De Bruselas a Azpeitia, una palinodia energética recorre Europa. Lo de Azpeitia tiene que ver con Bildu rectificando su tradicional rechazo a los parques eólicos. ... Y lo de Bruselas con Ursula von der Leyen vestida de bandera ucraniana o suplente de Boca Juniors diciendo cosas épicas como esta: «En los tiempos en los que vivimos no puede ser que algunos obtengan unos beneficios extraordinarios y sin precedentes gracias a la guerra y a costa de los consumidores». Extrañamente, los corresponsales no informan de si, al oír a la presidenta de la Comisión, surgió el nerviosismo en los escaños de los europarlamentarios populares españoles: «¡Las energéticas, tú! ¡La clase media y trabajadora!» Quizá los parlamentarios populares solo se desmayaron en silencio.
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Sucede que lo que anunció ayer Von der Leyen es una versión de lo que el PP no votó la víspera en el Congreso. Y eso no va a ser fácil de explicar. Por más que Europa quiera intervenir sobre los beneficios y redireccionar esa pasta hacia la factura del consumidor. «Tenemos que desligar la influencia dominante del gas sobre el precio de la electricidad». Esa es la idea general y la proclamó ayer la presidenta como si no llevase meses rechazándosela al Gobierno español, que la enunciaba de un modo idéntico, clavado, literal.
Si el volantazo de la Comisión se explica por la invasión de Ucrania y el chantaje de Putin, el cambio en Bildu se explica por otra razón geopolítica: Noruega. Es que es una empresa pública de allá la que quiere construir el parque eólico en Azpeitia. Y, al tratarse de noruegos, la alcaldesa de la izquierda abertzale se abre ahora a someter el proyecto a una asamblea ciudadana. A la espera de saber por qué será mejor una empresa pública extranjera que una privada autóctona, cabe imaginar que quizá las aspas noruegas no decapiten a los pájaros vascos por razones relacionadas con Joan Baez y el 'Txoria txori'. O quizás el ataque pragmático tenga mayores implicaciones y la segunda fuerza del país mire ahora a la lejana Escandinavia en plan aspiracional. Pues, veamos, Noruega es un país de gente alta y rubia que es rico e igualitario, perfora el Ártico en busca de petróleo y, no solo pertenece con entusiasmo a la OTAN, sino que les regala a los jóvenes un año de servicio militar al cumplir los dieciocho.
CARLOS III
Soportarlo
Tras seis días en el trono, Carlos III da señales de extenuación. Ni sabe en qué día vive. El martes se equivocó al firmar el libro de condolencias en Hillsborough. «Oh Dios, he puesto la fecha mal», refunfuñó. «También la has puesto mal antes», colaboró la reina consorte. Y las cámaras grabando. Todo era más fácil cuando de las escenas reales se encargaba Holbein. Después hubo problemas con la pluma. Carlos III se manchó. «¡No puedo soportar esta maldita cosa!». Y se levantó molesto. El otro día ya fallaron las plumas. La bandejita. Estaba donde no tenía que estar. Errores, fallos... En la próxima crisis estilográfica puede que Carlos III se harte y firme su abdicación en el folio que tenga delante. Lo que no puede ser es que en esta monarquía sea siempre el mismo el que se lo echa todo a la espalda.
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GESTO
Los justos
No hay imágenes que muestren el mecanismo del terror de ETA como esas en las que se ve el acoso a quienes se concentraban tras la pancarta de Gesto por la Paz. Comenzaron las concentraciones en 1985 y ocho años después su energía cristalizó en un símbolo decisivo: el lazo azul. Aquel trozo de tela significaba a su portador y lo exponía a los problemas. «Al del lazo, navajazo», se leía en las paredes. En las concentraciones, a la gente de Gesto les tiraban monedas. Su mérito fue extraordinario. No eran víctimas de la violencia, sino ciudadanos que decidieron no callar cuando la violencia caía sobre un semejante. Fueron los justos. Poco dados a figurar e incompatibles con el oportunismo, su dignidad permanece intacta.
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