Dani Rovira: «Si no me agarrara a la vida a través de la comedia me tiraría por un puente»
«Ya no me apetece defender películas que no me creo», afirma el protagonista de 'Playa de Lobos', que se aburrió «de hacer casi siempre lo mismo»
Dani Rovira (Málaga, 45 años) ya no busca tanto hacer reír en el cine como en los escenarios. 'Playa de Lobos', ya en cines, contribuye ... a deconstruir la imagen de cómico cimentada en '8 apellidos vascos', que películas como '100 metros' y 'El bus de la vida' han ido acercando al actor dramático. Mientras, en sus monólogos disponibles en Netflix ('Odio', 'Vale la pena') excarba en sí mismo: en el éxito que se le atragantó, en el linfoma que superó, en la depresión que vino después.
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–'Playa de Lobos' empieza con risas, pero la cosa se va ennegreciendo...
–Me gustó que el guion se atreviera a nadar entre varios géneros de manera desacomplejada. Una rara avis, porque últimamente las raras son las avis que más me gustan. Parece que si en los primeros diez minutos de una película no sabes de qué va, te pones nervioso.
–¿Le ofrecen comedias que desecha?
–Tristemente me llegan guiones muy parecidos a cosas que ya he hecho y ya he visto. 'Playa de Lobos' era rara de cojones, así que me metí de cabeza. Después, cuando ya dije que sí, supe que el coprotagonista era Guillermo Francella.
–¿Impone trabajar con un actorazo así?
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–Sí. Por suerte o por desgracia me impone, aunque yo me sobrepongo al acojone. En mi carrera he estado frente a monstruos de la interpretación: Carmen Maura, José Sacristán, Carmen Machi, Karra Elejalde... Francella es un tótem, a veces se me olvidaba de que estaba a la par y me quedaba mirándole como si fuera un espectador. Lejos de hacerse pequeñito, uno debe saber cuál es su sitio y decir que tiene derecho a estar allí. Al principio, me conformaba con no estropear la película junto a una bestia así; es como cuando juegas al ajedrez frente a un maestro: o te haces pequeñito o creces. Francella me ha hecho ser mejor actor.
–Cuando cuenta chistes malos en la película parece deconstruir su imagen.
–Sí, la gente puede pensar: ahí está Dani Rovira haciendo de Dani Rovira... Lo bonito es que mi personaje, simplón y al que ves venir, me supuso un reto interpretativo muy grande. Está muy expuesto, en carne viva todo el rato. Hubo momentos en los que le confesé al director que no sabía si iba a saber hacerlo. Lo pasé mal.
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¿Llegó un momento en su carrera en que existía un modelo de comedia Dani Rovira?
–Pasa mucho en el cine y la música. Cuando sale algo exitoso, después se hacen muchos productos del mismo tipo. '8 apellidos vascos' era la fórmula del pez fuera del agua, no es que inventara nada, pero después vinieron una recua de muchas películas similares. Me aburría de hacer casi siempre lo mismo. Parece que tienes que dejar de hacer comedia de manera radical para que te digan que has hecho '100 metros', 'Mediterráneo', 'El bus de la vida' o la serie de Urbizu ('Cuando nadie nos ve'). No me niego a hacer comedias –ahí está 'Cuerpo escombro', que era muy macarra y transgresora–, pero me he plantado un poquito. Me mola rodar cosas que vayan alineadas con mi momento vital. Ya no me apetece defender películas que no me creo mucho. El día que las haga será porque las he escrito yo.
–¿En la vida real le sigue saliendo el cómico? ¿Contempla el mundo desde el prisma del humor?
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–Siempre. No solo sale el cómico cuando hay una transacción monetaria, sino en el día a día. Yo me agarro a la vida a través de la comedia. Si no, me tiraría por un puente. Tengo esa dualidad de que soy una persona intensa, con una sensibilidad a flor de piel, muy emocional y afectada. Los cómicos detectamos mil matices en la comedia, como los esquimales con el hielo. Hacer reír está muy bien, pero meter comedia en tus propios pensamientos cuando ves algo por la calle es muy satisfactorio.
