No es lo mismo
No es lo mismo utilizar la bandera nacional a modo de kleenex que llamar puta a una mujer. No, no es lo mismo. Conviene tenerlo ... muy claro y evitar la confusión que cierto amor por la candidez democrática insufla en algunos de nuestros representantes públicos que sin mala intención acaban banalizando todo. De ahí que convenga no desviarse y tener las ideas claras: hoy, cuando las mujeres son objetivo de deseos babosos y víctimas evidentes de un machismo terrorista, no caben dudas. Tolerancia cero.
Curiosamente, nuestra clase política sabe muy bien cómo afrontar problemas de estas características. Sabe qué hacer cuando una guerra se extiende entre el tejido social hasta causar terror. Son expertos nuestros políticos y políticas en diseñar estrategias contra lacras que avergüenzan y nos ponen en riesgo a todos, principalmente a ellos. Por eso, contra el terrorismo en todas sus formas no caben paños calientes. No vale de nada el relativismo. Se ha de ser contundente y no caer en la estupidez de confundir a Voltaire con un cándido alelado. Nunca habría defendido el ilustrado francés el insulto y la humillación pública hacia ningún ser. Conviene, por lo tanto, que aquellos que han dudado aclaren sus premisas ideológicas y dejen de adoptar esas posturas de progresismo humanitario que, a la postre, no conducen nada más que a la perpetuación de un problema y a la toma en falso de medidas correctoras del mismo.
No es libertad de expresión, no a estas horas, lanzar mensajes en los que las mujeres aparecen como meros objetos susceptibles de ser utilizados a voluntad de los hombres. No es lo mismo desde el momento en que esos mensajes se concretan en la realidad y alimentan a un cierto tipo de seres que, convencidos de que pueden obrar con impunidad por el hecho de ser hombres, se arrogan el derecho de violar y vejar a las mujeres. Y no es lo mismo por el triste hecho de que una mujer no pueda disfrutar de su derecho a ser y estar. ¿No tenemos ya suficientes muestras como para cerrar debates estériles? No es no y punto. No hay más que hablar.
Cuando una sociedad vive una guerra como la actual contra las mujeres, no puede dudar. La tolerancia ha de ser nula. Nos encontramos en una situación tan límite que, como sociedad, nos obliga a hacernos mirar nuestras convicciones y valores. Esperemos que no sea tarde.
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