No es fácil optar por una conceptualización de la democracia. Afirmar que existe una democracia deliberativa y participativa está bien, pero es solo un deseo. ... La realidad es más compleja. Sin duda la democracia puede crecer cuando hay más ciudadanos participando y deliberando en espacios, momentos, y su aportación y debate tienen impacto, son asumidos por decisiones políticas institucionales. Así, es acertado para la democracia afirmar sus aspectos cualitativos, pero habría que apuntalarla especialmente en y por su dimensión cuantitativa.
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Todos los ciudadanos debaten y toman decisiones que son respetadas y asumidas por las instituciones que ellos eligen; instituciones en las que, al igual que los ciudadanos, todos sus miembros participan sistemática y continuamente en la producción de leyes definidas por el respeto y la aplicación de la libertad, la igualdad y la justicia. Es un escenario de llegada a una concepción de la democracia deseable… que no conecta con la realidad democrática.
Por tanto, definir hoy la democracia sería describir un proceso democrático. Esto es, un proceso de participación, agitación y movilización social dirigido a un mejor desarrollo y cumplimiento institucional de lo demandado en ese proceso. También la definición puede ser -es- de democracia marginal, haciendo referencia a lo que hoy es democracia. Un sistema de decisiones políticas de instituciones elegidas por los ciudadanos, cuya participación en el debate y las decisiones políticas resulta cuantitativamente marginal, por lo que no son asumidas por las instituciones. Por tanto, estas no aplican la ley respetando la igualdad, la justicia… y la libertad.
Este es el escenario real español, donde además se dan prácticas políticas, discursos, acciones que añaden daños y pérdidas a esa ya marginal democracia. Así, por ejemplo, la Inteligencia Artificial (IA) ataca el ideal de deliberación ciudadana . Es una fuerza que sustituye -impone- el contenido y resultado de deliberaciones y, por tanto, aumenta la eliminación del debate y el correspondiente protagonismo colectivo, en el que conjuntos de ciudadanos deciden qué debe hacerse para lograr una sociedad más justa, más libre, más igual. Y, desde el otro lado, desde las instituciones, se reduce o se alarga hasta la eternidad la ejecución de leyes, se rechaza o excluye a miembros de las instituciones en los procesos decisorios, se ausentan sistemáticamente de parlamentos, consejos, donde deben tomarse sistemáticamente decisiones… democráticas.
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Amplios sectores de la ciudadanía apoyan que un político llame antidemócrata a otro por una decisión que no le gusta
Por otro lado, existen permanentes denuncias y críticas de políticos a otros políticos acusándoles de no ser demócratas. Hoy, en plena actualidad, la sistemática descalificación a determinados políticos por tener conductas o relaciones llamémoslas inadecuadas, por corrupción o desprecio hacia las mujeres. Conductas que por supuesto merecen crítica y rechazo pero que no tienen relación alguna con exigencias o compromisos democráticos. Como tampoco tiene relación con la democracia el insulto de antidemócrata a un político que ha tomado una decisión que no ha gustado (como no me ha gustado... es un malvado antidemócrata ) a otro político.
La descalificación de otros políticos acusándolos de no demócratas, cuando su conducta no tiene nada que ver con la democracia, es reiterada constantemente por la derecha, especialmente por el Partido Popular. Sin embargo, el PP, junto con Vox, es el menos valorado (Eurobarómetro) en conducta democrática. Solo es una aparente contradicción. Resulta políticamente operativo utilizar el insulto antidemocrático. Amplios sectores de los ciudadanos, sin entrar a considerar cuál es el contenido -el ser- de la democracia (entre otras razones porque están fuera de la misma), apoyan la calificación insultante de antidemócrata de otro político porque es una calificación que les parece dura y además proviene de un político al que ellos apoyan.
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Por eso tienen argumentos para votar en contra del malvado enemigo de su amigo supuestamente demócrata, que por otro lado no lo es. Pero es algo que no le importa al votante. Le basta con compartir el insulto. Y eso es lo que ocurre en el escenario electoral.
Impulsar hoy otra democracia, una democracia plena, implica denunciar e impedir el uso del insulto de antidemócratas a políticos y ciudadanos por conductas que nada tienen que ver con la democracia. Pero, sobre todo, supone impulsar los procesos de participación.
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