Clima, transiciones y versiones
Es deseable que los poderes públicos ejerzan liderazgo y tengan la valentía de pensar en qué Euskadi queremos en 2050 o 2100
Aitor Zulueta
Director del Centro de Estudios Ambientales de Vitoria-Gasteiz
Viernes, 15 de noviembre 2024, 00:01
No hay desacuerdo y dogmatismo comparables a los que vivimos en relación con el cambio climático salvo que enfoquemos en diferencias religiosas. Cada COP, y ... van 29, es motivo de reflexión entre quienes vivimos este mundo desde dentro, y una reflexión actual es la variedad de versiones ante un problema tan global que podríamos compararlo con verdades indiscutibles como la muerte, el dolor o el amanecer. Parece ser que cada persona, cada administración, cada organización, pensamos en nuestra propia transición climática.
Partiendo del diagnóstico, el cambio de clima no es más que un síntoma, es esa tos persistente que acompaña a una infección respiratoria, y la enfermedad es nuestro modo de vida insostenible. Pero no desde una perspectiva ambiental, sino que lo es sobre todo desde una perspectiva económica y social, aunque esta no es una visión compartida, y he ahí la diferencia de enfoque, ya que la sostenibilidad es en definitiva un factor de redistribución y replanteamiento de costes y beneficios. Es decir, de intereses particulares.
Las recientes inundaciones de Levante con el terrible coste de vidas no retratan precisamente un modelo sostenible, argumento muy rebatido con un 'siempre han existido las inundaciones'. Sin abusar de datos, el instituto Swiss Re dice que el año 2023 fue el que registró más eventos catastróficos desde 1990, que estos están (excepto terremotos y vulcanismo) ligados al cambio de clima, que las pérdidas por estos eventos se han incrementado un 5%-7% anual durante las últimas tres décadas y que pronto muchos bienes, incluyendo actividades industriales, serán «inasegurables». Y eso lo dice una entidad reaseguradora, creámosles.
La visión de la ciudadanía es mayoritariamente de preocupación por el clima y de deseo de contribuir en la solución, aunque a veces no sepa cómo. Parece una base favorable, pero luego llegan los matices entre la transición ecológica, la energética, la tecnológica o la social, y se genera una confusión, que podría ser resuelta con una acción decidida de los poderes públicos.
Otro factor de perturbación es el de las 'fake news' o bulos. El magazín 'Politico' publicaba el pasado 19 de octubre que Carla Sands, en la órbita de Trump, indicó textualmente y sin evidencia alguna pero mucho éxito en un acto de campaña en Pensilvania que «muchos niños se están suicidando para salvar el planeta del calentamiento global». Mucho cuidado porque las 'fake' están abonando el terrible suceso de Valencia, y tampoco Euskadi es ajena a ellas.
En Euskadi, como en Europa, vivimos situaciones incomprensibles que nos llevan, por ejemplo, a rechazar las energías renovables bajo diferentes pretextos que no dejan de encerrar más que las contradicciones de nuestra mente, esos famosos 'sesgos cognitivos' que tantas veces nos engañan. 'Yo apoyo el despliegue de las renovables, pero así no', ¿nos suena?
Este es el presente y estas son algunas de las formas de ver este fenómeno global, y quizás las discrepancias actuales son parte ineludible de la transición necesaria, sea cual sea su recorrido.
Pero pensando en nuestro porvenir sería deseable que los poderes públicos ejercieran el liderazgo que se les ha otorgado y, sin olvidar que es necesario conciliar muchas necesidades y prioridades, actuasen en las soluciones a un problema tan transversal con una proyección hacia el futuro. No es fácil pensar en el futuro, aunque sería deseable que nuestras administraciones tuvieran la valentía de pensar en qué Euskadi queremos en 2050, o 2100, y esto no es ciencia ficción sino simplemente un ejercicio de autodeterminación, y actuasen en la difícil tarea de diseñar una transición con todos sus matices, que nos permitiera trabajar hacia ese horizonte imaginario.
Mientras cumplimos nuestra cuota de descarbonización y nos adaptamos a un clima, y por tanto una sociedad, cambiante, será necesario que pensemos en cómo hacer frente al coste creciente de los eventos catastróficos, cómo adaptarnos a un futuro con mayores riesgos o cómo incentivar políticas y medidas para reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero.
Vivimos en un sistema complejo e interdependiente en el que es imprescindible la cooperación entre todas las piezas del puzle en lugar de la confrontación entre ellas, un sistema en el que silenciar al medio ambiente llamándolo sostenibilidad o diluyéndolo entre clamores por la defensa del bienestar económico no debería ser una prioridad, ya que no nos enfrentamos a un problema ambiental, sino a un problema de competitividad empresarial y de bienestar de nuestra sociedad.
Vivimos como si no fuéramos parte de una naturaleza de la que nunca debimos desconectarnos. Puede que lo que necesitemos sea una transición natural.
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