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Razón democrática y educación sentimental

Hay que hacer una política inteligente para desactivar las mentiras con que se moviliza a la gente, reconducir las emociones y no cometer errores que favorezcan a los que explotan el victimismo

Lunes, 9 de octubre 2017, 01:48

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Propongo tomar una cierta distancia para comprender mejor la grave convulsión política y constitucional que atraviesa España. Lo que sucede en Cataluña es inexplicable sin ... la crisis que afecta a los sistemas democráticos en toda Europa. El otro día, en una magnífica conferencia, el exministro Margallo recordaba que el ‘Brexit’ respondía a un movimiento de masas que sobrepasó a los tres grandes partidos británicos que eran partidarios de la permanencia en la UE; que en Italia es perfectamente posible un gobierno de la Liga (que se ha desprendido de su localismo y se ha convertido en un partido con un programa xenófobo para el conjunto de Italia) con el movimiento Cinco Estrellas; que en Holanda un partido xenófobo ha alcanzado el 20% de los votos; que en la primera vuelta de las presidenciales francesas los antieuropeístas de izquerda y de derechas obtuvieron el 45% de los votos. Asistimos a un ataque frontal contra la democracia representativa y no a un mero deseo de reformarla. Utopías sedicentemente izquierdistas, nacionalismos y repliegues xenófobos de ultraderecha coinciden en cuestionar las bases de la democracia tal como se instauró en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. No es ninguna casualidad que el dirigente del partido ultraderechista y xenófobo de Reino Unido haya levantado su voz en el Parlamento europeo para defender el soberanismo catalán y denunciar la falta de democracia en España. Lo que hoy sucede en Cataluña viene precedido por una larga cadena de despropósitos tanto de las autoridades catalanas como del Gobierno central. Pero no cabe ninguna equidistancia después de lo sucedido en el Parlament el 6 y 7 de septiembre con la aprobación de la ley del referéndum y de la desconexión. Fue una ruptura de la legalidad constitucional y estatutaria realizada de forma consciente y marrullera. Se dio un paso que no estaba en ningún programa electoral. Era el intento de un golpe de estado. Se fragmentó la sociedad catalana. Todo esto se veía venir y el Gobierno de Rajoy tenía que haber intervenido mucho antes. A estas alturas, después del 1-O, invocar el diálogo es desgastar una noble palabra mientras no se diga entre quienes y para qué. No se puede pedir diálogo y, al tiempo, afirmar que no se está dispuesto a cambiar un milímetro el plan secesionista previsto. El diálogo con un mediador internacional es conceder al Govern catalán, insumiso y que ha cometido un grave delito, la misma representación y legitimidad que al Gobierno democrático español. La crisis es muy grave y podría ser útil otra cosa: las gestiones discretas de personas con prestigio y ascendencia moral.

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