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Hemos vivido tres días frenéticos entre Washington y Davos, que marcan el camino de una nueva era. Se inicia con la toma de posesión del nuevo presidente, en el mismo Capitolio que asaltaron las hordas hace cuatro años. Asisten su familia, su nueva Administración de ... leales y los dueños de las grandes tecnológicas. Le acompañan sus afines globales y no falta el dueño de TikTok, que gana tiempo para su venta, con la ayuda, claro, de Musk, ahora 'tío Elon'. Trump, fiel a su estilo de comunicador nato, da un auténtico mitin en su primer acto, porque está siempre en modo campaña. Un impecable Biden prefiere mirar al suelo, mientras los otros expresidentes, Clinton, Bush y Obama, muestran buena sintonía entre sí. Junto a ellos, asisten también las dos mujeres demócratas derrotadas: Hillary Clinton y Kamala Harris, que aguantan, como pueden, el tirón. Solo una destacada ausencia: Michelle Obama, quizás próxima candidata.
Trump, tras su discurso, se da un baño de masas, firmando en público los decretos que liquidan el legado demócrata. Entre las andanadas sobresalen: el indulto general a los asaltantes del Capitolio, la retirada de la OMS y del tratado climático de París y la emergencia en la frontera sur. Además, modifica el marco legal para acceder a la condición de refugiado y a la nacionalidad por nacimiento, ambas recurridas. Podrá gustar o no, pero no cabe la sorpresa. Mientras firma decretos, pasa mensajes, charlando con los medios: por ejemplo, un aviso para Sánchez, preguntando si España está en la organización de países BRICS. Otro para Putin: la guerra está destruyendo Rusia. Y otro para Dinamarca: acabará vendiéndonos Groenlandia.
Por azar, coincide su llegada al poder con la cita de Davos, escenario idóneo para reaccionar. Empieza Von der Leyen, que habla de cooperar para evitar el abismo y de que apostará por los que buscan la cooperación, allá donde se encuentren, léase China. Pide combinar pragmatismo y valores, porque el mundo ha cambiado y hay que tirar del manual de Draghi. Además, entierra la subcontratación de la defensa europea, lo que pasa por pagar su coste, que será el tema estrella en la próxima reunión de la OTAN en junio en La Haya, con la asistencia de Trump.
Después, sale al estrado el vicepresidente chino para defender la globalización y la ONU e insistir en el riesgo de generar un mundo fracturado en dos bloques. Le sigue la presidenta del FMI, que recomienda esperar y ver en qué queda la amenaza arancelaria, porque vendrá una negociación. En todo este follón, solo el secretario general de la ONU habla del medio ambiente, mientras el vicepresidente de Irán niega liderar el 'eje de la resistencia' y dice que la política de presión contra su país ha fallado. Finalmente, Milei, que recuerda su éxito contra la inflación, abandera la naciente 'alianza por la libertad', pone en valor el mérito y critica la intolerancia de la ideología 'woke'.
Ignorando a Davos, Trump ratifica desde Washington que va por libre, anunciando su salida del acuerdo para una tributación mínima de las multinacionales, y aún le queda tiempo para presentar 'Stargate', proyecto privado de impulso de la IA, de la mano de Ian Altman, al que Musk critica, en una primera divergencia.
Estas declaraciones y sus reacciones entre las dos ciudades se funden el jueves en una sola, cuando Trump interviene en Davos, en una simbólica enorme pantalla, para pasar varios mensajes dirigidos. Uno para los bancos centrales: hay que bajar el precio del dinero. Otro para las empresas: te prometo bajos impuestos, pero debes elegir; o produces aquí o pagas aranceles. Un tercero para la OPEP, para que baje los precios del petróleo, lo que ayuda a parar la guerra en Ucrania. Uno final para la OTAN, exigiendo una contribución del 5% del PIB para la defensa. Siendo justos, ya lo pedían los presidentes anteriores.
Tres días intensos que dejan preocupaciones. La primera: el riesgo evidente de fractura del mundo en dos bloques. La segunda la resume Biden en su despedida: puede llegar una oligarquía, que confunda el interés general con sus propios intereses. No es una novedad que un magnate tenga gran influencia en el gobierno. Ahora Trump y Musk viven un romance, que quizás no dure. Queda por ver si la presencia de empresarios en la gestión aporta criterio, olfato y ejecutividad, para buscar el interés general sin saltarse el sistema. En todo caso, el reto es mayor, porque las empresas de Musk y sus colegas tecnológicos son globales y el impacto de la IA y la aventura espacial pueden tener efectos mayores y más difíciles de controlar.
No es solo que se abre un nuevo tiempo para el orden internacional, sino también para la democracia renqueante que conocemos. En todo caso, conviene tomar nota de que flota en el ambiente un cambio cultural en EE UU, que, según las encuestas, rechaza la mirada 'woke', iniciada en el mandato de Obama, y que parece extenderse.
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