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Los límites de la digitalización

La mirada ·

Robots sí, humanos mejor. Que en cualquier servicio o actividad, incluida la Administración, la atención prioritaria sea presencial

Domingo, 20 de febrero 2022, 00:02

Este año se cumple medio siglo de un informe del que se vendieron más de doce millones de ejemplares publicados en cerca de treinta idiomas. ... Me estoy refiriendo a 'Los límites del crecimiento'. Fue un Informe al Club de Roma, elaborado en 1972 por un equipo del MIT (Massachusetts Institute of Technology) dirigido por la científica Donella Meadows. Presentaba una proyección de la huella ecológica de la Humanidad a lo largo de un periodo de cien años, considerando que, de seguir apostando por el crecimiento ilimitado, el mundo, que es finito, se precipitaría hacia un cataclismo. Se trataba de hacer una llamada de atención. La verdad es que hemos esperado demasiado para ver las orejas al lobo y es ahora cuando algunos quieren poner remedio y otros, a pesar de la evidencia de la emergencia climática, siguen en el negacionismo. No obstante, vino bien abrir los ojos sobre los límites del crecimiento.

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En los tiempos actuales, a raíz de la pandemia y con el maná de los fondos europeos, estamos inmersos en una triple transformación. Por una parte, una transformación ecológico-energética, donde las energías verdes van a tener su protagonismo de cara a afrontar la emergencia climática; ojalá los criterios para su consideración no resulten paradójicamente contaminados. También, una transformación demográfica-social, donde esperemos que la prioridad sea afrontar las cada vez mayores diferencias económicas agudizadas por efecto de la crisis pandémica. Y, por último, una transformación cibernética.

Referente a esta última transformación, está muy bien tener objetivos y cuanto más ambiciosos mejor, pero hay que poner cada cosa en su contexto. Hay que reconocer que la digitalización es imparable. Cada vez se aplicará a más sectores y afectará a más personas. Y produce avances. Pero hay que aplicarla con mesura. Concierne a todo tipo de empresas y actividades -no solo a entidades financieras, que cierran oficinas y limitan el trato presencial- y nos afecta a todos, aunque cuanto más mayores somos es peor la situación.

Curiosamente, la Administración se pone a la cabeza de la manifestación y nos ayuda a llevar la pancarta reivindicativa, cuando está para buscar o propiciar soluciones a los problemas, no para clamar en las calles. Además, cuando deberían estar al servicio del administrado se ponen a sí mismos medallas por digitalizarse (invirtiendo ingentes cantidades de recursos públicos) obligándonos a dirigirnos a ellos por medios telemáticos para tener cita (virtual) con el médico, declarar y pagar impuestos, hacer trámites administrativos…

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A algunos nos gusta que nos atienda una persona (no un algoritmo), y con amabilidad, a poder ser. En las conversaciones telefónicas hay quien incluye un robot que intenta seguirte la corriente, pero no entiende de ironías, adelantándose al metaverso con el que nos amenazan últimamente. Nos vuelven locos, además, con las claves. Hace falta una o a veces varias para cada cosa y tener a mano un teléfono móvil. A veces son ocho signos alfanuméricos, otras seis y otras cuatro. Con alguna mayúscula, alguna minúscula, algún número, algún símbolo. Además, conviene memorizarlas; ¿será para evitar el alzheimer?, ¿no se puede regular esto de otra manera?

Por otra parte, todo tipo de empresas (bancarias, eléctricas, telefónicas, seguros...) han decidido no enviarnos papeles y tampoco correos electrónicos; somos nosotros (con sucesivas contraseñas) los que, para conseguir un recibo, la nómina o una triste factura nos tenemos que pelear con el sistema. Eso sí, nos dicen que estemos tranquilos, que nos guardan todo en una nube. ¡Hasta Orwell se pondría nervioso!

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Surge, además, una gran paradoja: a más robotización, menos trabajo humano y más necesidad de garantizar una renta de supervivencia incrementando impuestos a los que trabajen. Es lo que proponen curiosamente los megarricos, que prefieren que abunden los parásitos sociales. ¿No es mejor tener un trabajo digno y cobrar de él? Está bien que se eliminen puestos de trabajo repetitivos o penosos, pero no de atención al cliente o al ciudadano.

Estamos ante un enorme peligro. Con ingentes cantidades de dinero público, la digitalización va a incrementarse exponencialmente, como se atisbaba con el crecimiento económico hace cincuenta años, que tendía al infinito. Necesitamos medidas claras. Por ejemplo, que en cualquier negocio, servicio o actividad (comenzando por la propia Administración) la atención prioritaria sea presencial, en horario amplio y con personas amables; la excusa de la pandemia ya no sirve. Otra, que no vaya un euro de los fondos europeos para nadie (es fácil de comprobar) que funcione con contestador automático en horarios de oficina. Digitalización con humanización. Robots sí, humanos mejor. Es necesario, por tanto, que la digitalización tenga límites.

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