Sacudido por otras urgencias, Occidente parece haber olvidado, o al menos hibernado, el debate en torno a las acciones necesarias para atender al cambio climático ... y a sus devastadores efectos. Una de las principales razones de esta ralentización en los tiempos y en los procesos de toma de decisiones urgentes e imprescindibles radica en la compleja geopolítica mundial. El contexto bélico ucraniano condiciona este debate acerca del binomio emergencia climática y crisis energética, claves para nuestro futuro social.
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Desde la vertiente del discurso público, asistimos a una especie de efervescencia social en torno a la defensa del planeta, el gran reto que nos interpela a todos. La Humanidad se ha erigido en el eje geológico del mundo por nuestra capacidad para modificar el clima; nos hemos convertido en una potencia telúrica que interfiere en los grandes ciclos del planeta. Todo ello es cierto, y, sin embargo, no terminamos de pasar de las palabras a la acción de forma coordinada y decidida.
En lugar de esforzarnos en reducir el consumo de energía y en intentar crear un abastecimiento energético sostenible, la mayoría de los líderes políticos afrontan de manera prioritaria otra dimensión. La guerra de Rusia en Ucrania, con todas sus consecuencias para la geoeconomía y el comercio, hace que la política occidental dé prioridad a la subida vertiginosa de los precios del petróleo, del gas y del carbón y a la obtención de fuentes de energía ajenas a Rusia para sus consumidores, en lugar de centrarse en cómo prescindir de los combustibles fósiles. Y la realidad muestra en qué medida los Estados se ven por sí solos impotentes para asumir y materializar las respuestas a toda esa complejidad sobrevenida.
Petteri Taalas, secretario general de la Organización Meteorológica Mundial, ha afirmado que el tiempo nos apremia y que presenciamos cambios irreversibles en nuestro clima. Necesitamos una transformación completa del sistema energético mundial. La transición a formas limpias de generación de electricidad, como la solar, la eólica y la hidroeléctrica -y el aumento de la eficiencia energética-, es esencial si queremos prosperar en el siglo XXI. La transición hacia las renovables no solo ayudará a mitigar el calentamiento, sino que también contribuirá a aliviar el creciente estrés hídrico mundial, puesto que la cantidad de agua utilizada para generar electricidad mediante la energía solar y eólica es mucho menor que la que usan las centrales eléctricas más tradicionales.
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A pesar de las advertencias y de que la ciencia ha marcado ya la solución, los planes climáticos presentados por los países están muy por debajo de los niveles necesarios para cumplir los objetivos fijados por el Acuerdo de París. Solo con una combinación de consenso internacional y de compromiso institucional y ciudadano será posible avanzar. Nos jugamos mucho, no cabe contemporizar más ante la emergencia climática.
Ante un reto global o mundial como el climático, cabe afirmar que solo la solidaridad responsable y compartida podrá permitir avanzar para gestionarlo con éxito. En particular, nuestra Europa no tiene otra alternativa. No tenemos energía, la sociedad está concienciada, los otros bloques no están actuando. Hay que europeizar el proceso y profundizar en la integración. O nos integramos más o nos desintegramos.
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¿Por qué es tan importante esta dimensión europea e internacional? Porque los factores que impulsan el cambio climático y la pérdida de biodiversidad son de alcance mundial y no se ven limitados por las fronteras. El imprescindible objetivo de acelerar la transición energética europea no será efectivo sin una actualización más profunda de la gobernanza de la UE: Europa debe dirigirse hacia un modelo decisivamente más federal. Para llevar a cabo todos esos profundos y ambiciosos objetivos no será suficiente la buena voluntad de la Comisión Europea.
Cabría proponer una revisión minuciosa del Derecho europeo en el ámbito del sector energético para atribuir a las instituciones comunitarias poderes más fuertes y asegurar así que todos los Estados europeos y sus instituciones respeten los objetivos y las obligaciones del Pacto Verde.
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La transición iniciada y orientada a esa necesaria gran transformación, hacia un nuevo orden de la energía para superar la crisis climática, ha de ser justa e integradora. La nueva política climática-energética se debe aplicar en todos los niveles, teniendo en cuenta su naturaleza descentralizada. El carácter transnacional de los asuntos medioambientales y energéticos aporta una razón adicional y de peso para situar esta dimensión de la soberanía energética más allá de la esfera o dimensión geopolítica estatal. Es tiempo de acumular capacidades y esfuerzos, apostando por proyectos con un enfoque sistémico y con grandes consensos frente a la mera suma de acciones aisladas y desconectadas donde cada uno defiende lo suyo con una mirada de corto plazo.
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