Perricone
El otro día, mi nuevo profesor de Pilates (disciplina que practico con absoluta inconstancia y total falta de fe) aseguró que él se come ocho ... huevos diarios. Curiosamente, no estábamos hablando del libro Guinness de los récords, sino de dietas saludables. Y es que ahora los huevos vuelven a estar bien vistos. Tanto, que dicen que hasta la reina Letizia desayuna tres. Hace unos años, la grasa de la yema del huevo era el toro (o la gallina) que mató a Manolete. Pero eso ha cambiado de manera radical. De pronto, ese colesterol psicópata y asesino, un auténtico Hannibal Lecter de las arterias, ha mutado. Ahora es la madre Teresa de Calcuta de nuestras hormonas, gracias a una sustancia que supuestamente las activa y estimula... Lo dicen los dietistas de moda, entre ellos un tal Perricone. Y yo, que nunca he dejado ni dejaré de comer huevos pero tampoco he seguido ni seguiré la dieta de Perricone ni la de Morricone ni la de Renato Carosone, no puedo evitar reírme.
Me río de los nuevos catecismos de la nutrición, esos que elevan al cielo determinados alimentos mientras condenan a otros a las tinieblas. Y de la legión de fieles dispuestos a cumplir sus mandamientos, gente que, curiosamente, desea dejar de comer pero es capaz de tragarse todo lo que predique el último gurú de la dietética moderna. No hace mucho, en una cena, unas colegas me comentaron (con notable afán apostólico) que habían abrazado la fe de la macrobiótica. «No hay que comer tomate, es malísimo», me dijeron como quien alerta a un niño de no cruzar la calle con el semáforo en rojo. Soy devota del tomate en todos sus tamaños y formas, así que me comí el de mi ensalada y el de las suyas. Luego les pasé mi postre, porque el dulce no me vuelve loca y ellas por lo visto seguían con hambre.
Recuerdo los tiempos en los que se criminalizó el aceite de oliva, hoy considerado imprescindible. Más tarde sería el de girasol, luego vendrían los huevos, el chocolate, la leche... A los que hemos seguido comiendo de todo (sin otra doctrina que la de la moderación y el sentido común), el tiempo y las modas nos han ido dando la razón. Yo, de hecho, no descarto que algún día le encuentren propiedades anticancerígenas al bocata de chorizo.
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