Longevidad: el reto de la vida plena y digna
Urge una estrategia europea frente al populismo que enfrenta a jóvenes y mayores
Idoia Mendia Cuevas
Eurodiputada socialista vasca
Miércoles, 1 de octubre 2025, 00:01
Cumplir años no es una enfermedad. Es un logro para seguir cubriendo fases de la vida. Y todas las fases deben contar con garantías de ... desarrollo pleno, con la máxima autonomía personal e inclusión en la sociedad, con profesionalización en los cuidados cuando estos se requieran. Con derechos, voz y participación plenas. Es el reto ante la revolución demográfica que vivimos en Europa, con Euskadi en puestos de cabeza, donde, en las dos últimas décadas, la población de 80 años se ha duplicado y el número de personas mayores de 65 años ha crecido de manera muy significativa.
Este es un cambio estructural que marcará el futuro de nuestro continente y que ya está transformando nuestras sociedades, nuestras economías y, en consecuencia, la agenda política. Y, como en todos los demás retos a los que nos enfrentamos, realidades que debemos resolver desde la garantía de derechos y el respaldo de lo público, aparecen los populismos pretendiendo enfrentar generaciones, como si los integrantes de una generación estuviesen robando los recursos de la otra.
La mayor longevidad es un éxito de nuestra sociedad. Es un éxito de nuestro sistema público de salud, de nuestro sistema público de pensiones, del esfuerzo que generaciones pasadas realizaron en beneficio de la sociedad. Y tal vez sea esa demostración del valor de lo público lo que lleva a muchos a presentar nuestra realidad demográfica como un lastre del que despojarse para progresar. Un sesgo edadista que se ha ido inoculando de forma más o menos visible, y que suele ser una razón para que no nos acepten en un puesto de trabajo o nos echen del que ocupamos, o que esa longevidad se aborde solo desde la perspectiva compasiva o paliativa, ignorando el valor de las personas con independencia de la edad. Porque, recordemos, el edadismo es el único 'ismo' que afecta a todo ser humano, independientemente de la raza o el sexo, y que nos afecta más cuando somos muy jóvenes o cuando envejecemos.
Ese es el problema. El estigma, cuando no la culpabilización por cumplir años, la marginación social y el señalamiento, la discriminación a la hora de aportar experiencia en el empleo, a la hora de actualizar la formación como mejor excusa para la expulsión laboral, o en el acceso a servicios públicos por razón de edad. Dos ejemplos claros: quienes están en desempleo con más de 50 años tienen menos posibilidades de encontrar un trabajo; y, de forma más dramática, vimos en la Comunidad de Madrid, durante la pandemia, cómo se negó asistencia sanitaria a miles de mayores, condenados a una muerte dolorosa y en soledad. Esa frase de la presidenta Ayuso, el «se iban a morir igual», es el resumen cruel del edadismo llevado al extremo.
Pero más allá de esas barreras conocidas, las personas mayores sienten demasiadas brechas más, como la digital y tecnológica, que les dificulta la gestión de sus finanzas, servicios de consumo o culturales. Sufren barreras físicas, por falta de viviendas adaptadas, de servicios comunitarios suficientes y de entornos urbanos accesibles, que condenan a muchos a quedarse en casa, aislados y desconectados de la vida social. Esta soledad no deseada tiene un enorme impacto en su salud mental, en su felicidad y también en su participación política y ciudadana.
Esa es la mirada integral que queremos aportar en este Día Internacional de las Personas Mayores: una oportunidad para repensar cómo la Unión Europea afronta este reto y para ofrecer más garantías y derechos a quienes hoy son mayores. Urge una estrategia europea asentada sobre la erradicación del edadismo como principio y la reivindicación de derechos plenos como objetivo. Que cambie la narrativa del envejecimiento y ponga en valor la diversidad de formas de envejecer en este siglo. Que rompa con los discursos populistas que enfrentan a jóvenes y mayores y promueva la alianza intergeneracional, porque los retos de jóvenes y mayores son mucho más parecidos de lo que se nos quiere hacer creer, y las soluciones pasan por la cooperación y el apoyo mutuo, no por la confrontación. Que avance en igualdad y modernice y profesionalice nuestros sistemas de cuidados, que refuerce el papel de lo público como garante de derechos.
Porque no. Cumplir años no es una enfermedad ni debe ser un estigma. Es un derecho hacerlo de forma plena y digna. Y no habrá verdadera fortaleza democrática si no somos capaces de construir sociedades inclusivas, en las que todas las personas, sin importar su edad, puedan participar plenamente en la vida económica, social y política. Defender los derechos de las personas mayores no es solo una cuestión de justicia, es también una cuestión de futuro.
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