La moral de la tropa
¿Qué tenemos que hacer los periodistas? Levantar acta de lo que estemos seguros
Expertos en crisis y epidemias, químicos, laboratorios o empresas distribuidoras con capacidad de suministro que dicen haberse ofrecido al Gobierno para colaborar, y a los ... que se les dio las gracias y no se les respondió… Pero en la guerra se obedece a los generales, se acatan las normas, aunque no se comprendan, se confía y se teme en la misma medida, esperando que las decisiones venideras sean cuando menos consensuadas. Aviso a navegantes: he pasado la primera fase del duelo, la negación, y estoy inmersa en la siguiente, la ira.
No soy capaz de continuar con la novela que estaba escribiendo antes del confinamiento. La realidad ha cerrado con candado mi acceso a la ficción. Me he convertido en una viajera sedentaria ignorando mi exilio y confeccionando mascarillas de colores con retales luminosos que guardaba con inútil eternidad. Escucho que no sirven y mi enfermero me dice que debo estar en casa con mascarilla. «No tengo». «Pues ponte un pañuelo, te puede servir el de las fiestas». Pienso en Bonnie and Clyde, caminando embozada por el pasillo. En esta etapa, la de la ira, escribo envenenada sin perder de vista la consigna 'hay que cuidar la moral de la tropa'. Pero la procesión de esta Semana Santa va por dentro, y como ya he confesado a mis lectores, me nutro en ese sótano en el que viven mis historias, en esa literatura amenazada que no me sirve para alimentarme, y que ahora, además, tengo vetada. Desnutrida como un corredor de maratones confinado, he vuelto a las libretas. Anoto la casuística, inimaginable, que genera la vida tras las ventanas donde veo a mis vecinos en calzoncillos bailando al ritmo de la música de mi amigo DJ, Jaime, jugando al parchís con abrigo en el balcón o paseando por la azotea con paraguas.
Mis colegas retransmiten el azar peregrino de nuestros pasos perdidos; una mujer descubre en un baúl las cartas de amor de su padre escritas a una conocida actriz de teatro, el alcalde de una pequeña localidad se recluye en un prostíbulo con siete trabajadoras del sexo, un cura da misa en el tejado de la iglesia para que sus feligreses puedan seguirla y es detenido por la Policía. Me hace sonreír el portero que cambia su sótano de 30 metros por el ático soleado de unos señores de Brasil que le encargaron que regara las plantas…
Ellos hacen los que pueden… ¿Qué tenemos que hacer los periodistas? Levantar acta de lo que estemos seguros, es decir, de pocas, pero tremendas cifras y de esas dudas que se cuelan entre ellas. La negación está superada, lo supe en cuanto advertí que Netflix había cambiado la calificación de algunas series y películas. Antes pertenecían al genero de la ciencia ficción, ahora han pasado a ser dramas.
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