Nadie lo quiere independiente
Vistos los últimos sucesos, la independencia del poder judicial se antoja indeseable. Nadie la quiere. Nadie cree en ella. Mejor dicho: sólo es loable cuando ... las sentencias son acordes a los deseos y expectativas de los que las esperan funcionales a sus intereses. De lo contrario, todo es un error, un escarnio indecoroso, una venganza, un ardid urdido desde el universo de la política para perjudicar a los que, por la razón que fuera, cayeron en manos de la justicia. Es parte de la enseñanza de estos días. Montesquieu era un iluso y su obra 'El espíritu de las leyes', una estupidez mayúscula pues nada hay de independiente en aquellos que imparten justicia. Siempre se equivocan.
Es lo que tiene intentar ser justo. A pesar de su alegórica invidencia, establecer lo correcto o lo incorrecto a tenor de las leyes existentes está peligrosamente ligado, no solamente a los intereses políticos de cada momento, sino también al contexto concreto en el que se desarrolla la acción judicial. Todo ello unido al reparto de instrucciones desde esferas ajenas a la magistratura. De ahí que, desde que un juicio comienza, se recuerde a los magistrados las excepcionalidades acaecidas durante la comisión de tal o cual delito y las singularidades de los que ocupan el lugar de los acusados. Han de tener presentes, mucho antes que las leyes, no sólo las causas sino también las consecuencias pues de lo contrario, la impartición de justicia puede resultar injusta. Dicho de forma más sutil: todos hablan demasiado.
La enseñanza de la sentencia del 'procés' ha de preocupar mucho. Ni uno solo de nuestros políticos ha tenido la templanza y la sensatez de pensar antes de hablar. Aunque sólo fuera un minuto. Unos por estar convencidos de que, en este asunto, tienen atada a la justicia de su lado y, otros, porque la sienten desatada contra ellos. Ninguno ha puesto en práctica las mínimas actitudes de respeto hacia un poder que se supone independiente y mucho menos, y esto sí que preocupa, se ha enterado de lo que supone vivir en un Estado democrático. Esa es la mejor manera de exaltar a las masas. El agravio y la ofensa para unos; la soberbia y la venganza para otros. Poco más hace falta para cortar una carretera.
No hay mujeres y hombres de Estado en este país. Tan sólo hay bandas que pugnan por sus intereses más particulares. Su concepto de la vertebración de un Estado sobre la separación de los tres poderes fundamentales es tan infantil, tan mediocre, que asusta de verdad. Y si ya no creen en el espíritu de las leyes, ¿cómo va a ser posible que se sienten, dialoguen y elaboren nuevas normas para construir donde todo a estas horas está roto? Ni para caudillos revolucionarios sirven, pues nada entienden de la más básica teoría política.
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