Ayer, tras el Consejo de Ministros, Yolanda Díaz compareció de blanco apostólico y anunció la buena nueva. «Es un día histórico y sí es histórico», ... dijo haciéndose ella misma la revisión historiográfica. El motivo era la aprobación del proyecto estrella de su ministerio: la reducción de la jornada laboral a 37,5 horas en el cómputo semanal. «La transformación que va a irrogar la jornada laboral no es una variable económica más: es un proyecto de país», prosiguió Yolanda Díaz haciéndole ahora cosas nunca vistas al verbo 'irrogar'. Y dibujando lo que ella misma definió como «un imaginario de esperanza». La esperanza tiene que ver con trabajar menos. A favor, claro. Siempre a favor. «Libidinizar la vida», propone Bob Black en su clásico sobre la abolición del trabajo que Yolanda Díaz compró hace un año en la Feria del Libro. Libidinizarla incluso ganando más. Suena bien. «Hemos deconstruido la lógica de la devaluación salarial», explicó ayer la vicepresidenta. Será un poco como lo de Ferrán Adriá, que deconstruyó la tortilla de patata. Y eso que en España, a diferencia de los salarios, la tortilla ya era inmejorable. O sea, que esto es mejor. «Esta medida va a hacer que sus salarios crezcan», anunció ayer Yolanda Díaz. A su lado, el ministro de Economía, de gris tecnocrático y sin corbata, no dejaba de toser.
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La buena noticia es que el choque entre Díaz y Cuerpo ha quedado resuelto. «Con mucho amor y mucha síntesis», explicó la vicepresidenta, al tiempo cariñosa y hegeliana. Superado eso, solo queda la aprobación de la reducción de la jornada laboral en el Parlamento, donde se prevé que Junts actúe como suele y exija a cambio el control de fronteras, pizzas para todos, un container lleno de billetes de 500 sin marcar y un helicóptero en la azotea de Waterloo. Por suerte, Yolanda Díaz anunció ayer que el debate está «bien circundado». Aunque la negociación debe estar «rodeada de silencio». ¿La razón? «Ya saben ustedes que en los elementos mancomunados, en el mundo de la música o en un buque hay siempre una persona que ordena debates y son las que marcan ritmos», explicó la vicepresidenta diáfana y como creando en el éter una imagen tranquilizadora: el capitán Haddock dirigiendo la Filarmónica de Berlín.
El ministro Cuerpo, a su lado, no dejaba el pobre de toser.
Premios Oscar
No tuitearás
A Karla Sofía Gascón han terminado por aplicarle la cancelación, no los de Twitter, que para eso están, sino los de Netflix. Es peor porque son los que tienen los millones. Compraron 'Emilia Pérez', el narcomusical, tras su éxito en Cannes y pensarían que acertaron tras las trece nominaciones a los Oscar. Entre ellas, la de mejor actriz. Por entonces se sabía que Karla Sofía Gascón daba unas entrevistas desabridas pero no que atesoraba en sus redes una antología del improperio. Su caso es asombroso: parece incluir una ofensa para cada manifestación de lo humano y nos sitúa ante alguien que se burla de los Oscar porque ni siquiera imagina que en cinco años tendrá la opción de brillar justo en los Oscar. Ya no parece que vaya a hacerlo Karla Sofía Gascón. Los de Netflix la han apartado de la promoción de la película, tan repleta de lujos y saraos en Hollywood. Eso deja a la actriz arrumbada en España y el sábado son los Goya. Qué ocasión para oponer a la furia puritana un poco de comprensión mediterránea. Bastaría una invitación, algún chiste sobre el escándalo, un aplauso al trabajo, cuyo valor digo yo no dependerá de lo tecleado en redes… Y después lo de Jesús tras la lapidación famosa aquella: «Ahora vete y no vuelvas a tuitear».
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