Obediencia ciega
Profesor de Lengua castellana y Literatura IES Burdinibarra BHI Trapagaran
Domingo, 27 de julio 2025, 00:41
Mi padre me miró con los ojos arrasados de lágrimas y me dijo: '¡Grita tú también!'. Entonces me puse a gritar lo que todos gritaban».
Partiendo de ese cuento maravilloso de Manuel Rivas, 'La lengua de las mariposas' ('¿Qué me quieres amor?'), José Luis Cuerda filmó en 1999 una historia con el mismo nombre, en la que Fernán Gómez interpreta el papel de un maestro entrañable que «no pega a los niños». En esencia, Don Gregorio lleva a aquella aldea perdida de Galicia una visión ética -y revolucionaria- de la sociedad. Pero la situación política anterior a la guerra lo ensombrecerá todo: al pobre don Gregorio, cuando va camino del paredón, todos los vecinos, que unos meses antes lo admiraban, le tiran piedras y le gritan, dominados por el puro instinto de supervivencia. La película no es solo un drama sobre la guerra; es una reflexión sobre el poder y los peligros de la obediencia.
Hannah Arendt, en 'Eichmann en Jerusalén', ya nos advertía de ese «carácter banal del mal»: personas normales que obedecen ciegamente. Resulta impresionante lo que se puede llegar a hacer por miedo y por sumisión; sobre todo porque en ese comportamiento de rebaño podemos encontrar la raíz de los mayores crímenes contra la Humanidad.
Siempre he querido creer que esas actitudes eran cosa del pasado: las leyes argentinas de 'Punto Final' y 'Obediencia Debida', que en 1986 y 1987 sacaron de la cárcel a represores tan crueles como Alfredo Astiz o Jorge Acosta; la 'Defensa Núremberg', esgrimida por los abogados de muchos nazis culpables de crímenes de lesa humanidad; el caso de My Lai en Vietnam, o lo ocurrido en Abu Ghraib, que se intentó justificar con subterfugios legales similares. Este patrón de conducta responde a una estructura profunda: como descubrió Stanley Milgram con sus experimentos, la mayoría de los individuos están -estamos, eso es lo terrible- dispuestos a infligir daño a otro si una figura de autoridad lo ordena, incluso si su conciencia personal se rebela.
La actualidad nos certifica cada día que hemos regresado a esa caverna. Ahí está como aperitivo la adhesión sin fisuras al «puto amo» o la ovación cerrada al discurso incendiario del líder de la bancada popular. Ahí están 'Alligator Alcatraz' y la 'diligencia' de los funcionarios que la custodian. Ahí está la 'lealtad' inquebrantable de los soldados judíos. Quizá consigan conciliar el sueño cada vez con más miligramos de lorazepam y escudándose en esos argumentos: 'bombardeo a la población civil porque el teniente me lo ordena; y al teniente, el capitán; no tengo nada personal contra esos desgraciados a los que disparo mientras se pelean por un saco de harina; cumplo órdenes' ('Breaking the silence' es el único portal hebreo que llama a la desobediencia contra Netanyahu).
Ahí está también la corte aduladora de Trump, especialmente Vance, que lo rodea y aplaude mientras firma decretos o nos amenaza con aranceles sin el menor criterio. Ahí está Mark Rutte, flamante secretario general de la OTAN, perdiendo la dignidad frente al «daddy» americano, arrastrando con un servilismo vergonzante a toda Europa a un gasto desorbitado; convirtiendo esa organización en una excusa para legitimar el tráfico internacional de armas dirigido por la industria bélica estadounidense. Ahí está Kirill, el patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa, bendiciendo la invasión de Ucrania como si se tratase de una guerra santa.
Asistimos además a otros tipos de servidumbre gregaria. Estamos, sin ir más lejos, sujetos a un vasallaje tecnológico que excluye socialmente a las personas mayores: quienes no usan los nuevos canales de comunicación y gestión quedan marginados. Consumimos compulsiva y religiosamente para no quedar fuera del sistema: John Taylor Gatto -'Armas de instrucción masiva'- nos previene contra una educación «que convierta a los individuos en modélicos compradores». Vivimos sometidos a la imagen: «Ya -dice Pilar Galán- no contamos historias, las mostramos». Pero, sin duda, la que más daño está haciendo es la obediencia al pensamiento único y monolítico: nadie se atreve a salirse un ápice de lo que se considera políticamente correcto.
Me preocupan mucho los adolescentes que cumplen sin rechistar todo lo que se les pide; los que no cuestionan nada, los que no piden una razón para hacer lo que les ordenamos. Obedecer es más fácil que pensar; por eso es tan peligroso. ¿Qué serán capaces de hacer a las órdenes de un jefe, de un mando o de un poder arbitrario? Ojalá nuestros hijos, nuestros alumnos, nos reclamen siempre una explicación y nos desobedezcan cuando no se la demos: será el primer síntoma de que podemos cultivar su espíritu crítico, de que no todo está perdido.
-«La lengua de la mariposa es una trompa, enrollada como un muelle de reloj», explicaba don Gregorio a sus alumnos. Por cierto, cada vez se ven menos mariposas. No sé…
En fin.
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