China creó recientemente un organismo intergubernamental dedicado a la resolución de disputas internacionales mediante mediación. Ubicado en Hong Kong, pretende ser un nuevo mecanismo cooperativo, ... comprometido con los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas. Se posiciona como una alternativa y complemento a organismos como la Corte Internacional de Justicia o la Corte Permanente de Arbitraje. Desde una perspectiva geopolítica, refleja el creciente interés de China en reforzar el papel del Sur Global en procedimientos de gobernanza internacional y equilibrar estructuras que a menudo percibe como dominadas por Occidente.
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Su instrumentación coincide con el sorprendente auge mediador paralelo del presidente de EE UU, que alcanza al propio «extranjero próximo» de China. En efecto, en el conflicto entre Tailandia y Camboya, ocurrido recientemente, la intervención de Trump fue decisiva para el cese de las hostilidades entre ambos países, recurriendo una vez más a la amenaza del ariete arancelario. El propio primer ministro camboyano Hun Manet, sin dejar de reconocer el papel de Malasia y la Asean, anunció su intención de nominar a Trump al Nobel de la Paz. China participó en el proceso, pero el alcance de su intervención fue menor.
Un segundo escenario de referencia es el acuerdo de paz suscrito entre el primer ministro armenio Nikol Pashinyán y el presidente azerbaiyano Ilham Alíyev. El documento, mediado por Trump, representó un avance significativo tras casi cuatro décadas de conflicto por Nagorno-Karabaj. El pacto incluye la creación del corredor Zangezur, renombrado como 'Trump Route for International Peace and Prosperity' (Tripp), un enlace de tránsito entre el territorio principal de Azerbaiyán y su exclave Nakhchivan, atravesando Armenia. Esta infraestructura –que contempla vías férreas, oleoductos, gasoductos y fibra óptica– estará bajo derechos de desarrollo exclusivos para EE UU durante 99 años. Washington asume un papel central y consolida su influencia en la región del Cáucaso dejando en segundo plano a otros actores tradicionales como Rusia.
Trump también reivindica su papel en la desescalada de las tensiones nucleares entre India y Pakistán, o en el cese de hostilidades entre Israel e Irán tras doce días de conflicto. Bien es verdad que la extrema afinidad con el Israel de Benjamín Netanyahu le lleva a lavarse las manos en el genocidio contra la población de Gaza, o que en la guerra de Ucrania su labor no ha dado los frutos esperados, pero algunas de estas intervenciones muestran resultados tangibles, aunque otras son exageraciones o prematuras y obedecen, sobre todo, a un desmedido afán por posicionarse globalmente como un respetado mediador. En esos mismos conflictos, tampoco China, que desde el inicio ha promovido soluciones diplomáticas, ha cosechado resultados apreciables.
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En el haber de Pekín cabe destacar algunas acciones relevantes, como el alto el fuego en Myanmar. Otro tanto cabría decir respecto a la reconciliación entre las numerosas facciones palestinas que logró reunir en su capital imprimiendo un nuevo rumbo indispensable para que este territorio pueda contar algún día con un gobierno unificado. No menos importante ha sido la normalización de relaciones entre Arabia Saudí e Irán, una mediación ciertamente histórica, cimentando una firme posición como un intermediario regional confiable. Más recientemente, cabría citar el acuerdo Afganistán-Pakistán para restablecer relaciones diplomáticas a nivel de embajadores. Kabul, además, fue invitado a integrarse al Corredor económico China-Pakistán. Por otra parte, media activamente para lograr una resolución pacífica de la cuestión nuclear iraní.
La Organización Internacional de Mediación (IOMed) debe iniciar sus operaciones a finales de este año. Su puesta en marcha revela un empeño estructural de China en abrir un espacio de presencia e influencia en este ámbito que contrasta con el enfoque más personalista de la mediación que impulsa la Administración Trump. En la ceremonia constitutiva de la IOMed participaron representantes de unos 85 países y cerca de 20 organizaciones internacionales. Estados Unidos no estuvo entre ellos. Tampoco se espera que se sume, lo que abrirá un nuevo espacio para la competencia por la influencia global, un escenario que no necesariamente excluye la cooperación que se ha podido apreciar, por ejemplo, en el contencioso entre Tailandia y Camboya.
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El enfoque de China en la mediación internacional tiene unas características propias, distintas de las que suelen impulsar a Estados Unidos. Entre ellas, cabría citar algunas esenciales como la no injerencia y el respeto a la soberanía, postulando que la mediación debe facilitar y no imponer, cediendo el protagonismo de la solución a las partes en conflicto. Suele presentarse como un actor imparcial, cultivando lazos no excluyentes con las partes enfrentadas. Su enfoque es gradual, prefiere pasos incrementales que aseguren una resolución bien trabada y definitiva del conflicto. A menudo, se acompaña de proyectos de inversión, comercio o infraestructuras y no tanto de sanciones o presión militar. El énfasis cultural en su tradición civilizatoria resalta el valor de los consensos o las consultas, como también la discreción.
China sigue sumando opciones como actor global priorizando el multilateralismo. En solitario, EE UU, por el contrario, advierte de que muchas de sus capacidades, hoy cuestionadas por el batiburrillo del declive, siguen en plena forma y dispone de recursos de todo tipo para hacerlas valer en no pocos contenciosos.
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