Un mundo sin móviles
Y si no hubiera móviles? ¿Qué pasaría si un día al levantarnos no nos acordásemos de nuestros teléfonos portables? No más pantallas táctiles, no más ... Whatsapp, no más Instagram, no más fotos lanzadas a la nube, no más localizaciones exactas, no más postureo, no más de nada. Al igual que en la película de Danny Boyle 'Yesterday', nadie se acordaría de los teléfonos móviles. Ni siquiera uno. En nuestro sueño, ningún ser humano recordaría nada. Un móvil no es Let it be. Así, tras desaparecer lo que nos interconecta, lo que nos permite la inmediatez volveríamos a la dependencia de lo fijo y, quién sabe, si a la recuperación de la intimidad perdida. ¿Sería posible recuperarnos? ¿Podríamos volver a ser como antes, pendientes de un cable anclado a la pared y de cabinas diseminadas por doquier?
La historia enseña que oponerse al progreso es de locos. Más aún cuando los avances se hacen universales. Demonizarlos supone asumir una marca que va más allá de la locura porque, aunque se admitan males en los avances de la tecnología, sus bondades son muchas más. El doble, el triple, muchísimas. De ahí que soñar un mundo sin teléfonos móviles nos coloque entre el terror y el absurdo. Es imposible que no existan. El mero supuesto genera ansiedad y el retorno a lo que una vez existió sería poco menos que la antesala del fin del mundo. Todo sería más triste. Todos estaríamos perdidos. Muchos sentirían que no existen. ¡Qué horror!
Como hay cosas que no pueden ser y además son imposibles, no queda más remedio que aceptar el presente y dejar de suponer, pues esto último, por su inverosimilitud, no haría más que provocar ansiedad y lo que es peor: hacernos perder el tiempo. Ahí están los teléfonos móviles inteligentes. Llegaron hace un tiempo y lo hicieron para quedarse. No hay más que hablar. Y así volvemos al único aspecto que su existencia permite considerar: el uso responsable de los mismos. Su uso es bueno si pasa por el filtro de la responsabilidad. No se discute. Aquí y ahora pueden cantarse alabanzas sobre todo lo relacionado con los smartphones que llevamos en el bolsillo. Magníficos aparatos, cuya tecnología no hace sino mejorar considerablemente nuestra calidad de vida tanto a nivel individual como a nivel colectivo. Ahora bien, ¿quién nos enseña de verdad a utilizarlos?
Curiosamente, el avance de la tecnología, producto de la racionalidad humana es, muchas veces, directamente proporcional a nuestra irracionalidad. Cuanto más perfecto parece ser todo, más imperfectos somos y nos dejamos llevar por impulsos. Somos así. Seres humanos que se equivocan y a los que no les queda más remedio que aprender de sus errores. Una vez más, como ya ha ocurrido a lo largo de toda la historia, concluimos que el mal no está en el progreso sino en el uso que hacemos de él. Vamos, que no aprendemos.
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