–En sus monólogos cada vez recurre a cosas más íntimas.
–La comedia marida muy bien con todo. Incluso con emociones que a priori están muy alejadas de ella, como el odio, la tristeza y el miedo. Me remueve por dentro y me siento vivo en el escenario. Poner el foco en situaciones incómodas me parece interesante. Me gusta mucho la psicología, mover el avispero del cuore, que te rías pero que también te pase algo. Defender cada noche un texto anodino te convierte en un papagayo.
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–Lleva desde los 18 años delante del público. ¿Qué ha aprendido de la gente?
–Cuando la gente se junta en masa se crea un tipo de energía y solemos hablar de ello para mal: la turba. Sin embargo, cuando se reúne frente a un cómico se produce algo muy bonito. Personas que no se conocen pero han venido con el mismo objetivo. Yo no contemplo a mil personas en un teatro, sino a una creada por mucha gente. Cuando entran a la vez en la risa, en el sobresalto, en la emoción, es mágico. Es como en los conciertos, cuando el público canta al unísono y suena afinado. También te digo que, fuera de los teatros y conciertos, procuro huir de la masa.
–Le han pasado muchas cosas en los últimos años. Ha tenido que recurrir a terapias y herramientas para poder sobrellevarlas.
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–Llevo doce años haciendo terapia. Ha habido rachitas en las que ha habido que reforzar el bastón emocional. Mi trabajo consiste en comunicar, y encima de un escenario me resulta más fácil hablar de las cosas que me han pasado, las buenas y las malas. No muestro pudor en compartir lo que me ha ocurrido en estos últimos cinco años, aunque hay cosas que me quedo para mí. La vida me ha cogido del brazo y no me ha soltado, a ver si me deja un ratito en paz... Con que no pase nada, 2026 me parecería un buen año. Más que la felicidad y acontecimientos extraordinarios, uno busca ya la calma.
–Una vez me contó que la peor actuación de su vida fue en un bar de copas de Dos Hermanas, donde nadie se rio. ¿Se le aparece en sus pesadillas?
– Ja, ja. Ese miedo se me quitó. Mis pesadillas recurrentes van por otro lado. Confío mucho en la comedia. Uno tiene miedo de que su humor se quede antiguo y de no conectar con las nuevas generaciones. Una vez, un amigo, Don Mauro, un cómico maravilloso que falleció hace poco, me dijo: Dani, para hacer humor hay que estar relajado. Anoche estuve en 'La Revuelta', y te preocupas para ver si rascas tres o cuatro momentos divertidos. Pero luego llegas y fluyes. Me acuerdo de Mauro y me relajo, sin tener cara de hambre, cara de chiste.
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Un duelo muy negro entre Dani Rovira y Guillermo Francella
Ya conocemos al Dani Rovira dramático, ajeno a las risas, el último, el guardia civil de la serie de Enrique Urbizu 'Cuando nadie nos ve'. Lo que le faltaba al malagueño es una comedia negra, negrísima, que juegue con su imagen y desbarate nuestras expectativas. Un papel de buen tipo sin muchas luces, un pobre diablo que trabaja en el chiringuito playero de un 'resort' de Fuerteventura y al que se le aparece un mefistofélico turista que le maneja a su antojo, encarnado por ese gigante de la interpretación que es el argentino Guillermo Francella (la serie 'El encargado'). Cuesta un rato entender cuál es el rumbo de 'Playa de Lobos', que remite a la magna 'La huella', de Mankiewicz, el enfrentamiento dialéctico entre dos personajes en un escenario único. Los chistes (malos) a modo de despiste que cuenta Rovira al inicio dan paso a las numerosas citas que el actor y director Javier Veiga disemina en el filme, que van de Groucho Marx a 'Extraños en un tren'. El juego casi teatral (el guion se podría llevar tal cual a los escenarios) se va ennegreciendo según avanza el metraje, salpicado por las intervenciones de una murga carnavalera a modo de coro griego. Curiosa.
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