Del día del derrumbe del vertedero de Zaldibar conservo en la memoria un detalle secundario y a su manera cruel. El aviso inicial llegó la ... tarde de aquel jueves, hoy hace un año, con un aire rutinario, irrelevante, casi anodino: un desprendimiento en la A-8 estaba causando retenciones. Recuerdo cómo tardé menos de medio segundo en pasar a otro asunto: sobre aquello no había nada que escribir.
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La señal de que lo ocurrido no iba a ser el habitual movimiento de tierra ocasionado por las lluvias invernales tuvo que ver en un principio con la naturaleza del atasco en la autopista. Se multiplicó a través de los mensajes de los conductores atrapados. Aquello empezaba a ser extraño. Poco después, las peores noticias comenzaron a encadenarse de un modo aplastante. No eran cuatro árboles, sino toneladas de tierra y escombros. Y no pertenecían exactamente a la montaña, sino a un vertedero en el que en el momento del derrumbe había gente trabajando. Aquello empezó a arder. Y allí había amianto.
Fue el comienzo de un desastre humano y ambiental que un año después sigue sin cerrarse. La frase no es simbólica: el cuerpo de Joaquín Beltrán, uno de los trabajadores muertos en el derrumbe, sigue sepultado bajo los residuos. Su familia continúa esperando y teme que la búsqueda del cadáver se abandone y se proceda al sellado del vertedero. El cuerpo de Alberto Sololuze, el otro trabajador muerto, fue recuperado a comienzos de agosto, medio año después del accidente.
Será en un juicio que todavía está en fase de instrucción donde se aclaren los hechos y se fijen las responsabilidades de lo ocurrido en Zaldibar. No parece probable que sea en una comisión del Parlamento vasco donde se aclaren del mismo modo las responsabilidades políticas.
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Otra de las cosas que recuerdo de lo sucedido en los primeros días de febrero del año pasado es que en Zaldibar, Ermua y Eibar la gente, preocupada por la toxicidad del aire, comenzó a ponerse mascarillas. Parecía algo tan raro. Unas semanas después, éramos los demás, y medio mundo, los que llevábamos guantes y mascarillas y estábamos encerrados en casa. En Zaldibar hubo entonces un segundo derrumbe: el acontecimiento global sepultando uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos en el País Vasco.
Rusia
Prisioneros
Ayer Josep Borrell le pidió al ministro de Exteriores ruso la liberación del disidente Navalny. Y Serguéi Víktorovich Lavrov le respondió que suelte él primero a los presos catalanes. Es el estilo del régimen de Putin, que antes que autócrata fue judoka y medio gánster, allá en Leningrado. Aprovechar la energía del rival y no olvidar, no ya una afrenta, sino una mirada. El modo en que la Rusia de Putin sitúa las razones de sus actos en los actos del rival es cínica e infalible. Y en octubre de 2017, ya señalaban a Cataluña intentando contener la risa: «¿No éramos los malos en Crimea?». Lástima que ayer a Borrell no se le ocurriese resolver el asunto al estilo de la Guerra Fría, de la anterior quiero decir, y proponer el intercambio de prisioneros en un puente de Varsovia. Navalni y Forcadell cruzándose entre la bruma. La ministra González Laya le recordó por su parte ayer a Rusia que España sí es una democracia plena, no como ellos. Pues más risas en el Kremlin. Como si se tratase de ser una democracia.
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14-F
Todas las mesas
En Cataluña han desechado la idea de reforzar las mesas electorales del 14-F con voluntarios. Menos mal. Imagínense a ese presidente de mesa que sale de no se sabe dónde, no deja de mover bolsas raras y, tras un bigote que parece postizo, se da un aire evidente a Puigdemont. La manera de constituir todas las mesas tendrá que ver con la reasignación de suplentes. Por si hacen falta. El problema es peliagudo por las razones obvias, que tienen que ver con la pandemia, pero también por las razones chifladas, que tienen que ver con Cataluña y los independentistas: una gente que estima que un proceso electoral es pulcro y garantista cuando lo organizan ellos sin censo y sin precintar urnas, que hay confianza. El esfuerzo para que el 14-F transcurra con toda normalidad debería ser máximo. Cuestionar la limpieza de unas elecciones es un juego tan peligroso como seductor para ciertas patologías. Si han olvidado el calibre de la mentira que puede llegar a manejar el independentismo, recordaré que en octubre de 2017 Jordi Sánchez dijo que el «balance de heridos» del referéndum ilegal de independencia no se había visto en Europa «desde la Segunda Guerra Mundial».
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