Vivimos complejos momentos caracterizados por representar novedosos desafíos colectivos que difícilmente encontrarán respuestas desde el ámbito de lo individual: primero la pandemia, a la que ... sumaron la crisis climática, la emergencia energética, el desafío tecnológico y ahora las derivadas geopolíticas y sociales de la invasión de Ucrania por Rusia. Todo ello nos remite a espacios colectivos en los que se debe buscar la solución. Y la política ha de operar como fusible para conectar esa suma de energía colectiva que necesitamos para atender tantos y tan complejos retos. ¿Se está logrando tal objetivo?
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Resulta difícil. El complejo contexto que vivimos y sus duras derivadas en los planos social y económico tiene también su proyección sobre el mundo de la política y de los gestores públicos: sometidos a una presión muy estresante, con margen de maniobra muchas veces escaso, viven momentos difíciles. El sentido finalista y funcional de la política nunca ha tenido mucho glamur intelectual, pero cobra sin duda hoy un renovado protagonismo. Necesitamos que la política recupere su prestigio y su pujanza.
Debemos intentar hacer realidad el reto de una visión transformadora de la política como cauce para lograr una sociedad más cohesionada; no han de ser palabras huecas, debemos pasar de la retórica discursiva a la acción: sin ese relato compartido, sin el esfuerzo común de agentes públicos y privados, no será posible acometer la ingente tarea que tenemos por delante. En momentos tan catárticos cabría recordar que el modelo social basado en la sociedad de consumo y en el capitalismo global generará, si no se corrige y modula desde lo social, un efecto de creciente desigualdad.
¿Cómo superar ese bucle de negatividad y conflictividad en el que está instalada la política y tratar de lograr que ésta se oriente hacia la consecución de un gran pacto social y político estable, duradero, para sentar unas nuevas bases que perduren en el tiempo y permitan adaptarse a la frenética sucesión de cambios sociales y a los grandes problemas como el demográfico, el medio ambiental, el energético o el del empleo estable y de calidad, entre otros?
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Buena parte de la sociedad está instalada en el desencanto y la decepción porque percibe que sus instituciones y líderes no logran aportar a la ciudadanía las herramientas imprescindibles para alcanzar sus objetivos en su comunidad; ello conduce al desapego ciudadano y a la emergencia de corrientes antisistema, como las que representa Trump en EE UU o formaciones políticas como Vox aquí, entre otras.
Una sociedad democrática no es una sociedad sin conflictos, una Arcadia feliz sin disputas; la clave para el equilibrio social radica en que tales conflictos puedan tener cauces de expresión, debate y solución; y la política, en cuanto herramienta básica para encauzar tales disensos sociales, parece haber claudicado ante su principal mandato social.
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Debemos poner a la persona, a nosotros los ciudadanos, en el centro del debate. Una de las mejores reflexiones que nos dejó Jean Monnet, unos de los padres del proyecto europeo, merece ser rescatada hoy: nada es posible sin las personas, pero nada subsiste sin las instituciones.
¿Cómo reaccionar desde la política ante una situación tan inédita y catártica como la actual? La falta de comunicación y de interacción entre los representantes políticos revela su incapacidad para alcanzar consensos. No se trata de que todos estén de acuerdo en todo, pero el pluralismo político no puede convertirse en un trato despectivo y excluyente.
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Se instaura en la política actual una especie de reduccionismo habitual y cotidiano en los modos dominantes de interpretar la realidad, que es mucho más rica en matices y mucho más compleja que la que ofrece el discurso imperante. Y ese discurso acaba fortaleciendo los extremos y achica los espacios y opciones políticas que relativizan los postulados radicales y defienden una aproximación hacia los acuerdos, siempre mucho más difíciles de alcanzar que las desavenencias o los disensos.
Los ciudadanos, cansados, enfadados y distanciados de la previsible y acartonada manera de hacer política tradicional, reclamamos esferas de actuación y de decisión nunca hasta ahora exigidas. Para evitar un péndulo que rompa el equilibrio entre representatividad, democracia y poder son necesarias reformas profundas en el sistema político. Regenerar supone refundar proyectos, renovar liderazgos, escuchar de verdad a la ciudadanía.
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Nuestra fortaleza como sociedad civil radica en ser y actuar como un conjunto de personas unidas por un proyecto social. Si esperamos a que la mera inercia del sistema cambie la tendencia, si pretendemos replicar recetas hasta ahora utilizadas, si nos limitamos a buscar culpables a los que reprochar lo negativo, nunca superaremos las consecuencias de esta compleja situación social.
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