Tasa de Nadalidad

Por desgracia, la lesión no le permitirá a Nadal seguir en Wimbledon. Había esperanzas porque la semifinal iba a ser contra el malvado semigriego Kyrgios. Y Aquiles también fue duda antes del partido contra Héctor en la arena batida de Troya. Aun así, la última hazaña de Nadal ha cristalizado en el habitual monumento norcoreano al esfuerzo y el sacrificio. Lo de la voluntad de poder generando valores se lo lee uno a Nietzsche pero lo entiende de veras viendo jugar al tenista de Manacor. Sobre todo ahora que las lesiones lo martirizan mientras los exégetas lo ponen como ejemplo que extrañamente les da la razón. Luego miras a los exégetas y te preguntas por ese misterio humano: la identificación. También la nacional. Hay quien en estas ocasiones se enciende y dice cosas sobre incrementarle al país algo que podríamos llamar Tasa de Nadalidad. Menudo un empeño inútil. Por fortuna, el país tiene más que ver con Pepe Álvarez, bronceadísimo y sin fular, llamando al proletariado a la revolución de disfrutar del veranito.

Rafa Nadal es en cambio el organismo más competitivo sobre la Tierra. Está en su naturaleza y es un espectáculo. Si mañana fuese al All England Club, se líase con el GPS y acabase en Wembley; si por una suma de equívocos terminase subiendo allí a un ring en el que el campeón de los pesos pesados esperase a otro rival; si una vez en el ring, entre la confusión, se oyese un «¡Vamos, Rafa!», es casi seguro que, tras otra batalla inenarrable y muy sangrienta, Nadal terminase ganando el cinturón del peso pesado por KO en el decimosegundo asalto. Y murmurando cabizbajo algo ininteligible a continuación. Quitándose importancia.

Al final, Boris Johnson dimitió. Pues nada. Bye, Boris. Y eso que el miércoles salían de Downing Street noticias de que situaba el listón de su resistencia con citas de 'La Ilíada' y apelaciones a que sus rivales se manchasen las manos de sangre. Por supuesto, eso dejó claro que renunciaría pronto. Si algo hemos aprendido en estos años de liderazgos increíbles es que la egomanía y el riesgo personal son inversamente proporcionales. Boris Johnson deja tras de sí el caos sucesorio, pero es probable que el país tampoco llegue a notar la diferencia respecto al caos habitual de su mandato. Otra de las cosas que hemos aprendido en estos tiempos de liderazgos increíbles es que la desfachatez es inagotable. Nigel Farage, el otro padre del Brexit famoso por ponerle a los fotógrafos cara de Joe Rígoli en cuanto le acercaban una pinta, se muestra preocupado porque Inglaterra se esté convirtiendo en el «hazmerreír internacional».

Irene Montero confirmó ayer que Yolanda Díaz les ha pedido expresamente que no vayan a lo de esta tarde. 'Sumar', o sea, comienza restando. Eso es prometedor. También lo es que el proceso de escucha tenga pinta de consistir en que nosotros escuchemos. A la vicepresidenta hablando a su manera: que si la alegría, que si el sufrimiento, que si «las gentes». La expectación es máxima. Ojalá haya apariciones sorpresa. Yo fantaseo con el 'feat' de Rosa Díez desde que vi que el color de la nueva plataforma es un magenta clavado al de UPyD.