Pablo, uno de mis lectores, me dijo que incluyera más humor en mis columnas, y como suelo escuchar los consejos le dije que trataría de ... hacerlo aun sabiendo que son malos tiempos para el humor. Perdón; he dicho humor. No le advertí de que la realidad es un roedor infatigable, y que hay épocas en la vida en que resulta harto complicado mirar el lado dichoso de nuestro comportamiento, especialmente cuando se escribe.
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Me puse a ello, y rastreé los momentos en los que la risa ha llegado hasta a resultar una amenaza para la respiración. Me entró nostalgia de esos días con amigos y cariño sin complicaciones en los que las carcajadas me hacían perder el equilibrio. La risa te hace generoso, tolerante y fija el amor como si fuera un pegamento de contacto. Perdón; he dicho contacto. El sentido del humor es muy suyo y no obedece a criterios. A mí los cómicos, en general, me sacan de mis casillas cuando me conducen a la risa por obligación. Detesto ese humor irónico que aísla al inocente, pero me muero de risa si alguien que nunca pierde las formas tropieza y hace una coreografía imposible en la que se le destartala su imagen. Si Chaplin siguiera vivo, habría hecho una versión de sus 'Tiempos modernos' caricaturizando los arcenes de nuestra malograda alegría. Perdón; he dicho alegría.
La risa y el humor necesitan despreocupación, espontaneidad, abandono, un poco de mala leche y unas gotitas de sorpresa. Perdón; he dicho sorpresa. El otro día, en una sala de espera sin revistas, con algunas sillas precintadas con cinta adhesiva y una televisión silenciosa en la que Beirut saltaba por los aires rebalsando su histórica condena, me fijé en una señora elegante que llevaba una mascarilla que representaba un gato maullando con sus bigotes prolongándose hacia las orejas. Como en las urgencias no se permiten acompañantes, la mujer se levantó para acudir a una ventana desde la cual un hombre daba golpecitos y le hacía señas hablándole detrás de una mascarilla similar que representaba un perro foxterrier. Nadie supo que yo sonreía tras mi mascarilla negra de asaltante de bancos, ni que tuve que reprimir las ganas de abrazarlos. Perdón; he dicho abrazarlos. En mi móvil, alguien opinaba que Corinna era una candidata firme a ministra de igualdad y no sonreí como quizás pretendiera el dueño de la desafortunada ocurrencia.
La risa, la de verdad, la que te hace dormir con una satisfacción especial, como la vida, no se compra ni se vende. Tampoco se empuja porque ella sola se precipita. La risa se regala como los abrazos, los sueños, la esperanza… Pablo, lo he intentado. Volveré a tener más sentido del humor, me volveré a reír, de eso estoy segura, pero francamente ahora no tengo ganas.
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