El mal francés
En el contraste entre la situación política y las aspiraciones de los ciudadanos galos radica el riesgo de un grave cortocircuito
La política francesa siempre ha despertado un importante interés a este lado del Pirineo y la sociedad gala ha sido a menudo el espejo en ... el que nos hemos visto para bien o para mal. Los numerosos pensadores y creadores españoles que no tenían cabida en los cambios institucionalizados nacidos a menudo a punta de bayoneta a lo largo de las do centurias pasadas se cobijaban en el país vecino para traer a su vuelta enseñanzas que irían más tarde introduciéndose en nuestra vida pública. Hoy ya sabemos que eso tuvo sus límites e inconvenientes. Francia, país de Descartes, Voltaire y Rousseau, de la Revolución de 1789, de Víctor Hugo, siempre ha sido un punto de referencia y un crisol de enseñanzas sin igual para España. ¿Lo sigue siendo todavía hoy? ¿En qué momento político se encuentra el país vecino? Veamos.
Seis meses después de las últimas elecciones presidenciales y legislativas, los franceses consideran que el panorama político se ha hundido. Es cierto que una mayoría de ellos dio al presidente Macron un nuevo mandato pero sólo una corta y relativa mayoría en la Asamblea Nacional, que no le permite gobernar sin problemas. Sin embargo, la gravedad del contexto internacional, europeo y francés exige decisiones urgentes que difícilmente podrán adoptarse.
Así, ni la anémica mayoría relativa, ni las oposiciones, mayoritariamente impulsadas por el radicalismo, parecen ser capaces de satisfacer las expectativas de los franceses. La abstención masiva de los electores atestigua la pérdida de confianza en las instituciones, pero también en las fuerzas políticas, de las que los ciudadanos dudan que estén al servicio del país, del bien colectivo.
En este contexto, en el que el sistema político e institucional francés está cuestionando su legitimidad y su eficacia, sus ciudadanos anhelan el regreso de un Gobierno que pueda actuar de nuevo de forma respetuosa con él respetándolos; es decir, dirigiéndose a la inteligencia colectiva de la población. Es en este contraste entre la situación política y las profundas aspiraciones del pueblo francés donde radica el riesgo de un grave cortocircuito político. El posible bloqueo de las instituciones, el aumento previsible de la violencia en los debates parlamentarios, y sin duda a largo plazo en las calles, ofrecen una perspectiva sombría para el país. El daño es profundo. El divorcio entre el pueblo y los políticos es total y cada vez son más los franceses que no se sienten escuchados y -lo que es mucho más grave- respetados.
Con la reforma de las pensiones, las élites persisten en llevar al país al caos
La desintegración del debate público y del pacto cívico, como resultado del colapso de las instituciones, ha alcanzado tal punto que ya no queda casi nada del espíritu republicano que fabricó la unidad e indivisibilidad de la nación, puesto que lo político ya no se ve como un lugar de experiencia compartida de la vida en común, sino como un conjunto fragmentado de grupos sociales que ya no se entienden ni hablan entre sí.
Las crisis sociales más recientes, por el efecto dominó que generaron (la del movimiento de los 'chalecos amarillos' es solo una de ellas), pusieron de manifiesto las profundas fisuras de la sociedad, llevando a menudo a los gobiernos a favorecer una gestión política inmediata, destinada a apagar el fuego, en detrimento de una comprensión profunda de la ira cuyo advenimiento no habían previsto.
Particular atención habrá que dispensar a las tensiones sociales, principalmente sobre la problemática reforma de las jubilaciones, porque estas elites al mando del país, antes de admitir sus errores e intentar corregirlos, persisten en llevar al país al caos. Por ejemplo, respecto de la inmigración mediante comportamientos que suponen un auténtico desafío a la más mínima comprensión.
Concretamente, su indiferencia ante el auge de la ideología islamista, además del clientelismo, alimenta el comunitarismo de la mano de una lamentable y obsesiva propensión a ceder terreno a los extremistas por el arrepentimiento nacional y la mala conciencia inducida por su pasado colonial, mientas la cuestión de la identidad nacional sigue en el aire acarreando toneladas de incomprensión, como han puesto de manifiesto los discursos de la última campaña presidencial y el vergonzoso resultado de la extrema derecha.
En su fábula 'La rata y el elefante', Jean de la Fontaine nos dice: «Creerse un personaje es muy común en Francia, donde se crea un hombre importante, y en eso se plasma 'el mal francés'. Una estúpida vanidad nos es particular. Los españoles son inútiles, pero de distinta manera».
En lo que nos concierne, esto último, además de discutible, es ya otra historia.
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