Hacía meses que Líbano había desaparecido de los titulares, pero las protestas siguen sin pausa desde octubre de 2019. Todo comenzó por una motivación trivial: ... el descabellado intento del Gobierno de recaudar una tasa de 5,4 euros mensuales por las llamadas de voz a través Whatsapp y otras aplicaciones similares. Luego se mantuvieron con notable persistencia por una serie de problemas estructurales que llevan décadas sin resolverse. La guerra civil se cerró en falso mediante la parcelación del poder entre grupos sectarios, de manera que los combates nunca se han reanudado porque los caudillos de las diversas facciones ahora son cómplices en el reparto del poder, los cargos y las prebendas. Y como el sistema está fijado constitucionalmente a partir de los acuerdos de Taif de 1990, que pusieron fin a la guerra civil, no hay margen para que los caudillos de las antiguas bandas armadas… perdón, quería decir los líderes políticos, empiecen guerras de bandas para arrebatarse tajadas de poder.
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Este sistema de cuotas confesional-caciquil ha mantenido la paz durante 30 años, pero a costa de congelar a Líbano en un sistema social totalmente disfuncional, en realidad, el mismo que desencadenó la guerra civil en 1975. El Gobierno intentó apaciguar las protestas mediante reformas parciales: Se han aprobado leyes para recuperar cuantiosos fondos públicos usurpados por los caciques políticos, para reducir los sueldos de los políticos en un 50% o nuevos impuestos sobre el sector bancario.
Sin embargo, estas reformas ya habían sido prometidas y legisladas mucho antes de que estallasen las protestas, pero habían quedado en vía muerta durante años. Aprobarlas a toda prisa y de mala gana ante masivas manifestaciones solo ha servido para estimular las protestas porque la gente ve que únicamente echándose a la calle logra que giren las ruedas del Gobierno como deberían girar.
Pero por el momento las protestas no han logrado cambios estructurales profundos. Los intereses de toda la clase política son concordantes en el mantenimiento del sistema, de manera que ha cerrado filas en su defensa. Como entre todos ellos monopolizan el espectro político y manejan redes clientelares que se infiltran por todo el tejido social, se creen que pueden detener la marea indefinidamente. La pandemia ha forzado una relajación en la intensidad de las protestas, pero la megaexplosión les ha dado nuevo fuelle.
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Por lo que sabemos, la hecatombe portuaria no es el resultado de atentados o intrigas, sino de la mera incompetencia: un buque ruso trasladaba sustancias químicas para fabricar fertilizantes e hizo escala en Beirut para recoger carga adicional. El navío era viejo y se vio enseguida que su cubierta no iba a soportar el peso. La naviera no pagó las tasas portuarias ni el sueldo de los tripulantes, que se quedaron atascados durante meses. Al final la carga fue desembarcada y se quedó olvidada en un almacén durante seis años. Nadie vino a recogerla ni la sacaron a pública subasta. Allí se quedó… hasta que explotó. Es casi una metáfora de la situación política libanesa: demasiado material potencialmente peligroso que nadie sabe cómo manejar o a donde llevar, de manera que se queda almacenado y olvidado durante años, hasta que revienta.
Líbano es realmente como el almacén portuario donde se guardaron las 2.750 toneladas de nitrato de amonio que volaron por los aires el miércoles. Todo parece normal. No se aprecia a simple vista ningún peligro inminente. Han pasado años sin que la situación reviente. ¿Por qué iría a reventar ahora? ¿O nunca? Sin embargo, la sociedad libanesa va evolucionando al margen de su fosilizado sistema político. A medida que la brecha se agranda y las protestas callejeras no obtienen resultados, la probabilidad de una explosión colosal aumenta.
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El presidente francés, Emmanuel Macron, llegó enseguida para ofrecer la ayuda de la antigua metrópoli colonial. Sin embargo su visita parece haber insuflado nuevos bríos a las protestas, para aprovechar la resonancia mediática de su estancia. Son muchos lo que le incitan a no dar ni un euro a un Gobierno de corruptos, hasta el punto de que Macron ha ofrecido garantías explicitas en este sentido. Lo cierto es casi parece que Macron fuese el presidente de Líbano, porque al primer ministro, Saad Hariri, o al presidente, Michel Aoun, no se les ha visto por la zona.
Cada mes que pasa se incrementa la probabilidad de que Líbano entero explote de tal manera que la catástrofe portuaria parecería un petardo de feria. Es necesario que las protestas populares fuercen la mano de los políticos para ir desbloqueando el sistema, o crear partidos totalmente nuevos que operen sobre una base nacional no sectaria. De lo contrario, la explosión puede tardar todavía unos años, pero sucederá.
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