«A favor de Ángel Gabilondo hay que decir que él ya era razonable antes de que llegasen los estrategas»

Con la efectividad con la que en nuestro país las élites creativas especializadas se aplican al plagio, los estrategas del PSOE le han adaptado lo de De la Rúa a Ángel Gabilondo para las elecciones madrileñas, esas autonómicas que van sobre España. En las siguientes generales imagino que el resto de los españoles tendremos que decidir sobre el tercer carril entre Colmenar y Tres Cantos y el intercambiador nuevo en Getafe.

Los estrategas del PSOE también habrán pensado en Biden jubilando a Trump a la hora de adjudicarle a Gabilondo ese eslogan: «Soso, serio y formal». Aun estropeando la serie trimembre, yo le habría metido más potencia: «Soso, serio, hogareño, apacible, cocinillas y formal: un buenazo». Lo digo porque ayer en Madrid las apelaciones de Gabilondo al votante «no radicalizado» fueron llamativas. Incluso Más País se apuntó. Y la víspera vimos a Pedro Sánchez denunciando la polarización. Vaya. No debía de ser él ese presidente que lleva dos años centrado en no hacerse conveniente, sino inevitable, al definir todo lo que queda a su derecha, no como inconveniente, sino como fascismo.

A favor de Ángel Gabilondo hay que decir que él ya era razonable antes de que llegasen los estrategas. Por eso era un político arrinconado. Hay algo escandaloso en apostar ahora por la moderación como la enésima estratagema cuando se han cruzado líneas tras las que sirven de poco los modales. Recomponer es siempre más difícil que romper. Dos años después de que en Argentina ganase la opción aburrida, el país se hundía en el corralito y las calles ardían al grito de «¡Que se vayan todos!». Tras declarar el estado de sitio y dimitir, a Fernando de la Rúa tuvieron que sacarlo de la Casa Rosada en un helicóptero que puso en riesgo la estructura del edificio aterrizando en la azotea. La alternativa era peor: el gobernante aburrido salía en coche del palacio presidencial y lo linchaban.

Al ser hijo del cuerpo de toreros, José Luis Ábalos sabe que hay que estar 'en figura' en todas las plazas. Eso explica que en febrero confirmase que se mantenía la fecha de llegada de la Alta Velocidad a Euskadi en el año 2023. Pero no porque fuese a cumplirse, sino para demostrar que el Gobierno no se «relaja». «¡Olé, ministro!», debió de romperse Koldo, el ayuda, desde la barrera. La semana pasada, claro, el consejero Arriola anunció que lo del TAV en 2026. Si hay suerte. El nuevo retraso molesta al PNV, que se siente a veces un socio más y no uno preferente. Si esa molestia causa problemas por el lado de la gobernabilidad, no descarten ver al ministro Ábalos saliendo a los medios para anunciar que el Gobierno sigue sin relajarse y, no solo no retrasa la llegada del TAV a Euskadi, sino que la adelanta a 2014, retomando así con ambición las previsiones del año 2009. Total, será por lanzar fechas. A estas alturas. Qué más dará.

Se dice a veces que los jóvenes son los perdedores de la pandemia al coincidir esta con el mejor momento de su vida. Creo que no funciona así. Los jóvenes harán cuentas con la diversión. Es la gente a la que la pandemia le arrebata los últimos encuentros la que pierde por ese lado. El problema de los jóvenes es otro. Si abrirse paso en el mundo anterior al Covid era difícil, la crisis que viene va a ponérselo imposible. Sin embargo, asistes al debate público español y asombra que parezca haber tantas cosas más urgentes, y ficticias, que remediar.