Algunos retos para 2021
Desconfianza hacia los políticos, demandas al Estado protector, búsqueda de una sociedad más humana, principales desafíos
El legado que nos deja 2020, ahora que damos comienzo al 2021, no es precisamente muy bueno. Bien al contrario, nos esperan, de entrada, unos ... cuantos retos a afrontar. En el marco de un artículo solo puedo apuntar a unos pocos. Me limito a los ámbitos de lo político, de lo social (en el sentido amplio del término) y en el de lo religioso, este último pues apenas nadie lo aborda, aunque tiene más influencia de lo que se quiere ver. Soy consciente de no abordar cuestiones de muchísima importancia, como el descalabro en el ámbito cultural, el cierre de tantas empresas, particularmente en la hostelería, los dramas psicológicos y de todo orden en tantas familias, entre otras.
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En lo político apunto, en primer lugar, a la desconfianza de los ciudadanos hacia los políticos. Este es un problema de una extrema gravedad. El actual ministro de Universidades, el sociólogo Manuel Castells, lo subrayaba ya hace años, en 2012, con estas palabras: «La confianza es lo que cohesiona a una sociedad, al mercado y a las instituciones. Sin confianza, nada funciona. Sin confianza, el contrato social se disuelve y la sociedad desaparece, transformándose en individuos a la defensiva que luchan por sobrevivir». Ocho años después, desgraciadamente, esas palabras son aún más actuales.
En segundo lugar, subrayo la repetida imagen que nos dan muchos medios de que los políticos están continuamente a la greña. Y no es que no lo estén. Basta seguir una sesión en el Parlamento de Madrid para constatar cómo se insultan los políticos entre sí. Me pregunto si no acabarán a puñetazos. Pero hay que añadir que, a tenor de lo que se ha impuesto como la lógica de lo noticiable, la mayoría de los medios de comunicación ponen el acento en los rifirrafes más contundentes entre los adversarios políticos convertidos, a menudo, en enemigos.
Un amigo, que está muy frecuentemente en los medios audiovisuales, me decía, de un conocido presentador de una importante cadena española de televisión, que le había confesado que, si no abría su telediario con tres noticias negativas, la gente se le iba a otra cadena. Es la pescadilla que se muerde la cola. Mucha gente pide morbo y parece recrearse en desgracias múltiples.
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En tercer lugar, cabría detenerse en el desmesurado papel que los jueces, particularmente los del Supremo, el Constitucional y la Audiencia Nacional, han adquirido en las decisiones políticas, suplantando la, pretendida, soberanía del pueblo, convertido en convidado de piedra. Pero prefiero que se lea, por ejemplo, el reciente libro de José Antonio Martín Pallin, magistrado emérito de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, quien tiene mucha más autoridad y conocimiento que yo en estos temas, libro titulado, justamente, 'El gobierno de las togas'.
En lo social quiero destacar a) las consecuencias de la pandemia en la opción por lo sanitario (que nadie pone en duda con los miles de muertes ocasionadas por la Covid solamente en España) en detrimento de lo educativo, psicológico, artístico y económico. b) antes de la pandemia y, lógicamente acrecentada después, una continuada demanda al Estado protector en detrimento de una opción cívica por la resolución de los problemas, con una, al parecer irrefrenable, opción por la publificación de la sociedad; c) el deterioro de la conversación social con la proliferación de anónimos en los comentarios de las redes sociales, (una auténtica lacra de la era digital), en su mayoría negativos cuando no insultantes rayando en lo obsceno; d) el incremento del control social sobre casi todo.
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Es lo que defiende un libro cuyo volumen (cerca de 1.000 páginas) impedirá que lo lean unos pocos: 'La era del capitalismo de la vigilancia'. de S. Zuboff, infantilizando aún más a la sociedad. Afortunadamente aún queda una minoría de ciudadanos que han apostado por la ayuda al necesitado, base para una fraternidad que vengo defendiendo como una base incuestionable para una ética universal.
En lo religioso, la dificultad para la mayoría de la población (intelectuales y obispos comprendidos) en reconocer que estamos dejando atrás, definitiva y felizmente, la era de la cristiandad, en la que lo religioso pretendía controlar la sociedad. Son los que ven, exclusivamente, el derrumbe de la práctica dominical, la casi desaparición del matrimonio religioso, el descenso de bautizos y, ya en Euskadi, la disminución de funerales. Es una visión de la era de la cristiandad vista por la era secular que, para no pocos, ha devenido una era secularista, una ideología, que pretende enviar lo religioso al ámbito personal y a los templos.
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No han leído a Peter Berger cuando escribe sobre «los innumerables altares de la modernidad». Pocos, muy pocos, en España, son conscientes del fracaso de la era secular (ya mayoritaria en la intelectualidad occidental) y que entramos en una nueva era en la que la opción de fe es una entre otras (Hans Joas en 'Los poderes de lo sagrado', no traducido), pero una fe que quiere, en quienes la profesan, participar activamente en la construcción de una sociedad más justa, más humana, más tolerante, conjuntamente, en feliz expresión de Juan XXIII, con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, sean o no creyentes.
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