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Toda la vida oyendo hablar de Fitero y pensando en sus famoso baños –esas aguas termales utilizadas desde hace tantísimo tiempo y a veces por gente insigne por reyes y papas y hasta por el mismísimo escritor Gustavo Adolfo Bécquer–... y sin haber imaginado nunca ni parajes como los que presiden las Roscas, y eso que se ven desde bien lejos estos monumentos naturales, ni haber caído en que el corazón de la localidad es un monasterio cisterciense que parece que no tiene fin. O que no lo tenía, ahora ya queda un poquito más atrapado entre los nuevos edificios que le han venido a acompañar con el paso de los siglos, esos mismos que en su día lo convirtieron en uno de los pocos monasterios integrados en el centro urbano –cuando en sus primeros tiempos estaba bien alejado–.
Cómo llegar Fitero se encuentra a 25 kilómetros de Tudela.
Aun así, aunque ha perdido sus huertas y campos, y aunque muchas de sus antiguas dependencias han pasado a ser otras cosas –la hospedería es hoy el Ayuntamiento, las celdas se reconvirtieron en residencia de ancianos, el refectorio es ahora Casa de Cultura y cine, y la biblioteca y la cocina originales han dado en museo–, deja con la boca abierta.
La construcción del monasterio de Fitero fue la primera fundación de la orden del Císter en la Península Ibérica, casi nada; luego vendrían muchas más desde Portugal hasta Cataluña, pero esta fue la primera. Y si por fuera ya promete, por dentro cumple. No le falta de nada a esta joya fiterana que comenzó a surgir allá por mediados del siglo XII y que en 1931 era ya declarada monumento nacional. Ahí están las dependencias medievales como la iglesia abacial (de cruz latina, con tres naves y cabecera de girola con cinco capillas, que parece una catedral), los vestigios de la antigua muralla y la sala capitular, el claustro renacentista de planta cuadrada y el sobreclaustro, construido siguiendo el estilo herreriano del siglo XVI. Tiene de todo, y puede visitarse incluso en formato de visita teatralizada nocturna, para hacerse una buena idea de cómo era la vida cuando todo comenzó allí.
Y luego está el paisaje, uno de los grandes atractivos de Fitero, y existe la opción de recorrerlo en bicicleta bajo la guía de Imanol, de Fitebike. Bici eléctrica, para más señas, por si fuera necesario. Una buena ruta es abandonar el pueblo rumbo a las Roscas, una formación rarísima, con aristas y salientes, con protuberancias, ideal para que muchas aves hayan nido –por eso entre febrero y julio está prohibido acercarse a los cortados, pero desde lejos se aprecian perfectamente–.
Los caminitos rurales, de polvo blanco, van rodeando este macizo colorido y permiten pasar entre campos de olivos, avistar algún corzo o conformarse con ver a los conejos ir de un lado a otro. Más adelante, se llega a un helero o nevero, un pozo de buena profundidad del que aun quedan las paredes de piedra; y más allá, a los resto de un pueblo abandonado hace mucho, del que de nuevo solo quedan piedras entre las hierbas y las plantas aromáticas.
Los árboles van cambiando, se anuncia el río con su humedad en un recodo, y atravesado el Alhama se llega a Baños de Fitero. Esos mismos, sí, que visitaba Bécquer y que hoy presumen de ser tan saludables como antaño. Sobre el balneario está el llamado Mirador de Fitero: las vistas del valle merecen sin duda la subida, por el medio que sea.
De nuevo abajo, la vuelta al pueblo se puede hacer siguiendo el curso del Alhama entre olivos y más adelante huertas. Este mismo camino lo hacía el escritor para ir y venir del balneario al monasterio y le inspiró, no es cosa extraña, dos de sus leyendas más conocidas, 'La Cueva de la Mora' y 'El Miserere'.
La Fiterana enseña su cartel desde hace ya medio siglo, pero el chef David González lleva menos de una década dando de comer con los productos de la tierra como protagonistas. En este restaurante se descubre el valor de la verdura con platos como la cebolla confitada con salmorejo, el ravioli de borraja con crema de hongos y perretxikos, los espárragos cocidos al vacío y pasados por la plancha, los arroces o las alcachofas con panceta. Carnes, también, claro.
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