Reflexiones de un confinado
Esta crisis sirve para dar importancia a lo que realmente la tiene
Estoy confinado en casa. Como casi todos. En mi caso, afortunadamente, puedo teletrabajar. Yo que pensaba que era de los esenciales y me he enterado -¡ ... vaya chasco!- de que no es así; sí lo es, en cambio, mi mujer, que es enfermera, y ella también esta confinada, pero fuera de casa, en el hospital. Además tiene, como sus compañeros sanitarios, la consideración de héroe (o heroína); cuestión que agradecen, aunque en el fondo lo que quieren son medios y formas para trabajar (ahora y siempre) en condiciones dignas y profesionales; y que los demás, si valoramos la vida, nos dejemos de tonterías, nos quedemos en casa y dejemos de alquilar el perro del vecino para escaparnos a la calle. La situación actual al menos sirve para poner a cada uno en su sitio y dar importancia a lo que realmente la tiene.
En la casa de enfrente, en un balcón y con el abrigo puesto hay una señora paseando de punta a punta (tres metros de largo) durante un buen rato y en otro hay un cachas haciendo gimnasia (la verdad es que si le miro me canso). Estos días de atrás, que ha hecho buen tiempo, una vecina tomaba el sol y una pareja comía -¿serán ingleses?- a la hora del aperitivo. No les conocía y creo no haberles visto nunca. Lo mismo que en la algarabía de aplausos y campanas de las ocho de la tarde, que ahora con el cambio horario te permite descubrir que hay seres humanos que te rodean. En esta situación, estamos conociendo a otras personas, otros ritos.
Hay momentos que vemos la botella medio vacía y otros medio llena. Con goteo, pero llegan tristes noticias que afectan a amigos y allegados de fallecimientos de sus seres queridos, en general personas mayores, a las que no pudieron dar ni un acompañamiento adecuado ni una despedida digna. También afortunadamente recibimos comunicación de los amigos que, afectados inicialmente por el maldito bicho, se van recuperando.
Mi hija y mi yerno tienen dos hijos pequeños. Están confinados todos en casa. Los mayores teletrabajando como pueden y los pequeños un tanto sorprendidos de estar todo el día encerrados. Nunca habrían soñado (¡quizás es una pesadilla más que un sueño!) estar tanto tiempo juntos.
¿Aprenderemos algo de todo esto? Sería bueno que valoremos lo que estábamos olvidando: el tiempo, la familia, el roce, la cercanía humana, la naturaleza. Que la educación y la sanidad son los pilares de la civilización. Que, por fin, descubramos que lo que de verdad importa no es el poder, la fama y el éxito sino la salud, el amor y la ayuda al/del prójimo. Que la inversión en I+D bacteriológica es más necesaria que comprar cañones, misiles y aviones de combate. Que el camino a un mundo diferente no tiene marcha atrás: cuanto más aislados estemos más frágiles seremos y será, por tanto, más necesaria que nunca la cooperación global, la visión holística y el enfoque sistémico. Que los deportistas nos pueden -no siempre- ilusionar, pero los sanitarios -siempre- van a intentar salvarnos la vida. Que debemos ser mucho más humildes, ya que soñábamos con la inmortalidad genética, con el transhumanismo, con el ciberhombre y ¡zas! un invisible virus muestra las flaquezas del superhombre.
Que debemos ser solidarios con los desamparados tanto por humanismo como porque pasar de afortunado a paria está a un clic: en un momento podemos perder el trabajo, los ahorros, la salud, el respeto y la vida. Que los imprescindibles en la sociedad son los que cuidan de nuestra salud o nos alimentan el cuerpo o el espíritu. Que aportan más al prójimo el kiosquero, el barrendero, el 'segurata' o la dependienta que el superejecutivo, el deportista de élite, el actor famoso o el 'influencer' de moda. Que sería conveniente bajar el ritmo del crecimiento ilimitado y la competitividad exacerbada porque es donde no existe el futuro. Que los besos y abrazos que estamos reservando sepamos valorarlos cuando los podamos repartir y recibir. Que cuidemos también de nuestro planeta para que no nos dé el siguiente susto. Que, como decía Montaigne -olvidándonos de himnos y banderas-, deberíamos reconocer en cada hombre a nuestro compatriota.
'Wei-yi' es la pronunciación en chino de crisis. 'Wei' significa peligro y 'yi', oportunidad. Ya que ahora sólo vemos la cara del peligro, la de la enfermedad y la muerte, sepamos que existe la otra cara, la de la oportunidad, la de la esperanza y la de la vida. En nuestras manos esta dar la vuelta a la moneda.
Perdonen que les deje, que tocan las campanas y salen en tromba los vecinos a los balcones, entre ellos la señora abrigada, el gimnasta, la bronceada y los ingleses, y es que son las ocho y comienzan los aplausos. Cuando pase esta pesadilla, que no se nos olvide por quién doblan las campanas.
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