Loa a la enseñanza presencial
Nuestra experiencia en estos meses pasados demuestra que hay elementos que pierden efectividad al ser trasladados al ámbito de las aulas virtuales
Hay un dicho popular en castellano que nos recuerda que los humanos sólo aprendemos a valorar las cosas en su justa medida cuando las perdemos. ... Me temo que ese aforismo ilumina la experiencia de muchos docentes en estos tiempos difíciles, cuando nos hemos visto privados de algo tan habitual como nuestro contacto diario con el alumnado en las aulas. Si bien la actual pandemia ha servido para hacernos más diestros en la utilización de herramientas tecnológicas en otras modalidades de enseñanza-aprendizaje (virtuales o adaptadas), también nos ha abierto los ojos a aspectos de nuestro trabajo que siempre hemos dado por supuestos, pero que se ven seriamente amenazados en estos nuevos formatos. Aunque quizá algunos de estos aspectos tengan menor incidencia en la educación superior que en etapas educativas previas, conviene hacer un repaso -sin pretender ser exhaustivos- de esas virtudes de la enseñanza-aprendizaje presencial que es probable que se estén quedando por el camino en la rápida evolución reciente de las instituciones educativas.
Por una parte, está el elemento dialógico que resulta esencial en cualquier aula que aspire a activar tanto la motivación como los conocimientos de todos los actores presentes en la misma. Como bien explicó hace ya casi un siglo el formalista ruso Mijaíl Bajtín, cualquier enunciado lingüístico -ya sea emitido en una conversación cotidiana, en una novela, en una revista científica o en un aula universitaria- supone una respuesta a enunciados anteriores y una anticipación de la respuesta de los demás participantes en ese acto de comunicación. Existen pocos contextos en los que la presencia del otro sea tan fundamental para la comprensión y relevancia de enunciados concretos como en nuestras aulas. De hecho, todo profesor es consciente de que para conseguir que su labor sea eficaz y significativa debe lograr la implicación de sus estudiantes a distintos niveles. En este sentido, la presencia en el aula física es una gran ventaja al permitir dar profundidad y sutileza a las conversaciones, proponer nuevos retos a los estudiantes, adaptar rápidamente los contenidos a sus necesidades específicas u ofrecer respuestas inmediatas a las cuestiones que puedan plantearnos.
Además de las ventajas derivadas de una fluida interacción dialógica entre los participantes, existen otras más estrechamente vinculadas al contexto o al medio en que esas interacciones tienen lugar. Es evidente que la capacidad del docente de captar la atención de su público y evitar distracciones resulta más sencilla en el ámbito del aula que a través de la pantalla de un ordenador o una tablet. No sólo es más fácil centrar la atención de los estudiantes en los contenidos esenciales -usando el lenguaje corporal, contacto visual u otros medios-, sino que el enseñante percibe los posibles problemas de comprensión al observar directamente las reacciones del alumnado. Por otro lado, las aulas virtuales presentan serias dificultades a la hora de fomentar la participación activa y el trabajo por parejas o en grupos para revisar conceptos, plantear ejemplos o resolver dudas. Como el experto en enseñanza y desarrollo Daniel Tobin indica en su página de Linkedin sobre este tema, aunque los programas recientes de 'e-learning' procuran incorporar ejercicios de simulación en los que los estudiantes tienen que interactuar con idea de comprobar y mejorar sus destrezas, estos ejercicios rara vez consiguen el grado de implicación que se obtiene en el aula presencial bajo la supervisión del docente.
Confío en que las percepciones expuestas anteriormente no sean interpretadas como una especie de cruzada contra las nuevas modalidades de enseñanza-aprendizaje. Sería iluso -y probablemente equivocado- no admitir que estos nuevos formatos ofrecen muchas ventajas a la hora de flexibilizar, acomodar, auto-regular, etcétera los procesos de adquisición de destrezas y conocimientos. Es evidente que los programas de enseñanza 'online' aportan nuevas oportunidades para nada desdeñables -sobre todo a aquellos que cuentan con las herramientas adecuadas- en los tiempos que corren.
Sería igualmente peligroso, sin embargo, no ser conscientes de las posibles pérdidas que la transición entre las distintas modalidades conlleva. Como demuestra nuestra experiencia de estos meses pasados, hay elementos de la enseñanza-aprendizaje presencial -la interacción directa, la confidencialidad, la capacidad de motivación o el aprendizaje colaborativo- que pierden efectividad al ser trasladados al ámbito de las aulas virtuales; por no hablar de nuestra capacidad para evaluar correctamente el progreso de nuestros estudiantes, un asunto que daría para otra larga reflexión de este tipo.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión