
Buscando lamias en La Rioja
Ojacastro (La Rioja) ·
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Ojacastro (La Rioja) ·
Aunque el topónimo Laminiturri nos habla de una fuente, en aquel lugar de nombre legendario no existe mucho más que un mínimo manantial que fabrica ... en el mejor de los casos una pequeña charca. Envuelto en un magnífico hayedo al este de las cimas de Itecha y San Quílez el paraje nos permite soñar con evocadoras imágenes de lamias, aquellas bellas jóvenes con pies de pato usando peines de oro entre brumas de primavera.
Demostrado está que la lengua de los vascos se habló en otro tiempo en La Rioja y así se descubre en cuanto se repasa la toponimia de muchos rincones naturales de su geografía. Perviven en la región numerosos apellidos vascos que tienen sus raíces en las sucesivas emigraciones de artífices y artesanos que a lo largo de los siglos llegaron a La Rioja para participar en la construcción de templos y monasterios. Es bueno recordar que en el siglo XIII una «fazaña», una especie de sentencia que daba forma jurídica a los hábitos y costumbres en la Alta Edad Media, pedía a un merino o funcionario real llegado para un juicio a Ojacastro que hablara el vascuence. Por algo sería; el valle de Ojacastro fue, al parecer, el último reducto en La Rioja de esta lengua que se había perdido ya para el siglo XV en las zonas llanas.
Ahí vamos. El valle de Ojacastro está dibujado por el río Oja y sobre él se empinan las montañas que acogen a unos cuantos pueblos apiñados; al oeste, más altos que la villa de Ojacastro, Tondeluna y Arbiza tienen todavía moradores, Amunartia y Zabárrula ya están despoblados y en silencio. Al este, Uyarra es la única aldea habitada, Ulizarna está vacía.
Por encima de Ojacastro, la villa y cabeza del municipio, baja el arroyuelo de Muraga que alimentan otros dos regatos llegados desde la montaña de San Quílez. Barrotarna es uno de ellos, el del Horcajo es el otro y la fuente principal de este es Laminiturri y es ahí donde vamos en busca de alguna lamia. Claro, si vamos de día y en algarabía seguro que no tendremos oportunidad alguna de encontrar a ninguna de ellas, ni siquiera escondida aunque las hubiera.
Los caminos de Laminiturri pasan aquellos barrancos, por sus bosques de hayas, pisan hojarasca y emanan frescura desde la humedad de primavera. Cuando se descubre el lugar que se había imaginado pintoresco casi sorprende que solo sea una pared tapizada de musgos a cuyos pies se estanca el agua de un manantial escaso. Una empalizada de madera protegió un tiempo la charca pero el ganado se ha encargado de echarla por tierra.
¿Quién puso el nombre a la fuente? No lo podemos saber pero quien lo hizo imaginó ¿o quizás vio? a una lamia que arreglaba sus cabellos con un peine de oro quedando seducido al instante.
Cuando aquella tierra riojana era reino de Navarra y tuvo incluso su capital en Nájera lo natural era llamar a las cosas como se pensaba. Así que una fuente donde alguien propuso una leyenda tendría que llamarse necesariamente Laminiturri. Si alguien decide conocerla deberá guardar silencio y caminar con sigilo, no sea que asuste a las lamias y nunca pueda verlas.
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