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Sr. García
La Mirada

Elogio de la conversación

No se trata solo de transmitir información, sino de construir un vínculo humano superior a la palabra o al mero concepto

Domingo, 13 de julio 2025, 00:22

En un mundo donde las palabras son dardos lanzados al blanco de la razón ajena, la conversación se ha convertido en un arte en peligro ... de extinción. Como en un jardín descuidado, hemos dejado que la maleza de la impaciencia y el afán por convencer ahoguen el afable florecer del diálogo. Porque la conversación no debe ser un campo de batalla, sino un espacio donde las ideas se proponen y se suman con naturalidad. Estas líneas quieren significar un elogio a esa destreza olvidada y una invitación a recuperarla.

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La conversación trasciende el mero intercambio de palabras. No se trata solo de transmitir información, sino de construir un vínculo humano superior a la simple voz de la palabra o al mero concepto. Comenzando por reparar en lo más elemental, en las formas, porque como advertía Nietzsche, «llevamos la contraria a los demás, menos por lo que dicen, que por el tono que utilizan».

José Carlos Ruiz, filósofo español acierta al señalar que, «la gente no quiere conversar sino convencer». Esta obsesión por imponer nuestras ideas nos aleja del verdadero propósito del diálogo: aprender del otro. Sócrates, padre de la filosofía occidental, entendía la conversación como un método para acercarse a la verdad. Su técnica, basada en preguntas y respuestas, requería una condición esencial, recordada por la filósofa Agnes Clallard: «Quien pregunta debe tener verdadero interés en escuchar la respuesta, y quien responde debe mostrar interés genuino en contestar a la pregunta». Solo en ese intercambio desprendido, donde el yo intolerante cede, florece la sabiduría. «La gente a la que le gusta conversar quiere nutrirse de las ideas del otro, de sus experiencias y de sus sentimientos», explica Ruiz, y es precisamente esa apertura la que nos permite crecer.

Pero el arte de conversar no solo nutre el intelecto. También es un antídoto contra la soledad no deseada. Como un río que encuentra su cauce, la conversación nos conecta con los demás, nos hace sentirnos comprendidos. Sin embargo, en nuestra era de terminales digitalizados y mensajes fulminantes y efímeros, hemos olvidado cómo escuchar. Según un estudio publicado en The Atlantic, el auge de las redes sociales ha reducido nuestra capacidad de atención en los encuentros cara a cara, haciendo que las conversaciones se reduzcan a monólogos escritos, con escaso recorrido afectivo o intelectual.

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Para rescatar el arte de conversar, podemos acudir a las claves que, ya en 1875, Cecil B. Hartley esbozó en 'The Gentlemen's Book of Etiquette'. Sus consejos, sorprendentemente vigentes, son un faro en la tormenta de la turbación reinante: escuchar hasta el final antes de responder, evitar distracciones con el uso de cualquier objeto que descorazona al interlocutor, practicar la modestia y no corregir al otro innecesariamente. Son principios que invitan a la empatía. «No hagas sentir al otro que te aburre», advertía Hartley, una máxima que hoy resuena con fuerza cuando un rostro ausente rompe la magia de un diálogo.

El psicólogo Carl Rogers, pionero de la escucha activa, enfatizaba en su obra 'On Becoming a Person' que la empatía es la clave para un diálogo transformador. Escuchar no es solo esperar nuestro turno para hablar, sino sumergirnos en el mundo del otro. «La empatía es como un espejo que refleja el alma de quien habla», escribió Rogers, una metáfora que nos recuerda que la conversación es un acto de generosidad. Cuando escuchamos de verdad validamos la existencia del otro.

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Sin embargo, el camino hacia una buena conversación no está exento de obstáculos. La polarización reinante, como señala un informe de The Guardian, ha convertido los diálogos en trincheras ideológicas. Buscamos vencer, no comprender. Aquí surge otra vez la vieja palabra socrática: para avanzar hacia la sabiduría, debemos aceptar que no sabemos nada. Solo al sentarnos frente a otra persona, como ante un espejo, podemos descubrir las contradicciones de nuestro pensamiento y, humildemente, aprender.

Rescatar el arte de la conversación es un acto de resistencia y valentía. Es elegir el diálogo sobre el monólogo, la curiosidad sobre la certeza. Como una partitura que espera ser interpretada, cada conversación es una oportunidad para componer un arpegio de ideas. En un mundo que vocifera, obremos con la calma de quien siembra. En una sociedad dividida, tejamos puentes de palabras en lugar de alzar barricadas de intransigencia.

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