Quedarnos como estamos
El emérito se ha marchado en el mejor momento posible. Todos estamos con la boca tapada. Preocupados más por la incertidumbre vírica del momento, las ... consecuencias de la fuga de Juan Carlos no han pasado de un calentón a la española. Nadie sabe nada, nadie dice nada y el virus lo puede todo. Y entre tanto esperpento, si alguien pensaba que con la despedida a la francesa de don Juan Carlos la Monarquía española se había pegado un tiro en el pie, se equivocaba. Con una rapidez increíble, el diálogo sobre el modelo de Estado se ha ahogado entre adhesiones incondicionales, llamadas a la prudencia y apelaciones a la estabilidad. No es momento de confrontar la República a la Monarquía. Ni siquiera se ha contemplado la posibilidad de dialogar tranquilamente.
La jugada del emérito ha dinamitado las ambiciones republicanas. No sólo las ha silenciado, sino que ha ratificado la estúpida concepción hispánica que establece un paralelismo entre República y revolución, entre la convicción republicana y el extremismo izquierdista. Esta creencia que iguala el modelo republicano con un socialismo revolucionario rancio y atemporal hunde sus raíces en un trauma no superado y no en la pertinencia que el contexto de la segunda mitad de los 70 del siglo pasado exigía. Por eso mismo, por la incapacidad de superar esa concepción maniquea en relación al debate sobre el modelo de Estado, el diálogo sobre el mismo queda ahogado desde el inicio. Como si la deuda con la institución monárquica en España fuera eterna e incuestionable. Algo que va más allá del popular acto sancionador con el que se estableció el modelo constitucional del 78.
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