¿Cómo se conquista la felicidad?
Un singular itinerario que cada uno debe descubrir por su cuenta
Profesor de investigación en el Instituto de Filosofía del CSIC
Sábado, 20 de marzo 2021, 02:25
A Mathieu Ricard se le presenta como la persona más feliz del mundo. El escrutinio de su actividad cerebral mediante resonancias magnéticas y electrodos arrojó ... una cifra inaudita en la escala de beatitud que pretende registrar las actividades cerebrales asociadas a emociones positivas. Este biólogo molecular se hizo monje tibetano y ejerce como traductor oficial del Dalai Lama.
Vive austeramente y ha donado a causas humanitarias los beneficios que le reportan sus libros de fotografía, donde se recogen paisajes y gentes del Himalaya. El altruismo le parece algo fundamental para sentirse mejor porque además nos hace ganar a todos, pero reconoce que no hay recetas universales y que cada cual debe llevar a cabo su específica búsqueda de la felicidad.
¿Acaso colmamos nuestra dicha satisfaciendo necesidades, persiguiendo anhelos y coleccionando placeres o más bien se trata de templar el ánimo y renunciar a los acicates? La cuestión es peliaguda porque no sólo se ve determinada por las condiciones económicas y el contexto socio-histórico, sino que también varía con arreglo a nuestra edad. Las demandas del cuerpo y la mente no son iguales en pleno ardor juvenil o en la vejez. De niños nuestra portentosa fantasía pretende poder conseguirlo todo, pero luego se impone la terca realidad con sus restricciones.
Pero en cualquier caso siempre hay una melodía de fondo en esa partitura y eso lo podemos captar mejor desde la historia de las ideas morales, al margen del trasfondo fisiológico y psicológico que modulen las posibles variaciones del estribillo. ¿Cuál es el núcleo duro de lo que llamamos felicidad? Para realizar esta breve incursión por la historia del pensamiento, conviene hacerse con un buen guía. Contra lo que suele creerse, a Kant le preocupó mucho el tema de la felicidad y lo aborda muchas veces a través de toda su obra.
Resulta curioso comparar las distintas definiciones que va dando Kant. Comienza por definir la felicidad como una cabal satisfacción de todas nuestras necesidades en lo tocante a su número, intensidad y duración. Más adelante, sin desdecirse, la cifrará en que todo nos vaya con arreglo a nuestro deseo y a nuestra voluntad, siendo así que, por consiguiente, la segunda podría no coincidir con el primero, al pretender hacernos dignos de la felicidad y advertir que la mera complacencia de las inclinaciones nos dejaría insatisfechos.
Kant adopta la perspectiva de quien hubiera podido diseñar al ser humano y entiende que, si hubiera querido programarle para ser feliz, le habría dotado únicamente con el aparato instintivo que comparte con otros animales. Al dotarle de razón, le permitía cultivar sus disposiciones naturales y moderar sus pulsiones egoístas para vivir en comunidad. Cualquier cosa que perjudique a los demás valdría para el deseo, pero sería matizada por nuestra facultad volitiva.
El planteamiento kantiano añade que, al bosquejar nuestra felicidad, utilizamos trazos aportados por la sensibilidad, combinándolos con otros que allega la imaginación y el entendimiento. Además no dejamos de modificar ese dibujo a cada instante y por lo tanto resulta imposible acomodar a un estado efectivo esa situación tan ideal como mutable, lo que la hace prácticamente inalcanzable.
Para lograr conseguir lo que nos hace felices, nuestro calculo siempre dependerá en última instancia del azar, salvo que apostemos por un sucedáneo de la felicidad definida en primer lugar. Según Kant el estar contento consigo mismo sí dependería por entero de nosotros. El sosiego de hallarse satisfecho y estar en paz consigo mismo sería la clave kantiana para ser feliz al margen de las contingencias. En definitiva, no se trataría de conseguir nada en particular, sino de ponernos una meta que podemos perseguir por nuestra cuenta y riesgo.
En realidad Kant hace suyo el espíritu del estoicismo. Se trata de conquistar nuestra ciudadela interior y no consentir que se vea sojuzgada por dictados ajenos. Al divorciarse del éxito y sus ataduras, la buena voluntad kantiana deviene completamente autónoma, en la estela del sabio estoico que desprecia los bienes materiales para sosegar su ánimo.
A decir verdad, esta querencia es una constante que suscriben incluso quienes pasan por ser los adalides del hedonismo. Los epicúreos rehuían los placeres más exigentes y preferían los estáticos por su perdurabilidad. La tranquilidad anímica prima sobre aquello que pueda causar dolor.
Si Bertrand Russell escribió 'La conquista de la felicidad' fue para subrayar en el propio título que nos debemos esforzar por alcanzarla, sin esperar encontrarla sin más a la vuelta del camino. En ese itinerario sería importante identificar cuanto genera infelicidad para esquivarlo y no tropezar con esos obstáculos. El modo de realizar esa singular conquista es algo que cada uno debe descubrir por su cuenta.
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