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Lanestosa ha crecido alrededor de las orillas del río Calera. José Miguel Uyarra

Un paseo junto al río en Lanestosa

Casonas, calles empedradas y prados jalonan el sendero del arroyo Calera en el pueblo más pequeño de Bizkaia, en el fondo de un espectacular valle

Jueves, 3 de junio 2021, 21:40

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Que es el municipio más pequeño de Bizkaia es casi lo primero que se dice de Lanestosa cuando se habla de esta localidad. Que pequeña sí, pero que Villa también, probablemente será lo segundo. Y luego ya viene lo más importante: que las casas de piedra, las calles empedradas, los puentes, la huella de los indianos, todo lo construido, refleja muy bien la historia del lugar. Lo que estaba antes, todo el entorno natural, impresiona más si cabe que ese aire medieval que se conserva en gran parte de Lanestosa.

Montañas bien altas, mucho verde, un río que pasa justo por el medio del casco urbano... y que marca una salida muy clara, buscando allá al fondo otros pueblos. Así que es una buena guía para recorrer esta villa situada al pie del puerto de Los Tornos, paso natural entre las montañas de Burgos y la costa cantábrica y por lo tanto punto estratégico de las idas y venidas de los caminantes y comerciantes de distintas épocas.

El río se llama Calera y hay una senda peatonal muy bien señalizada, con carteles explicativos sobre la fauna, la flora, los materiales constructivos, los marcadores medioambientales... Son en total un par de kilómetros de punta a punta de Lanestosa, que primero atraviesan las calles empedradas y dan la oportunidad de mirar fachadas –y flores– y después van pasando campas en las que pastan las ovejas.

El puente viejo.

Llanito, tranquilo, con la posibilidad de continuar más adelante y poner rumbo a Ramales de la Victoria (ya no hay fronteras), como si se le llevara la contraria al emperador Carlos V, que en el año 1556 desembarcó en Laredo y puso rumbo a Burgos, pasando por Lanestosa, para luego dirigirse a su retiro en el monasterio de Yuste (Cáceres).

Hay cerca de las piscinas y junto a la carretera un edificio enorme, un albergue y restaurante que hace unas semanas parecía llevar mucho tiempo cerrado, como tantos. Ese es el punto de partida para acompañar al Calera; desde allí, se cruza a la otra ribera, ya sin ruido de coches. Allí crecen los laureles como si nada y no es mala idea aprovechar para llevarse una hojitas que añadir a los cocidos y al arroz con leche.

Casas de indianos

Después de unos minutos entre los árboles y oyendo a las aguas del Calera en su viaje, la senda se mete en el núcleo urbano hasta la plaza José María Makua Zarandona. A la derecha, al otro lado de la carretera, preciosas, enormes (y algo abandonadas) casas de indianos; en la plaza, piedra y más piedra y los puentes, uno de ellos de piedra, por supuesto, como corresponde a todo Puente Viejo; y más allá, en la otra orilla, las callejuelas empedradas, las casonas y las casitas con balconadas, la iglesia y los bares, que nunca vienen mal.

No se tarda mucho en dar unas vueltas por esta parte y luego volver junto al río. Las casas se van espaciando y al final solo hay caminito y praderío. Por momentos el río puede desaparecer de la vista y del oído, se cuela entre las piedras, pero luego vuelve a aparecer. A la vuelta, en vez de hacer exactamente el mismo camino, se puede cruzar el curso de agua por la calle Gutiérrez-Martínez, andar en paralelo a la carretera y parar en Sweet Cakes para comprar algo de postre.

Parada y fonda

En la calle Manuela Sainz de Rozas está El Fogón . Tiene una buena terraza, ideal para tiempos como estos e ideales son también los platos del menú, aunque no se haya hecho mucho ejercicio: alubias rojas, ensalada de queso de cabra o de bacalo, pastel de puerros, lasaña de verduras, bacalao con piperrada, carrilleras ibéricas, lubina al horno y postres caseros. Disponen además de un rincón con conservas variadas para acompañar el poteo o llevárselas a casa.

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