Río sin retorno
Intereses políticos y movilización de calles, una fórmula peligrosa
Antonio Elorza
Jueves, 18 de septiembre 2025, 00:01
Paradójicamente, y es necesario acudir ahora a la expresión en el país de Unamuno, las cosas están claras para quien quiera verlas en este trágico ... asunto, cuando las palabras y los hechos parecen apuntar a una contradicción irresoluble.
Primero, el aniquilamiento en curso de Gaza por orden de Netanyahu es inequívocamente un genocidio, y no hace falta esperar a que un tribunal lo declare. La sentencia de Nuremberg no calificó al Holocausto de genocidio, y vaya si lo fue. Todo quedó claro en el momento en que fue licenciado el ministro de Defensa israelí: no se trataba de una respuesta a la matanza del 7-0, sino de destruir por completo a Hamás, léase a la población de Gaza. El Libro de Josué actualizado. Y aunque no se acepte el término y se acuda a la calificación de crimen contra la humanidad acumulativo, como fue la invasión de Irak sin ser genocidio, el resultado es el mismo en cuanto a la licitud de protestas y condenas, y a la exigencia de hacer todo lo posible para pararlo y para condenar a los culpables, al principal culpable.
Segundo, como consecuencia, la coartada del Holocausto no sirve para justificar la actuación de Israel, aun cuando sí resulte necesario recordarlo para oponerse a la ola de antisemitismo que el conflicto actual está legitimando.
Y tercero, aquí la prueba del algodón, sí se me permite la expresión popular, está en el reconocimiento de lo que fue el 7-0, desencadenante, aunque no justificante de cuanto siguió. La acción de Hamás no fue una acción bélica, ni un atentado terrorista, ni una aportación a la liberación de Palestina, sino un ensayo general para el exterminio de la población israelí en Palestina, que es otra cosa. Un remake de la batalla de Badr, contada en la biografía del fundador por Ibn Ishaq, secuestros incluidos: la aplicación a escala reducida de un genocidio. Esto no puede olvidarse, con la ventaja para el juicio del observador que en modo alguno disminuye la responsabilidad del verdugo de Gaza. Son dos responsabilidades criminales, dos infiernos, que admiten ser combatidos sin confusión posible. Los niños gazatíes no son Hamás, como tampoco los niños asesinados o secuestrados el 7-0 eran agentes del sionismo.
Claro es que todo lo dicho es música celestial para aquellos que ven en tal escenario un óptimo pretexto para la capitalización política de la tragedia y de paso para la legitimación de la violencia. Lo ha probado la experiencia de La Vuelta a España, primero en Bilbao y días más tarde, con la aplicación de los buenos discípulos, en Madrid. Y lo que es peor, con un éxito que animará sin duda a que siga la fiesta.
Ha llegado la hora de la puesta de largo del radicalismo pos-etarra en Euskadi y de la inesperada resurrección del comunismo, o del anticapitalismo primario si se quiere, en el resto del 'Estado'. Según me contó un militante y buen conocedor del PCE, los jóvenes eran partidarios de Putin y de Lukashenko, pero la moto resultaba poco atractiva. Ahora con la bandera palestina quedan dignificados. Lo mismo ocurre con los inconformistas abertzales, legitimados gracias a esas banderas para reimplantar la violencia en Euskadi, provocando una curiosa caída de piezas de dominó, contra Bildu y después contra el PNV y el Gobierno vasco. No será fácil pararles. Es un precio a pagar por la política del olvido practicada por PNV y PSOE, sin tener en cuenta que la historia más próxima está plagada en toda Europa y en América de muertos vivientes.
El que no ha tenido problemas es Pedro Sánchez, siempre maestro en cumplir la recomendación, en aquella canción gallega, de que una perna tapa a outra. La lección de Bilbao fue bien aprovechada para tapar las polémicas en curso, al mantenerse en carrera el equipo israelí. El día 8 empezó la ofensiva, con ministros aprobando a poco las interrupciones forzadas de la carrera y el sábado 13, él mismo dio el golpe definitivo al expresar su «admiración» por ese ejemplar comportamiento del pueblo, sin pararse siquiera a exigir que fuera en todo pacífico. Claro, pasase lo que pasase, ahí estaba luego Marlaska para felicitarse de que el fin violento de la Vuelta hubiese sido «pacífico». El relato siempre vence. Veintidós policías heridos no es nada. Intereses políticos del gobierno y movilización de calles, con violencia incluida: una fórmula peligrosa de cara al futuro.
En la mañana del mismo día 14, Santiago Abascal protagonizaba su baño de masas con el acto internacional de Vox. Sin confusiones, ni banderas constitucionales. Son lo que son, y gracias al impulso que reciben desde arriba, de Sánchez aquí por su maniqueísmo y de Trump como modelo y patrón, avanzan hacia 'la Reconquista de España'. ¿1492 o algo peor?
Nuestro presidente sigue centrando sus ataques en el PP y esgrimiendo la teoría del Muro, sin ocuparse del tema de la inmigración, combustible para la xenofobia de Vox. Le es más rentable lanzar caramelos a los jóvenes sobre la vivienda. Y el descenso sigue.
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