Migrantes, ellos y nosotros
La ética cristiana siempre requerirá ir más allá de la ley
Hace tiempo que todos queremos entender las migraciones, ese hecho social que conocimos en años jóvenes de un modo y, ahora, de otro bien distinto. ... Poco que ver con lo aprendido en algún momento de mi vida en Alemania, entre los migrantes españoles del lugar. Este detalle, la atención religiosa de aquella gente, explica ahora el sesgo católico de mis palabras. La reflexión de la Iglesia en cuanto a los migrantes es muy clara: acoger, proteger, promover e integrar. Mi experiencia es que hemos dado un paso muy importante. En ese entorno católico, y otros de signo humanista, son pocos los que cuestionan la llegada de emigrantes en cuanto tal, pocos. Hemos ganado conciencia de su dignidad de personas en concreto y de su ¡estado de necesidad! Solo en sectores ideológicos muy cerrados aparece gente que se opone, explícitamente, a los inmigrantes en cuanto tales. Son muchos aún quienes dicen: sí, pero 'legales'. Esta salida quizá sea una respuesta refugio de los que antes se oponían sin matices, pero es un paso en la buena dirección.
Y ¿a qué apelan los cristianos en esto? Si vemos los textos de la última Doctrina Social, en relación al «derecho humano a migrar», sea por las necesidades y riesgos padecidos en origen, sea por la urgencia de mejorar las propias condiciones de vida, esa enseñanza apela al destino universal de todos los bienes creados y al derecho del ser humano a dar una vida digna a los suyos.
Y es aquí donde aparece, como de pasada, el reconocimiento del derecho de los Estados a regular los flujos migratorios. Y esto no siempre lo resolvemos bien, con claridad. La ética cristiana acepta la regulación legal de las migraciones por el Estado, lo que dice es que de hecho lo hace jurídicamente a medias, o mal, y desde luego que el Evangelio siempre requerirá ir más allá de esa ley, activa y pacíficamente, a favor de las personas en necesidad: acoger, proteger, promover e integrar.
Luego la diferencia está en que entendemos que esa regulación del Estado no es un absoluto, es decir, puede mejorarse claramente; y, además, si no pocos migrantes han aparecido fuera de ese cauce legal, el cristiano piensa que a la persona en necesidad le seguimos debiendo acogida y protección. Esto es lo que mucha gente no entiende, tampoco en las iglesias, y es lo que hay que subrayar sobre nuestra identidad.
Primero, los Estados pueden y deben regular ese derecho. Segundo, nuestro Estado lo hace con un sentido raquítico de lo justo. Tercero, en el origen de la migración ilegal hay pobrezas que operan y priman como estado de necesidad para las personas. Cuarto, esas personas merecen acogida y ayuda. Quinto, algunas de esas personas pueden cometer delitos, pero no lo son de su grupo o etnia, sino personales, y no suponen pérdida de la dignidad de persona, sino como nosotros, seres humanos que serán sometidos a corrección penal; y aun en este supuesto, personas dignas y necesitadas de ayuda. (Otro día hablamos de sus obligaciones).
Es a este nivel de migrantes irregulares donde se plantea la particularidad, ¡no exclusiva!, del cristianismo entre los ciudadanos y donde creo que deberíamos incidir hasta aclarar socialmente nuestra posición y por qué. Hay aspectos que todos podemos concretar mejor evitando los lugares comunes y, por nuestra parte, creemos probado que la mayoría de los menores no acompañados lo son; los índices de criminalidad, sobre todo en delitos menores, semejantes a los nuestros, y en todo caso, desde un estado de necesidad incomparable; el aumento de la inseguridad, muy por debajo de lo que se ha hecho bulo, y el declive de las prestaciones públicas, y hasta del Estado de Bienestar, lejos de cargarse a su cuenta; menos todavía un negocio para las ONG que los recogen en el mar y atienden en tierra. Cada uno de estos noes tiene sus excepciones que deben perseguirse pero no convertir en mantra.
Ante todo esto, el mundo cristiano subraya un enfoque humano y solidario hacia la migración, como corresponde a su idea sobre el ser humano: la dignidad de la persona en solidario y la fraternidad de la familia humana. Con referencia explícita a Dios, en nuestro caso, ahí está. Si alguien piensa sostener una convivencia justa y digna, cuando no se comparte el fondo de la condición humana y la responsabilidad que conlleva, se equivoca.
La prueba es este mundo loco donde líderes y países incontrolados, hasta el genocidio, pretenden dar lecciones. Creer en valores éticos sustantivos hace que podamos compartir luchas curativas de la convivencia en guerra. El cristianismo no se calla en esta cuestión; con sentido de la realidad, dice que acoger a los migrantes no es una opción política, es una exigencia evangélica… pero no se trata solo de caridad, prosigue, sino también de justicia. La dignidad humana de todos nos obliga a construir puentes, no muros, y al que diga 'no con lo mío' o 'solo para los míos' lo cansaremos hasta el amanecer.
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