La plaga de las autocaravanas

Este tipo de turismo es uno de los principales enemigos de la España vaciada

Jueves, 2 de julio 2020, 01:11

Los medios de comunicación vienen trasladando a la opinión pública -como si de una excelente noticia se tratase- el 'boom' de las autocaravanas. El fenómeno ... lo explican como una respuesta a la preocupación de contagiarse en un hotel, una casa rural o un camping. Lo más chocante es que esos mismos medios de comunicación nos recalcan continuamente la importancia de preservar el medio ambiente y de frenar la despoblación rural. Quienes así se manifiestan no parecen haberse dado cuenta de que el turismo en autocaravana es uno de los principales enemigos de la España vaciada, así como una agresión paisajística a los parajes donde acampan y una creciente amenaza al medio ambiente.

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El turismo en autocaravanas aceleró en 2019, cuando las matriculaciones crecieron un 19,2%. Los factores que alimentan esta moda son el ahorro y la autonomía. Pues el alquiler diario de una casa móvil permite pernoctar, desayunar, almorzar y cenar por entre 130 y 200 euros (según sea temporada). Y al ser para 4 o más personas, su coste total por desplazamiento, persona y día resulta absolutamente imbatible. Ese ahorro es reforzado por la costumbre de abastacerse en el hipermercado habitual de alimentos, bebidas y carburante; pues allí tienen precios mucho más bajos que en las pequeñas localidades de destino. Así, un grupo de personas es capaz de pasar varios días en un destino turístico sin gastar ni un euro allí.

Otro atractivo es el social: ser totalmente autónomos y salir en grupo con más amigos autocaravanistas. Forman así una pequeña comunidad autosuficiente en cualquier parte -incluso en lugares solitarios, sin servicios públicos- prácticamente sin contacto con la población local. Esa independencia es mayor que la que se tiene en un hotel o camping; parecida a la que se consigue si el grupo alquila una vivienda vacacional completa. En el caso de la autocaravana, el atractivo se refuerza con la posibilidad de ir cambiando cada día de lugar de pernoctación, pudiendo incluso hacer noche en descampados, lugares solitarios donde no hay infraestructuras. Como el agua, la comida y la energía la llevan en el vehículo, pueden estar bastantes días en completo aislamiento.

Desde la perspectiva ecológica, estas casas móviles consumen alrededor de 15 litros de gasoil cada 100 kilómetros. Como muy pocos autocaravanistas están dispuestos a soportar durante varios días el olor de las basuras que provocan -dedicando el escaso espacio del vehículo a guardarla-, las tiran en los lugares aislados donde pernoctan; en tanto que los que acampan en pueblos suelen llenar hasta los topes las papeleras de los parkings. Y dado que en esas localidades pequeñas no hay un servicio diario de recogida de basuras, la estancia de autocaravanas degrada los espacios públicos durante días. En bastantes casos, el interés del autocaravanista por ahorrarse el gasto del vaciado del retrete de su vehículo provoca que hagan sus necesidades fisiológicas en la vía pública. Asimismo, para no agotar su depósito de agua potable muchos se asean en las fuentes públicas y los ríos. Finalmente, la costumbre de aparcar esos voluminosos vehículos en miradores y otros lugares con buenas vistas acarrea una agresión paisajística, perjudicando la experiencia del resto de viajeros.

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El modelo de ahorro máximo y autosuficiencia de la autocaravana es insolidario hacia la población local; pues sin hacer pagos relevantes, los autocaravanistas se aprovechan de los recursos naturales y las infraestructuras que los vecinos y los negocios locales sostienen durante todo el año. La sostenibilidad económica de esos lugares depende principalmente de las transacciones realizadas durante los fines de semana y las vacaciones; y dada su gran fragilidad, cualquier lucro cesante supone un perjuicio importante. En esos lugares pequeños la escuela y los servicios públicos se sostienen por el mantenimiento del bar y la casa rural; si no desaparecen. Además, si las escasas infraestructuras (plazas de parking, mesas, papeleras, wc público) son acaparadas durante uno o más días por grupos de visitantes que se lo traen todo de la ciudad, el ayuntamiento debe hacerse cargo de la suciedad que generan, soportando un coste neto.

Todavía no ha habido una respuesta organizada por parte del sector turístico y las asociaciones ecologistas. El Gobierno central debe establecer un impuesto específico a unos vehículos que generan tanta contaminación; en tanto que las diputaciones y comunidades autónomas deben proteger a los residentes de los lugares pequeños y los espacios naturales. Para ello se deben regular los lugares autorizados para el estacionamiento de autocaravanas (evitando que colapsen los miradores y zonas céntricas de poblaciones pintorescas) y cobrar unos precios para esos aparcamientos (que sufraguen los costes de limpieza que causan). No puede ser que el ahorro de unos pocos implique incomodidades para el resto de viajeros y fuertes lucros cesantes para un colectivo tan vapuleado como los habitantes de la España vaciada.

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