Palabras sobre el precipicio
Quiero creer que la vigorosa reacción de la sociedad vasca al asesinato de Miguel Ángel Blanco es una de las razones que desanimó a los estrategas de ETA
Hay actos de crueldad incalificables porque dejan pálida cualquier palabra que utilicemos para describirlos, condenarlos o consolar a sus víctimas. Uno de ellos fue el ... tiro en la nuca con cuenta atrás que acabó con la vida de Miguel Ángel Blanco Garrido. Esa ejecución sumaria que no pudimos evitar localizando a tiempo a quienes la perpetraron. Ese recuerdo amargo del fracaso de todos los esfuerzos policiales y de todo tipo que intentamos. El drama que retrata la radiografía de la trayectoria de una bala en el cerebro. La imagen del padre, llegando del tajo con la camisa sucia de cemento, para darse de bruces con la tragedia en el portal de su casa. Pueblo trabajador vasco víctima directa de quienes decían luchar por su liberación.
Publicidad
Miguel Ángel tenía 29 años cuando hace veinticinco unos desalmados le condujeron al borde del precipicio al que querían llevar a toda la sociedad vasca. Quedaría bien aquí añadir que es difícil entender cómo un ser humano puede llegar al grado de depravación necesario para cometer un crimen como aquel. Pero es más sincero y objetivo asumir que por desgracia es fácil de entender. Basta con rodearse de fieles dispuestos a aplaudir cada estupidez, a acallar cada crítica, a fulminar a cada disidente. Basta con alistarse a una causa descrita con las palabras más nobles y olvidar que el fin nunca justifica los medios. Basta con certificar el poder que otorga la sangre a quien la derrama. Esos caminos recorrían entonces los jefes y verdugos de ETA, brazo armado de un fundamentalismo cuya construcción teórica y retórica estaba en manos de personas que algún día tendrán que ajustar cuentas con su pasado.
Desgraciadamente en este caso es también fácil entender por qué les cuesta tanto. Les paraliza la imagen que les devuelve el azogue del espejo cuando consigue conectarles con el lobo que llevaron debajo de la piel. Es más cómodo huir del fúnebre color de sus recuerdos, de la triste consecuencia que tuvieron sus arengas, de la tétrica lógica de la maquinaria que engrasaban cada día, que presentar la enmienda a la totalidad que merecen sus trayectorias. Un ejercicio que necesitan la justicia y la reparación a que tenemos derecho las víctimas y la sociedad en la que convivimos. Cuando huyen de esa responsabilidad nos hurtan el material con que se fabrican las garantías de no repetición que necesitamos para afrontar el futuro en paz que merecemos.
Quizá les anime a dar ese paso recordarles que esa resistencia a ajustar cuentas con su propio pasado les hermana con sus enemigos más íntimos. Porque la 'razón de Estado' que animó crímenes tan crueles como los que ellos cometieron, y lo que ocurrió con Josean Lasa Arostegi y Joxi Zabala Artano encaja en esta categoría, se refugia en el mismo relativismo moral que ellos utilizan. Unos y otros absuelven sus maldades con la excusa de haberlas cometido en nombre de los buenos. Por eso, también, necesitan recorrer este camino si pretenden que creamos que gente así puede liderar sociedades o instituciones libres de embarrarse en lodos más espesos que los que ya conocimos.
Publicidad
Quiero creer que la vigorosa reacción de la sociedad vasca tras aquel crimen, el mejor recuerdo que guardo de aquellos días, es una de las razones que animó a los estrategas de ETA a asumir que no podían seguir con la escalada. Sé que supieron que tenían que dejarlo cuando vieron caer las Torres Gemelas. Con una clarividencia más táctica que moral fueron plenamente conscientes de que con aquello no podían competir. Les animó también el progreso de las tecnologías que convirtieron sus estrategias militares y sus tácticas guerrilleras en una antigualla que acabó calcinando las últimas razones para alistarse en el lado de los perdedores.
La magnitud de los valores en juego, la necesidad de profesarlos unidos ayuda a entender también el fracaso de quienes quisieron aprovechar aquel más que río revuelto para cobrarse la pieza más codiciada: la voluntad mayoritaria en la sociedad vasca de decidir libremente su destino y las herramientas democráticas y pacificas que nos dimos para conseguirlo. Ideas, instituciones y grupos humanos que nada tuvieron, tienen, ni tendrán que ver con la violencia que nos asoló fuimos víctimas de la violencia de ETA. Padecimos espíritus e idus que insultaron la memoria de nuestros muertos por la libertad. Sufrimos la partida 'a pequeña' que jugaban algunos tribunales apostados también tras la 'razón de Estado', calcinada por cierto con toda contundencia en el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Y certificamos, como hicieron nuestros mayores, que la lección imprescindible de aquellos días negros de julio sigue vigente. Aparcar el humanismo, olvidar la empatía, cosificar al otro, hacerse trampas en el solitario trascendental de la conciencia, solo produce derrotas.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión