Jose Ibarrola

Un verano antisistema

Nada hay más impune que un líder aupado al poder desde la creencia de que es él, y no las instituciones, quien representa los verdaderos afanes del pueblo

Domingo, 31 de agosto 2025, 23:53

Los populistas antisistema han tenido un verano perfecto. Miles de hectáreas arrasadas por el fuego en incendios que por magnitud, orografía y por las condiciones ... de calor extremo de los días centrales de agosto ofrecían una capacidad de extinción desgraciadamente limitada, han desatado de nuevo las peores pulsiones antisistema, al perverso grito de que 'solo el pueblo salva al pueblo'.

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Se han leído y escuchado verdaderas vomitonas antisistema desde columnas de opinión, tertulias radiofónicas y redes sociales. La tragedia, incendiada por una incontrolada sentimentalización del problema, ha sido la plataforma utilizada por todos los que han visto la oportunidad de descalificar, deslegitimar y agredir al sistema institucional, ya fuera el Estado central o las comunidades autónomas.

¿Políticos? Todos inútiles, organismos ineficaces y parasitarios; nada que funcione, nada que resuelva los problemas reales de los ciudadanos; parásitos con cargo público, cómplices de los incendiarios, pasivos hasta la aquiescencia ante poblaciones abandonadas. Brutalismo en estado puro. La tormenta perfecta del populismo más destructivo ha descargado para regocijo de los que, ya sea por los incendios o por otra tragedia convertida en arma política, simple y llanamente quieren cargarse el sistema.

¿Para reemplazarlo por qué alternativa? Eso no importa. Se trata de arrojar la ira y la indignación sobre los políticos, así en general, y proferir arbitrarias soluciones mágicas que, como mentiras agradables de digerir, permean en la opinión. Ya sabemos a qué conduce hacer de la indignación una categoría política, convirtiéndola en una divisa partidaria.

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Se puede y se debe ejercer la crítica más exigente sin alimentar la narrativa antisistema con paladas de violencia verbal que también incendian. La deslegitimación absoluta, ofensiva, radical, sin matices de la política y los políticos es el caldo de cultivo de la destrucción de la democracia. La contraposición entre la supuesta eficacia del autoritarismo y la ineficacia de los sistemas democráticos es un clásico en el manual que lleva a pedir un 'hombre fuerte' al mando, acabar con las innecesarias y costosas deliberaciones y renegar de la democracia que, según sigue el cuento, solo sirve a los intereses de una clase corrupta.

Uno ha escuchado en programas de radio de no poca audiencia a un tipo cuyo oficio es el de veterinario editorializar hasta la calumnia contra los políticos y pedir como remedio que el ejército pueda actuar por iniciativa propia. Semejantes excesos tienen asegurado el aplauso de los que se sienten legitimados por estar indignados, ofendidos o hartos, pero resultan profundamente destructivos y radicalmente incívicos.

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La esencia de la política democrática es la rendición de cuentas, de modo que nadie vea aquí la pretensión de que los políticos tengan un cheque blanco para asegurar su impunidad. Todo lo contrario.

El problema que debemos afrontar –y del que se nutre el populismo antisistema– no es que los políticos queden impunes, sino que los mecanismos de rendición de cuentas funcionen; en otras palabras, no se trata –como busca el populismo antisistema– de sustituir el sistema democrático sino de rescatarlo de su declive y fortalecerlo. Porque nada hay más impune que un líder aupado al poder desde la creencia de que es él, y no las instituciones, quien representa los verdaderos afanes del pueblo.

Frente a las tendencias iliberales que campan en Europa y América hay que hacer frente no solo a los ataques populistas desde fuera de las instituciones, sino al deterioro antisistema que tiene su origen y se desarrolla en el interior mismo de las ellas.

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Y eso nos afecta muy directamente porque España es cada día más irreconocible como un régimen de democracia parlamentaria. Difícilmente se pueden achacar a los procedimientos democráticos tantas carencias cuando son precisamente los procedimientos democráticos los que se deterioran. Y así, el Gobierno con una mayoría precaria integrada por todos los elementos antisistema reunidos en el «somos más» de Pedro Sánchez –Bildu, Junts, ERC, comunistas irredentos de Sumar– neutraliza el Parlamento a su antojo, gobierna sin Presupuestos, niega responsabilidad alguna cualquiera que sea la tragedia que suframos, porque la culpa es siempre de otros, y hace de la propaganda más grotesca –ahí está Puente como ejemplo de degradación– el sustitutivo del trabajo que le toca desarrollar.

De este modo, los populismos antisistema, los del desprecio a las instituciones, los que neutralizan los procedimientos de rendición de cuentas, esos que hablan tanto de 'la gente', hacen pinza desde dentro y desde fuera del Estado democrático, víctima una vez más de la convergencia de intereses de los que, de una u otra manera, cada uno a su modo y con su propia agenda, quieren que todo reviente.

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