En julio de 2020, 150 intelectuales estadounidenses hicieron pública una carta en la que denunciaban la censura y la cancelación que se estaba imponiendo en ... el mundo académico y universitario por el activismo de una izquierda erigida en implacable prescriptora de la cultura y la moral. Se trataba de intelectuales con dos características importantes. Primero, todos ellos eran verdaderos acreedores a la condición de intelectuales, una categoría tan malbaratada hoy hasta el punto de quedar a disposición de cualquiera que quiera atribuírsela sin mérito concluyente. Segundo, además de intelectuales, la gran mayoría pertenecían al mundo del progresismo, alineados políticamente con los demócratas y respaldados por trayectorias bien reconocibles.
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La carta denunciaba la situación en términos inequívocos: «Se despide a editores de prensa por publicar artículos polémicos; se retiran libros por su supuesta falta de autenticidad; se investiga a profesores por citar determinadas obras literarias en clase; se cesa a un investigador por (hacer) circular un estudio académico debidamente revisado y se echa a directores de ciertas instituciones por lo que a veces no pasan de ser torpezas». La paradoja es que la protesta de los firmantes se lanzó en tiempos del primer mandato de Trump, pero iba dirigida contra la imposición cultural de la izquierda.
Entonces Trump estaba contenido por los equipos del Partido Republicano tradicional que, mal que bien, conseguían frenar los impulsos más desestabilizadores del presidente. Ya no. Trump aprendió la lección, ha decidido prescindir de colaboradores que le frenen y ha decretado que la cancelación cambie de bando.
Por eso cuando Jimmy Kimmel fue cancelado en la cadena ABC por unos estúpidos comentarios sobre el asesinato de Charles Kirk, la gesticulación escandalizada de tantos medios de la izquierda 'woke' necesitaba urgentemente ser situada en su contexto. Trump y su movimiento Make America Great Again (MAGA) son alumnos aventajados de esa cultura de la cancelación que ha permitido a la izquierda campar a sus anchas, con la pretensión indisimulada de imponer un pensamiento único apoyado en la intimidación, el escrache y el acoso a sus víctimas. Y el mundo conservador -muy conservador- en Estados Unidos tomó buena nota y ha adoptado las herramientas políticas y narrativas creadas por la izquierda para utilizarlas en sentido contrario.
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Como escribía 'The Wall Street Journal' en su editorial a propósito del despido de Jimmy Kimmel, revertido días después, cuando el presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones se dirigió a los responsables de la cadena ABC para pedir la cabeza de Kimmel, advirtiéndoles de que estaba dispuesto a hacerlo «por las buenas o por las malas», mostró una actitud propia de «un jefe mafioso de Nueva Jersey». Pero añadía el periódico que cuando esas masas del MAGA, enfurecidas por el asesinato de Kirk, piden que la izquierda sea castigada «pueden señalar a las instituciones progresistas que han cancelado a los conservadores en todas partes» y precisamente por eso sostenía que «los conservadores más que nadie, como víctimas de la cancelación durante tanto tiempo, deberían oponerse a ella» porque «volverán a ser su objetivo cuando la izquierda vuelva al poder».
Lo cierto es que Trump ha replicado punto por punto el repertorio de una izquierda que a falta de proletariado se dispuso a construir un nuevo proceso revolucionario y lo encontró en la confrontación identitaria de minorías, en la construcción de discursos de agravio, en la sistemática denigración hasta el odio del significado cultural de lo occidental. El mundo Trump ahora les contesta: para minoría, la clase media empobrecida; para identidad amenazada, la estadounidense erosionada por una inmigración descontrolada y la destrucción cultural de los valores americanos; para exigencia de reconocimiento, el de quienes se han visto marginados frente a minorías privilegiadas por la discriminación positiva.
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No puede alegar la izquierda que no fuera advertida de los riesgos que implicaba este paroxismo 'woke'. Uno de los más lúcidos intelectuales en el terreno de progresismo americano, Mark Lilla, previno hace tiempo frente a esos excesos y recordó algo bastante simple de entender y es que, si se juega a la confrontación de identidades en la sociedad, todos tenemos la nuestra, y que si de lo que se trata es de crear relatos de agravio, tarde o temprano otros grupos, otros colectivos, otros segmentos sociales crearán el suyo propio para comparecer en el espacio público exigiendo también reconocimiento y reparación. La identidad, cuando se opone a la sociedad de ciudadanos libres e iguales, la carga el diablo.
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