EFE
Furgón de cola

Tres semanas

EE UU ·

El segundo mandato de Trump ha arrancado como un huracán polémico

La primera enseñanza del segundo mandato de Donald Trump es que puede que lo del nuevo gobierno y los cien días lo estuviésemos entendiendo al ... revés. Es el gobernante el que tiene que darnos a los demás un tiempo de cortesía. O de piedad. Lo entendías al ver a Trump firmar órdenes ejecutivas como si no hubiese un mañana la misma tarde de su toma de posesión. Yo pensaba que, tras anotarse frente al mundo la venganza del regreso triunfal al Capitolio, el magnate se recluiría en Mar-a-Lago para una temporada reconfortante de tele y tuiteo. Sin embargo, Trump se quedó en Washington y comenzó a firmar órdenes ejecutivas con el rotulador gordo ese que es en sí mismo una declaración estética y moral. El rotulador gordo de firmar. De firmar por ejemplo la supresión del derecho de ciudadanía por nacimiento, algo que parece bastante inconstitucional. Pero qué importa eso. Lo que importa en el fondo es el temblor. Por eso el magnate firma como un sismógrafo.

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Algunos de los logros de Trump en estos veintiún días, que han pasado a toda velocidad. A saber: matonismo triunfante con los vecinos de Canadá y México, salida de la Organización Mundial de la Salud, inicio de la guerra arancelaria con China, anuncio de la transformación de Gaza en Marina D'Or, ruptura del hielo con Putin, puesta de la Administración en manos de Elon Musk y de 'tecnobros' imberbes a los que apodan 'Pelotas Grandes', puesta al frente de la Oficina para la Fe de una telepredicadora a la que basta escuchar medio minuto para concluir que el demonio existe…

Trump presume de que nunca se ha hecho tanto en tan poco tiempo. Cierto que decía lo mismo hace ocho años, cuando se filtró que su agenda arrancaba pasadas las once de la mañana. Pero esta vez es distinto: la hiperactividad acapara el foco y complica el análisis transformándolo todo en un huracán polémico. Trump 2.0 sabe que el poder es un espacio que se ocupa y una potestad que se ejerce. También sabe que la atención mueve el mundo contemporáneo. Por eso la monopoliza, mezclando estrategia y espectáculo, cálculo y exceso. El desafío para sus rivales es identificar lo importante entre el estruendo infinito. Algo que probablemente no se consigue haciendo lo que por ahora parece inevitable: mirar hacia donde él señala.

Goya

Muchas gracias

Los Goya son unos premios cinematográficos y una feria profesional del discurso de agradecimiento. A ese respecto, hay que señalar que el sábado hubo gente que recordó en el suyo a Karla Sofía Gascón, pero no para rematarla sino para pedir calma. Eso les honra. Por lo demás, ¿es cosa mía o los ganadores cada vez les dan más las gracias a los que ponen la pasta? Si es duro ver a la ganadora del Goya a la mejor fotografía en la modalidad de documental de animación denunciando nuestra indiferencia cómplice ante el drama de Baluchistán, peor es verla enumerando los gobiernos, diputaciones, ayuntamientos y cadenas autonómicas que le metieron pasta en el proyecto. El discurso en una gala no pueden ser un mitin, pero tampoco los créditos finales de una película. Se recomienda brevedad y alegría exenta de desesperación. Para acertar, volver a los clásicos. Un discurso ejemplar fue el de Patty Duke al recoger en 1963 el Oscar a la mejor actriz de reparto. «Gracias», dijo. Y se fue contentísima. Por supuesto, eso no significa que en una ocasión tan feliz no pueda uno alargarse más. «Gracias. Gracias», dijo William Holden, entrando en detalles, al recoger en 1954 el Oscar al mejor actor. Y se fue muy contento también.

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