Nadie sabe a día de hoy, a ciencia cierta, cómo será nuestra vida cotidiana dentro de cuatro, cinco o seis meses. A corto plazo, los ... próximos tres meses, nos espera una vida plagada de precauciones: distancias sociales, higiene de manos, mascarillas, empresas que ya no pueden resistir, aumento de personas en paro, personas que van a fallecer empujadas por el bichito (más del 90% de los que han fallecido tenían más de 65 o 70 años), educadores y médicos desbordados, padres que tienen miedo de enviar a sus hijos al colegio y los profetas de calamidades de siempre (¿hay que nombrarlos?) pescando en aguas revueltas. ¿Cuántas huelgas, por un plato de lentejas -y aún menos, y con mentiras- nos esperan los próximos meses?
Publicidad
Confiero mi deuda intelectual con el sociólogo Edgar Morin, que con sus 99 años de edad acaba de publicar su enésimo libro, aún no traducido al castellano, titulado 'Cambiemos de via. Las lecciones del coronavirus' (Ed. Denoël). En una reciente entrevista a la revista católica 'La Vie', un Morin que se dice agnóstico, espiritual y abierto al Misterio señala -lo digo con mis palabras- que vivimos una división de generaciones: una generación sacrificada de jóvenes, unos ancianos que no pueden abrazar a sus nietos y los adultos temerosos de perder su trabajo.
La globalización, apunta Morin, es un fenómeno de occidentalización tecno-económico, impulsada por la sed irrefrenable del provecho económico. La codicia, que diría el Papa Francisco. Además, la pandemia, en lugar de crear un vasto movimiento de solidaridad planetaria, por el contrario, ha llevado a los estados a cerrarse sobre sí mismos. Una era regresiva global lleva operando durante varias décadas, con una crisis de las democracias en todas partes, la hegemonía de los poderes económico-financieros, estallidos de fanatismo nacionalista o religioso, guerras locales con intervenciones internacionales y la sumisión a la tecnología (no confundir con la ciencia).
«La locura eufórica del transhumanismo -y aquí le cito textualmente de una entrevista en marzo de este año- lleva al clímax el mito de la necesidad histórica del progreso y del dominio por parte del hombre no solo de la naturaleza, sino también de su destino, al predecir que el hombre accederá a la inmortalidad y al control. Todo por inteligencia artificial. Pero, si podemos retrasar la muerte por envejecimiento, nunca podremos eliminar los accidentes fatales donde nuestros cuerpos quedarán aplastados, nunca podremos deshacernos de bacterias y virus que se modifican constantemente para resistir remedios, antibióticos, antivirales, vacunas».
Publicidad
Necesitamos rechazar el dogma del crecimiento indefinido que produce y agrava el desastre ecológico en el que ya estamos inmersos. Piénsese que, en una de las zonas más ricas, con la tecnología más avanzada del planeta, California y alrededores, son incapaces de vencer al fuego que azota sus bosques desde hace semanas. No estoy defendiendo la tesis del decrecimiento, sino animando a reflexionar en qué aspectos debemos fomentar el crecimiento (lo que suponga una mejor calidad de vida, más convivial), en qué otros el decrecimiento (la locura del ilimitado nivel de vida). Potenciar el ser sobre el tener. En este orden de cosas, lo que necesitamos es una política planetaria, que conjugue la dimensión global de los problemas con la necesidad de actuar localmente. Lo que hace no mucho se definía con el término 'glocalidad': pensar global, actuar local.
Vuelvo al maestro Morin cuando subraya nuestra deficiencia para pensar la complejidad, que, «junto con el dominio indiscutible de una sed de lucro desenfrenada, son responsables de innumerables desastres humanos, incluidos los que se han producido desde febrero de 2020». Y añade que «lo desconocido avanza por ensayo y error, así como por innovaciones desviadas, inicialmente mal entendidas y rechazadas. Esta es la aventura terapéutica contra los virus. Las curaciones pueden aparecer donde no se esperaban. La ciencia está devastada por la hiperespecialización, que es el cierre y compartimentación del conocimiento especializado en lugar de su comunicación».
Publicidad
La regresión generalizada que llevamos padeciendo durante los primeros veinte años de este siglo (crisis de la democracia, corrupción y demagogia triunfantes, regímenes neoautoritarios, empujes xenófobos, racistas) no la podremos superar -de nuevo Morin- «hasta que surja el nuevo camino político-ecológico-económico-social, guiado por un humanismo regenerado. Esto multiplicaría las reformas reales, que no son recortes presupuestarios, sino reformas de civilización, de sociedad, ligadas a reformas de vida». En una conferencia que di en La Bilbaína en el marco del Club de Roma, en enero pasado, inspirándome en Morin, entre otros, defendí la fraternidad universal, que he aplicado recientemente, en un artículo de prensa madrileño, como antídoto social ante los estragos del Covid-19.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión