado desde el barco, pues la costa entre San Antonio y Puerto Montt carece de accidentes geográficos destacables. Es un litoral monótono, pero a partir de aquí se desmenuza en cientos de islas con canales entre ellas. Parece como si la costa se hubiera resquebrajado y hecho trizas por efecto quizás de frecuentes seísmos. O puede que nos encontremos ante una cordillera sumergida en el mar, tan imponente como la de los Andes, y en la que sólo podemos observar los picos y las altas mesetas que sobresalen del agua.

El paisaje es espectacular, con decenas de estrechos canales cuyos nombres recuerdan a los viajeros ingleses que se internaron por primera vez en ellos. Cuando los nombres son de origen español, tienen un carácter poético o espiritual: Golfo de Penas, Puerto Edén, Bahía Salvación o Isla Madre de Dios.

Esta primera parte del crucero me conduce hacia la lectura de una novela que compré hace muchos años y que tenía sin leer porque me imponían sus más de 800 páginas, «Hacia los confines del mundo» del británico Harry Thompson. Me conmueve su desgraciada biografía: nació en 1960, es decir, cuando yo ya llevaba unos meses dando vueltas por el mundo y falleció hace casi veinte años. En 2005 coincidieron en este autor la alegría de ver publicada con éxito su primera novela con la conciencia dolorosa de que su cuerpo corría aceleradamente hacia la destrucción y la nada.

La novela dedica la mayor parte de sus páginas a los dos importantes viajes del Beagle, un bergantín de diez cañones del tipo que en la Marina Británica se conocía como un «bergantín ataúd», ya que era la clase de navío más insegura que existía en aquella época.

Esta especie de nave fúnebre ha pasado a la historia por su segundo viaje, en el que participó el naturalista Charles Darwin, al que esa experiencia le sirvió para cambiar totalmente nuestra concepción del mundo al inspirarle las ideas que desarrolló en su teoría de la evolución de las especies.

Parecería que el libro debiera ser un homenaje a este naturalista, pero no es el caso. El verdadero héroe de esta historia es el marino escocés Fitz Roy, capitán de la nave y emparentado con la familia real británica. Fitz Roy era profundamente religioso y políticamente un conservador. A pesar de ello, para Thompson, un autor izquierdista, es el verdadero héroe de la novela, por su integridad y su honradez sin tacha y por su convencimiento de la igualdad radical de todos los hombres, sea cual sea su raza o condición social, algo que resultaba revolucionario para la época, principios del siglo XIX. El resto de los personajes, incluyendo al joven Darwin, están convencidos de la superioridad de los europeos sobre los pobladores de los otros continentes, y ello les servirá de coartada para explotarlos miserablemente.

Fitz Roy es un héroe trágico que terminará suicidándose pues, como dice Darwin en un momento de la novela: «Los débiles desaparecen. La gente como usted será apartada como los grandes animales del pasado. Los científicos, los empresarios, los inventores, los hombres de negocios: ellos heredarán la tierra. Su especie, Fitz Roy, ha llegado al final de su ciclo natural.»

Despliego el amplio mapa de la costa chilena que me proporcionaron en el hotel de la capital. Los nombres que allí leo me cuentan historias de grandes aventuras y de descubrimientos. Me emociona que este barco en el que me encuentro vaya a recorrer estos importantes hitos de la historia americana.

Compruebo con agrado que el capitán escocés no ha sido olvidado. Su nombre ha servido para bautizar a una de las cimas señeras de los Andes: el pico Fitz Roy, al que un colega que conocí hace un par de años, Jokin Azketa, dedica una novela negra: «La vida en la punta de los dedos». Este pico se sitúa en el flanco este del imponente Campo de hielo sur, a cuyo flanco occidental nos acercaremos próximamente.

Mucho más al sur, observo en el mapa que también navegaremos por el estrecho de Magallanes y por el canal Beagle, situado justo al sur de la cordillera Darwin. Esos son los escenarios de la novela que estoy disfrutando.

En el estrecho de Magallanes distingo la existencia de un parque marino de nombre «Francisco Coloane», autor chileno de narrativa considerado el Jack London hispano. Estuvo de moda en España hace 20 años. Recuerdo haber leído cuentos de este autor titulados «Tierra del fuego», «Cabo de Hornos» o «Rumbo a Puerto Edén», nombres de accidentes geográficos de la Región de Magallanes y Antártica chilena por donde navegaremos hasta que pongamos rumbo hacia la Antártida.

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