Velo islámico forzoso y libertad de conciencia
El pasado mes de marzo, un marroquí de 23 años que vivía en Lorca se dedicó a acosar a una compatriota suya que no era musulmana
El pasado mes de marzo, un marroquí de 23 años que vivía en Lorca se dedicó a acosar a una compatriota suya que no era ... musulmana. Le enviaba mensajes telefónicos injuriosos en los que le reprochaba ser una mala musulmana y vestir ropas inapropiadas. También la amenazaba con denunciarla a su marido para que la castigase por no cumplir los preceptos del Islam. Finalmente, la abordó por la calle, la zarandeó violentamente e incluso le tiró de los pelos para obligarla por la fuerza a ponerse el velo. Luego le dijo que ella no podía denunciarle porque se encontraba en España en situación irregular. La mujer decidió denunciarle de todas formas. El miércoles fue arrestado en El Ejido.
Casos como este suceden de vez en cuando. El 9 de mayo fueron arrestados otro marroquí y un senegalés por propinar tremendas palizas a sus esposas para que se convirtiesen al Islam integrista. El marroquí fue detenido en Abadiño. El senegalés, que vivía en Bilbao, escapó y fue arrestado –casualidades de la vida– en Lorca. Repasando con calma las hemerotecas, es fácil encontrar un goteo constante de casos similares cada año. En muchos de ellos, los agresores ni siquiera intentan negar su culpa o escapar. Provienen de un mundo donde la violencia doméstica es un derecho consuetudinario y la desigualdad de género es un pilar básico del orden social.
Merece la pena destacar que la mujer agredida en Lorca ni siquiera era musulmana. Sin embargo, su agresor la trataba como si lo fuese. En primer lugar estaba casada con un musulmán, de manera que se sobreentendía que su matrimonio anulaba por completo su libertad de conciencia y la forzaba a profesar el Islam, pues la esposa ha de estar totalmente sometida a la autoridad de su marido. En segundo lugar era marroquí y eso, por lo visto, la calificaba automáticamente como musulmana. En Marruecos, el 99% de la población es musulmana, y hacerse ateo o cambiar de religión es un delito grave.
El problema surge cuando esa gente se instala en otro país donde rigen otras normas. La libertad de conciencia no significa únicamente poder profesar la religión que mejor te parezca o ninguna en absoluto. También significa que ni el sacerdote ni la familia ni el Estado pueden invocar la religión como pretexto para coaccionarte. Tu alimentación, tu vestuario, tu vida sexual, tu elección de conyugue, tu cumplimiento de ciertos ritos o tu asistencia a los lugares sagrados, etc, son decisión exclusivamente tuya; y si eso infringe determinados dogmas, es cuenta cerrada entre la divinidad y tú.
El problema es que este tipo de decisiones nunca son cuenta cerrada entre el creyente y su dios, porque de estos asuntos depende la configuración del orden social y el reparto del poder. No llevar velo o no vestir ropas holgadas son símbolos palmarios de desobediencia. Por eso el marroquí de Lorca agredió a una mujer que ni siquiera era de su familia. Era como el oficial de un ejército que ve a un soldado raso haciendo algo contrario al reglamento castrense. Aunque ese soldado no sea su subordinado directo, aunque pertenezca a otra unidad, es un inferior en rango y debe ser disciplinado de manera rápida y contundente. Y la deserción se castiga con la muerte.
Este problema no es exclusivo del Islam, pues depende sobre todo de las estructuras familiares muy patriarcales y autoritarias. La creencia religiosa se ajusta para justificar toda clase de injusticias, y el clero, generalmente masculino, colabora con mucho gusto en la legitimación de la desigualdad y el autoritarismo. El problema es más evidente hoy en las sociedades islámicas porque la crisis estructural que sufren provoca una reacción de encastillamiento, de reafirmación de los valores tradicionales, exacerbándolos, llevándolos hasta las últimas consecuencias, hasta rozar el absurdo y el delirio, y eso es lo que suele llamarse integrismo. Ciertamente que es un grave problema, pero no tiene por qué ser nuestro problema, ni el de las forasteras que viven entre nosotros y confían en nuestra protección.
La libertad de conciencia es un fundamente indispensable del sistema democrático y, por lo tanto, no es algo negociable. Lo mismo sucede con la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Asumir como propias dichas normas debe ser requisito indispensable para que un emigrante pueda asentarse en España. De lo contrario, abierto tiene el camino para volverse a su tierra.
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