josé ibarrola

Bajo el síndrome de Casandra

En vez de prepararnos ante una segunda ola del Covid que ha vuelto a cogernos desprevenidos, optamos por la irresponsabilidad de mirar hacia otro lado

Roberto R. Aramayo

Profesor de Investigación en el Instituto de Filosofía del CSIC e historiador de las ideas morales y políticas

Sábado, 7 de noviembre 2020, 00:46

Casandra, la hija del rey de Troya, pronósticó que su ciudad caería por el ardid urdido por Ulises, pero nadie tomó en cuenta sus vaticinios ... y tuvo un fatal desenlace. Elevando a categoría las anécdotas del mito, podríamos hablar del síndrome de Casandra para describir las ocasiones en que se ignoran ciertas previsiones, como ha ocurrido con la segunda ola de Covid-19.

Publicidad

En realidad nadie dudaba de que la habría porque ahí teníamos el precedente de lo que sucedió hace un siglo con la mal bautizada como 'gripe española'. Sólo faltaba saber cuándo vendría y en eso andaban los expertos. Rasgarse ahora las vestiduras como si nadie hubiera esperado su advenimiento delata muchas patologías de orden psicológico, político y social.

Desde una perspectiva psicológica, tendemos a mirar para otro lado si la cosa se pone fea. Como si lanzásemos un sortilegio que hiciera desaparecer el problema. Esta experiencia la hemos tenido todos a lo largo de nuestra vida en uno u otro momento. El problema es que también hay una traslación social de semejante actitud. La sociedad contemporánea se caracteriza por su flaca memoria, como bien sabe recordarnos Manuel Cruz al final de 'Ser sin tiempo'. No atesorar el pasado nos hace descubrir mediterráneos a cada paso e igualmente nos hace caer en una imprevisión que da lugar a la improvisación.

Como reza el refranero, sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. En este caso, los amenazantes nubarrones llevaban tiempo cerniéndose sobre nuestras cabezas. Los aplausos al personal sanitario decayeron al cesar el primer confinamiento. La salud se cotizó menos que la sacrosanta economía. El ocio y el negocio impusieron una falsa normalidad a la que se tildó de nueva, pero que consistía en recuperar las viejas inercias y costumbres. Cundió la irresponsabilidad y todos preferimos olvidar lo que había sucedido en las residencias para mayores o las difíciles opciones a que se habían visto confrontados los médicos en sus hospitales. Había que reflotar el turismo, salvar las temporadas e irse de vacaciones, aunque muchos habían perdido su empleo y habría sido preferible ponerse a rediseñar nuestro horizonte social.

Publicidad

Era un buen momento para plantearse algo así como un contrato social de nuevo cuño, redefinir el urbanismo y el empleo e inventar nuevas leyes de mercado. Se desaprovechó y ahora tenemos más de lo mismo, salvo porque ya no es una sorpresa. La catástrofe natural ha dado paso a un drama sociológico en el que ciertos responsables políticos hacen de su capa un sayo. En lugar de argumentar diagnósticos y consensuar soluciones, dimiten de sus responsabilidades aunque conserven sus cargos. Las cargas tienen que asumirlas, una vez más, los profesionales del sector sanitario y todos cuantos hacen que podamos mantener nuestro aprovisionamiento más elemental. En este contexto ya no hay calificativos para tanta frivolidad. El espectáculo circense de algunas autoridades causa estupor y bochorno en una ciudadanía confusa por las contradicciones.

Alemania maneja una tasa de contagio muy inferior para sus medidas y, en lugar de ser tomada como ejemplo, se la utiliza para sustentar medidas presuntamente liberticidas. Menuda ejemplaridad para los más jóvenes. En lugar de cultivar una imprescindible pedagogía social, se deja el terreno franco a la superchería.

Publicidad

No hace mucho tuvo lugar un webminar (conferencia en línea) del CSIC sobre las posibles vacunas contra la pandemia, que se vio boicoteado en su chat por un colectivo antivacunas. Las descalificaciones comenzaron a brotar incluso antes de iniciarse la sesión. Seguramente muchos de los exabruptos estaban robotizados y, desde luego, siempre venían precocinados. No les interesaba lo que se dijera, sino dejar claro que no les gustaba un debate serio dedicado a un cuestión intocable para ellos.

Debemos tomar nota de cosas como estas. Manifestaciones a favor de la libertad para irse a cenar por ahí, el que pueda permitírselo, todavía logran sumirnos en la perplejidad, pero puede que muy pronto pudieran verse como lo más normal del mundo.

Publicidad

En este ambiente, los informes y tentativos avances científicos quedan descalificados a priori, al generalizarse lo que al comienzo dábamos en llamar síndrome de Casandra. Para qué vamos a tenerlos en cuenta si son unos vendidos a las farmacéuticas y algunos hasta son funcionarios. ¡Vade retro!, entonan a coro los más variopintos negacionismos.

Nuestro futuro depende, sin duda, de nuestra memoria histórica en general y el presente lo está modelando una temible amnesia colectiva. Un alzheimer voluntario que se asemeja mucho a esa «culpable minoría de edad» denunciada por Kant en su ensayo titulado '¿Qué es la Ilustración?'.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad