¿El Guggenheim en Urdaibai? Una cuestión democrática
Qué mejor circunstancia que esta etapa preelectoral para abordar el debate con claridad y que la ciudadanía sea la que decida
Hace unos años, cuando hubo que renovar el contrato con la cabecera del Museo Guggenheim en Nueva York, el Parlamento vasco creó una ponencia para ... proponer al Ejecutivo, en tanto que institución pública concordante, un balance propositivo para ofertar a sus socios privados americanos. Muchas ideas salieron de aquel foro institucional, una masa crítica suficiente a tener en cuenta. Como sociólogo especializado en la evaluación de las políticas públicas, formé parte del elenco de personas invitadas a comparecer ante aquella comisión.
Entonces, y en las negociaciones posteriores que culminaron con el acuerdo actualmente en vigor, nadie propuso la extensión de la pinacoteca a Urdaibai que se prepara actualmente. Pero sí hubo compromiso de realizar una serie de acciones de mejora, como evaluar las actividades museísticas y no limitarse a poner en valor exclusivamente el número de visitas que pasan por taquilla como único indicador de éxito.
¿Qué balance se puede hacer de aquellas buenas disposiciones para realizar las cosas con más sentido común? En lo que respecta a mi terreno de peritaje, nada ha cambiado y se sigue funcionando sin ningún tipo de evaluación digna de ese nombre. No sabemos en qué este museo beneficia a la creación local o en qué contribuye a reducir la fractura cultural de la población. Y son solo unos ejemplos.
Hoy, casi 15 años después, los términos del debate son mayúsculos, ya que lo que está en juego es una inversión multimillonaria en un lugar en el que, al menos, hay que pensarlo con detenimiento. Los promotores del proyecto afirman con vehemencia que se trata de una alternativa, compromiso y futuro para la zona ya que, como insisten, supone un impulso para el Museo Guggenheim, nuestro principal embajador. Debemos seguir impulsando el museo, aseguran, porque ha demostrado que nos devuelve mucho más de lo que le damos, vale mucho más de lo que cuesta, multiplica la inversión y es un proyecto sostenible en todos los sentidos, desde su presupuesto hasta su funcionamiento diario.
Por su parte, los opositores al proyecto, cuyos argumentos podrían sintetizarse en los de la plataforma Guggenheim Urdaibai Stop de Busturialdea, son contrarios a levantar dos nuevas sedes del Guggenheim en el edificio de la antigua cubertería Dalia de Gernika y los Astilleros Murueta y unirlos mediante una senda verde que recorra la única Reserva de la Biosfera de Euskadi. Insisten en que el plan no guarda relación alguna con la planificación y ordenación del espacio protegido para el que la Diputación proyecta diseñarlo.
No estaría de más plantearse si la colosal inversión podría dedicarse a sanidad, educación o solidaridad
El asunto es serio, complejo y costoso, pero no deberíamos conformarnos con saber cuál de las partes se lleva el gato al agua como consecuencia de no sé qué proeza tras un pírrico enfrentamiento. Las dos tesis enfrentadas hacen valer argumentos que no habría que desechar a priori.
¿Cómo se debería salir, en democracia, de este tipo de dilemas? ¿Es posible pensar la cultura al margen de lo que está en juego en la política, y la política al margen de sus determinantes culturales? ¿Es posible abstraer la cultura de las relaciones de poder? ¿Es siquiera necesario recurrir hoy a los análisis de Gramsci sobre el papel de la cultura en la determinación de las relaciones de hegemonía política o a los de los filósofos de la Escuela de Frankfurt sobre el peso político de las industrias culturales?
La propia opinión pública parece hoy convencida de que los medios de comunicación de masas y las industrias de la imaginación constituyen conjuntamente el vector más poderoso de las representaciones culturales y de las representaciones políticas. Los actores políticos, por su parte, muestran regularmente un tropismo de asimilación entre las opciones políticas que toman y la recepción cultural de estas opciones por parte de los ciudadanos-consumidores a los que se dirigen, como si estos últimos hubiesen suscrito, sin saberlo, las apuestas de sus élites.
En las próximas semanas se abre la campaña electoral para renovar nuestro Parlamento, que a su vez nos dará el nuevo Ejecutivo. ¡Qué mejor circunstancia para que este tema sea abordado con claridad y que la ciudadanía sea la que al final decida! No estaría de más plantearse también si esta colosal inversión no cabría dedicarla a sanidad, educación o solidaridad con amplias capas de la sociedad cada vez más pobres.
¿Es mucho pedir a la clase política que se comporten como demócratas?
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